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portada-uninvierno.jpg Un invierno propio (Consideraciones),
Luis García Montero
Visor, Colección Palabra de Honor, Madrid 2011.

Por Juan Carlos Abril
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No. 47 / Marzo 2012


 
 


La voz de la conciencia

El último libro de Luis García Montero ha sorprendido sobre todo por su novedad narrativa. Es ciertamente distinto a los otros discursos poéticos del autor, más o menos reconocibles y reconocidos en quien está ya destinado a formar parte de la historia de la literatura española y quien, por tanto, ha sido ya convenientemente estudiado y catalogado. Habría que recordar que su obra se encontraba enmarcada en tres grandes etapas, sin contar su primer poemario, El jardín extranjero (1983), y los poemas de Tristia (1982), reflejos marxistas de lo que se llamó La otra sentimentalidad, luego absorbida por la tentativa sociológica que representó la poesía de la experiencia; y sin contar tampoco con los libros dispersos de Además, volumen misceláneo que agrupa poemas de circunstancias, juegos, homenajes, etc., y que ha sido ampliado en las diferentes ediciones en que se ha reproducido; esas tres etapas, como decimos, dividen estilística y temáticamente a la poesía amorosa de Diario cómplice (1987) y Completamente viernes (1998); la de las canciones de Las flores del frío (1991) y La intimidad de la serpiente (2003); y la de Habitaciones separadas (1994) y Vista cansada (2008), de línea reflexiva y meditativa que entronca directamente con la poesía de la experiencia. A esta línea última, pero con matices que la distinguen y que van más allá, se adscribe Un invierno propio (Consideraciones), que podríamos calificar sin ambages como una obra maestra dentro de la madurez poética y vital de Luis García Montero. Intentaremos precisar y describir algunas de sus características, al menos someramente, ya que se trata de un libro muy ambicioso —38 poemas casi todos de largo calado— con profundos y complejos frentes abiertos.

Llama la atención el tono de los poemas, conscientemente fresco y como con frases sueltas y ágiles. Los poemas no presentan títulos sino aforismos, que son extractados y que luego se desarrollan dentro de los textos. Este aspecto formal, exhibido así de este modo, es ciertamente novedoso en Luis García Montero, ya que hasta ahora no se había mostrado como tal. Parece en ciertos momentos que hubiera una estructura de dietario sujetando la estructura del poemario, pero es más bien un armazón de fondo, como una malla que no se nota en torno al acontecer de los días. Todo esto Luis García Montero ya lo había transitado de un modo u otro, siempre con éxito en alguna de sus anteriores entregas citadas, pero a partir de ahí separa de su propia poética para convertirse en una indagación expresiva propia, haciendo una relectura de los propios planteamientos y necesidades formales. De hecho, hay que señalar esta novedad como un aspecto destacado no sólo de la poesía de García Montero sino de la poesía española actual, una indagación verbal que no funciona como retórica sino como herramienta para indagar en la realidad. Estamos sin duda ante una nueva etapa en su poesía. El lenguaje es siempre una herramienta para acercarse a la realidad, y no al revés: esto está expresado abiertamente, explícitamente, y el poeta se esfuerza en recalcarlo, ya que forma parte de su poética. Por tanto existe un sustrato de conciencia metapoética importante motivando estos poemas, lo cual no es óbice para que pierdan el hilo referencial que les vio nacer. La poesía es en este sentido tema de muchos poemas, apareciendo aquí y allá de manera directa e indirecta, como lo eran en otros poemarios y ensayos del autor (recordemos el titulado Poesía, cuartel de invierno, del cual este libro parece su fiel heredero), pero esta vez de una manera más descarnada, más seca. La poesía es aquí la consolación del poeta, resumen de los anhelos y afanes. Así, el poema que da título al conjunto del libro forma parte del primer verso de La poesía sólo existe como una forma de orgullo, una de las mejores composiciones en la que se plantea la felicidad del escritor que vive en su burbuja y se evade del dolor del mundo a través de la poesía. Las concesiones a todo esto, por otra parte, sólo las realizará el poeta al lenguaje coloquial en algunos fragmentos y partes de los poemas, cuando en algunas ocasiones se lance a reproducirlo para acrecentar el «efecto» buscado, estableciendo un diálogo cotidiano y contemporáneo con el lector, pero sin dejarse llevar del todo. Tampoco este recurso es novedoso en nuestro poeta, que siempre ha preferido abiertamente sus la figuración, y que ha sabido combinar registros y lenguajes a través de los mecanismos de su propia competencia lingüística. Pero no existirá ningún poema de corte abiertamente coloquial porque en Un invierno propio hay una hibridación muy interesante entre el lenguaje interno y el mundo objetual, primando el primero. Esas son las consideraciones, valoraciones o juicios que se ponen en la balanza, como lecciones de cosas.

