La poesía, la muerte, el amor

“Matar es otra cosa”, dice Susana Villalba. Y los versos cortos y veloces, inatrapables como disparos, señalizan el camino hacia una definición que nunca llega: “Y no se mata por la espalda,/ lo viste en las películas/ o crees en eso./ Matar/ es otra cosa”. Es cierto. En los veintidós poemas que integran este libro, matar es siempre otra cosa. Y por qué se mata o qué, son obsesiones que hilan esta poética, hija de las noticias y la literatura policial, del gótico, del discurso amoroso. “El amor es un torrente continuo/ Pero estamos fijos en el horror/ de no permanecer”, dice en La noche de Tanabata. Como el amor, resulta ser también la arquitectura de estos poemas, sostenidos en un aliento inalterable, extensos, que caen con la bravura de una cascada. Es que se trata, precisamente, de caer: “Matar exige la paciencia de la muerte/ ser en el otro/ su eficacia/ su inexistencia./ Ser en el otro/ su fracaso.”  Villalba da una y otra vez con el mismo vacío, una y otra vez matar no es la producción de la ausencia sino su constatación. Matar es el acto que nunca termina de acertar. Matar es, también, la ilusión de reparar lo irreparable: “Perdiste el hilo de tu historia/ y crees disparar/ es retomarla”. Para Drácula, tópico de uno de los poemas, matar resulta ser la tentación de destruir lo que se ama. Drácula está solo y añora el beso que nunca dio, el sol de los días, la felicidad que no conoció. “Perder lo que se tuvo –dice en otro de los poemas- no es lo que se imagina/ haber perdido/ y no se tuvo nunca”.  Pero el yo, de una u otra forma, es siempre tocado por la pérdida, por su brutalidad. Aunque quizás tampoco hay yo, sino metáfora de una unidad descuartizada por el estilete del lenguaje, amenazada por la desintegración que la poesía intenta conjurar, a la vez que alegremente experimenta (porque la poesía se monta sobre la ruptura misma del lenguaje, sobre su pretendida lógica). En estos poemas en los que Villalba le presta su palabra a Unabomber, a la Colo del Abasto, a Jack, entre otros, el discurso poético se des-sujeta por completo, el sentido cae, y se reinventa constantemente, y penetra en el corazón del hablante, humanizándolo en su sentido más profundo, volviéndolo rehén absoluto de su lírica. Matar termina pareciendo una estrategia ingenua para poner fin a eso imposible de detener. “El amor es animal”, dice Villalba.  Y alguien encarna el mal, siempre. Un disparo, un bisturí, una carta envenenada o un colmillo en el cuello, inútiles herramientas para matar. Inútiles, porque en este libro hasta la occisa sobrevive a su final y se confiesa: “Pero que sea yo la víctima/ también es un error/ o un accidente/ Si desperté pasión/ no tuve el mérito del cálculo/ si arrebaté lo ajeno/ no tuve el usufructo/ si fui el testigo no supe/ con lo visto/ más que dar testimonio/  Quizás como el amor, la muerte/ como la vida/ no sea para siempre./ Será una travesía/ si miro hacia atrás/ sus ojos / podrían retenerme/ Sin embargo dispara/ contra el viento/ como un ciego”.

Matar un animal se publicó por primera vez a mediados de los años 90 por Bajo la luna nueva. Tras agotarse rápidamente, pasó a circular en fotocopias, y a deslumbrar a los lectores que tuvimos la suerte de llegar a ellas. Una década y media después es reeditado por Curandera junto con un disco compacto que contiene una entrevista de la autora y la lectura de algunos de los poemas. “La lengua tiene su respiración”, dice Villalba. Esa respiración, ese aire que la oxigena y mantiene viva, es, sin duda, la poesía.

Escuchar poemas:


Escuchar audio 1 - Opiniones de la autora {mmp3ex}www.archivopdp.unam.mx/media/01-matar-un-animal.mp3{/mmp3ex}

Escuchar audio 4 - “El cangrejo ermitaño” {mmp3ex}www.archivopdp.unam.mx/media/04-matar-un-animal.mp3{/mmp3ex}

Escuchar audio 6 - “Una bomba” {mmp3ex}www.archivopdp.unam.mx/media/06-matar-un-animal.mp3{/mmp3ex}