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portada-dimension.jpg La dimensión de la frontera
Álex Chico
Ediciones Siltolá,
Sevilla, 2011.

Por Andreu Navarra Ordoño
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No. 46 / Febrero 2012

 


Desde Sevilla nos llega una nueva lección de cómo escribir poesía y, sobre todo, de cómo editarla. Yo no sé qué ocurre en Andalucía, por qué las mejores colecciones de poesía se editan allí, quizá influya el hecho de qué más de la mitad de la poesía española haya salido de ciudades andaluzas (Herrera, Góngora, Lorca, Cernuda, Bécquer, Aleixandre, Juan Ramón Jiménez, los Machado, y los que me dejo). Quizá sea el clima, la genética, o el hecho de que la Junta trate a sus poetas jóvenes como a patrimonio común. Lo ignoro. El hecho es que este pequeño volumen, físicamente inspirado en la primera edición de las Greguerías de Ramón, proporciona un placer visual y táctil parecido al que generan los pequeños volúmenes poéticos de la editorial Renacimiento, sevillana también.

Lo primero que llama la atención de la poesía de Álex Chico es su extrema sobriedad, unida a un tono reflexivo absolutamente personal. No encontraremos aquí selvas, torrenteras ni laberintos, sino únicamente un hombre que lee y piensa entre cuatro paredes y ante una ventana. Por esta razón La dimensión de la frontera es un pionero experimento de poesía en la espacialidad. La ausencia de presencia propia en un espacio cerrado (una habitación con libros o la plaza Urquinaona, no especialmente anchurosa) es el tema vertebral de muchos de los poemas: “Las habitaciones se alejan para siempre/ del contorno de un paisaje perdido./ Sólo la memoria recupera su estado/ de sitio”; “Hoy estas cuatro paredes sostienen/ el abismo”; “Leo a intervalos, con desgana,/ porque aún ignoro qué hay detrás/ del cuarto que me encierra.”; “Esta estancia vacía es una evocación/ transitoria, un espacio al que restar/ la vana superficie de las cosas”; “Entro en la habitación/ y ante mí se reproducen/ todos los nombres./ Tan oscuros como la luz de una casa/ siempre vacía,/ como esta.”

Su propia casa es declarada “Tierra de nadie”. Nos es sumamente fácil imaginarnos al autor, convertido en el protagonista de sus propios poemas, llenando sus largas noches de poemas como objetos largamente labrados. Y si el poeta logra escapar del ámbito que le agobia, certifica en la calle que resulta imposible huir de la propia vocación intelectual, sumamente limitadora: porque la frontera aludida en el título es un doble concepto: la muerte y la imposibilidad de comprender.

Desde la cita de Kafka que encabeza la primera sección del libro nos damos cuenta de que la inmovilidad y la extrema perplejidad serán los estados de ánimo predominantes en el libro. Álex Chico es un poeta con vocación inequívocamente intelectual, y esto provoca ciertos divorcios, cierta conflictividad entre la vida y los libros, que la poética explícita en el libro explota con gran habilidad. En la primera novela de Azorín, el protagonista, un filósofo enfermo, observa cómo unas personas mejor adaptadas que él se dedican a bailar alegremente en círculos, para a continuación exclamar: “¡Seré idiota!”. Cuando uno se dedica a pensar, a leer, a escribir, la vida se le escapa aún más porque la volición acaba atrofiándose: “Huyes del poema como quien escapa de la vida/ y mientras lo haces cada paso es un paso menos”; “¿Qué vida le espera a la palabra/ después de ser dicha? […] Sentir detiene aún menos el tiempo que el actuar”. La única salida en esta situación es tratar de ganarle la partida al tedio y a la circularidad extrema de la existencia: “Apenas gozo de habilidad/ para avanzar nuevamente./ Si escarbo con cierto esmero,/ descubriré bajo la tierra una imagen/ que encierra mi nombre. […] Me equivoqué. Mi lugar está aquí,/ en mitad de un páramo sin ruinas,/ más solitario que un callejón/ plagado de gente y luz difusa”; “Quedarse aquí, en esta habitación,/ volviendo la vista a las palabras,/ que desean marcharse muy rápido”. Por lo tanto, es omnipresente la sensación de pérdida, de fracaso.

En algún momento feliz ocurre todo lo contrario: la vida es narrable, vivible y hasta celebrable, como ocurre en el poema  Crónica. En las dos composiciones que cierran el volumen (las más extensas de la obra), dedicada una a rememorar sus años sus años de estudiante en Salamanca y, la otra, a “recordar” su nacimiento y describir un domicilio periférico, lo que hace el autor es repasar su propia biografía para darse cuenta de hasta qué punto ha sido invadida por la muerte.

Hay otro aspecto menor de la obra y la persona de Álex Chico que me parece interesante: todo él es un acto de integración cultural peninsular. Natural de Plasencia, fue a licenciarse un poco más arriba, en Salamanca, para finalmente ir a radicar donde en la actualidad elabora su tesis doctoral sobre Gabriel y Galán: Barcelona. A su vez, da clases de lengua y literatura en El Prat de Llobregat, que viene a ser una auténtica Babel. Esto provoca que el autor cite para encabezar a sus poemas indistintamente a William Wordsworth o a Santiago Rusiñol, o que el título de dos poemas lo haya formulado en catalán (Revetlla y Testament). Esto indica que es un poeta dispuesto a dejarse contaminar por todos, más allá de oscuras polemiquillas políticas. Otro poeta catalán en lengua castellana de su generación (Joan de la Vega) es también ejemplo de esta promiscuidad procreadora, de esta apertura a toda clase de inseminaciones, que es tan necesaria para desencorsetar la poesía española actual.
 


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