Decimos que prima el lenguaje interno porque la poesía de Un invierno propio es una muestra del lenguaje de la conciencia. El discurso va de la conciencia del escritor a la conciencia del lector, con la seguridad de quien habla desde la verdad interior, que no es ninguna verdad sagrada sino una verdad propia, una certeza, como en Los secretos saben la verdad, toda la verdad, pero al más que la verdad: los secretos son el resumen de la conciencia, esas historias que a veces no sólo no debemos contar sino que no debemos ni recordar. Ese lenguaje es flujo pero no inconsciente, imaginativo pero no suelto, de ahí la apariencia de frase fragmentaria aludida anteriormente en el tono general. Así, lo que nos llega como texto no es un discurso gramaticalmente bien constituido, que también —por supuesto— lo es, formulado para ser leído, sino un discurso ulterior que ya se ha alimentado del pensamiento, que es fruto de una reflexión. Hay una narratividad muy marcada que acentúa estos aspectos enriquecedores de un discurso indagador en los vericuetos de la conciencia y que se abre como una matriz, los poemas asumen y adoptan más espacios sígnicos de manera performativa, porque forman parte de un proyecto de discurso que no sólo ha sido pensado sino previamente elaborado y reelaborado, abarcando diferentes ritmos prosódicos (los cuales son reflejo de diferentes análisis de la realidad) y enmarcándose en un estilo más abierto a la indagación verbal. Hay una desinhibición, una vuelta de tuerca a la narración más encorsetada del verso clásico de la poesía de la experiencia, y con esto también el autor parece sacudirse los propios fantasmas y temores de la repetición, inaugurándose y descubriéndose con libertad. La reflexión aquí es doble y en ese doblez es una suerte de tamiz que juega a reelaborar la estructura general de los temas o las imágenes. Podría decirse también que hay una desviación conceptual que va derivando racionalmente hacia aquellos lugares o zonas de pensamiento que el poeta pretende privilegiar, porque no olvidemos que todo esto se encuentra fuertemente «dirigido», como muestra el poema La realidad supone un buen negocio para la imaginación, donde el autor nos confiesa que prefiere una imaginación menos especulativa y que en cualquier caso sea «corregida» por la realidad, siendo también este poema una propuesta filosófica en clave netamente empírica, renunciando a las especulaciones metafísicas o idealistas para quedarse con lo concreto. De ahí las continuas alusiones al desorden, los conflictos y los problemas de realización de la identidad, que el poeta soluciona en las relaciones eróticas y afectivas, y que son en suma la actualización de las esperanzas de vivir. No la celebración sino la afirmación. Todas esas problemáticas desplegadas se irán recogiendo e integrando de manera paulatina hacia el final, como muestra viva del logro compositivo del libro. El amor como núcleo de la poética —de una vida— y justificación de la razón de ser:

Por eso escribo para que me lean,
y cuido las palabras, y persigo
la realidad en sus significados,
y procuro en el orden de mis ojos,
en la prosa del mundo,
que el realismo del sur
nos cite en una plaza con palmeras,
que el norte no se olvide de la nieve

y tú me digas sí
para venir conmigo.
            

La escritura no es un desahogo de un ser etéreo sino una propuesta lúcida y elaborada de unos planteamientos bien estructurados de un sujeto histórico y determinado. Desde los problemas de identidad plasmados en el símbolo de la página en blanco “Un cuadernos de páginas en blanco/ forma parte de mí”, conflicto que se irá formulando de diferentes formas a lo largo de todo el poemario, alternándolo con la dialéctica amorosa concebida como un diálogo ininterrumpido que se alza como respuesta. El amor como solución, como única esperanza del hombre, un impulso fraternal sincero, lejos de ingenuidades. Lo muestra el poema titulado Es bueno convivir con nuestros sueños, pero en habitaciones separadas, porque ya se sabe que Vivir es doblando banderas, igual que Las revoluciones son un asunto propio. De este modo se van recogiendo los temas en uno solo: Planteamiento, desnudo y desenlace forma parte de ese final bien estructurado que planea y plantea una respuesta a los enigmas de la identidad del inicio, Los idiomas persiguen el desorden que soy, problemas que fueron apareciendo durante todo libro, solventados en “Tal vez nos vamos de nosotros mismos, pero queda casi siempre una puerta mal cerrada…”, en lo que respecta a las individualidades y a otras construcciones históricas o cualquier aspecto esencializado o naturalizado: “nada de lo que ocurre ha estado nunca escrito”, dice en Un golpe de azar nunca abolirá mis dudas.

En suma, todas estas respuestas son no obstante soluciones poéticas y en Un invierno propio se hallan para acompañarnos, no de manera taxativa o tajante. La conciencia nunca se impone por la fuerza sino por la seducción, llevándonos por ese camino adecuado que da tranquilidad.

En sucesivas lecturas del libro, porque las admite debido a su complejidad argumental, nos damos cuenta de que lejos de concebirse como formulaciones universales son propuestas concretas para que cada uno elabore su propio lenguaje interior, construya su propia conciencia, se refugie del frío, busque el calor y haga suyo ese invierno de la meditación que todos llevamos dentro.
  


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