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portada-meditacionesorg.jpg Meditaciones orgánicas
Cristina Piña
Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2011.

Por Elba Serafini
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No. 47 / Marzo 2012


 

Hay una imagen introyectada del propio cuerpo que se sostiene en el tiempo, y nos contiene. No sabría decir puntualmente cómo y cuándo sucede una inconveniencia que delata una disimilitud entre esa percepción interna y la realidad.

Casi inmediatamente un estrépito sacude y anuncia que ya no hay cuerpo como el de antes. Se ha producido una caída.

¿Y qué sucede cuando, debido a una circunstancia, a un episodio concreto de forzada inmovilidad, el desajuste aparece y da lugar al reposo?

En Meditaciones Orgánicas lo que discurre no es lo que sucede a partir del desplazamiento físico, sino de todo aquello que aparece casi como un contenido onírico en la vigilia, como si lo inconsciente se activara en lo cotidiano para dar permisos, dirigir lo habitable, e ir configurándose por senderos lentos.

El libro se abre con un Cuerpo en desazón: “No hay cuerpo/ que se encuentre en su lugar,/ no hay una piel/ que rodee protectora y segura,/ su perfil,/ no hay bordes ni límites precisos,/ no hay lugar/ No hay un espacio/ donde quepa el cuerpo,/ no hay un perfil/ que delimite el aire,/ no hay fronteras/ para la piel./ No hay cuerpo,/ ni perfil del cuerpo,/ ni piel que lo defina/ no hay donde caber.”

Entonces es tiempo de la contemplación, de evocar la dulce infancia de manera vívida para liberarla de sujeciones, tiempo de  humanización de las mascotas y de la reflexión: “…agua que lleva la marca/ del azúcar quemado de la infancia,/ dulce como un copo/ que parece volar/ en el viento de la tarde.”

Una temporada para “oír el rítmico balanceo del viento” (Murakami), pero para recuperar la armonía, restablecer el entendimiento con lo externo y con la propia imagen. Antes se debe atravesar un tiempo de dolor, un tiempo de destrucción de la belleza, de hacer jirones lo admirado hasta empezar a creer en ventanas que traen nuevas luces.

Cristina Piña, escritora, poeta, traductora, profesora, cultora de las letras, de la amistad, de las artes; multipremiada: mención de Honor Domingo Faustino Sarmiento del Senado de la nación 2011; en este, su noveno libro de poesía desmembra y expone escenarios que muestran el padecimiento, para luego aliviarse y retomar caminos antes desviados.

En Cartas a la amiga y Duelos aparece nuevamente la evocación, hay monólogos, palabras dichas a un receptor ausente. En ese juego imaginario el otro cobra vida a través del relato, la perfección del paisaje acrecienta la pena y es necesario tomar distancia para no caer: “…Hoy arde el sol en el desierto/ y la boca seca, el sabor salado/ no vienen del oleaje/ sino de la extensión de lo vacío.” O “…Sea el silencio,/ entonces;/ sea la noche del lenguaje/ y el trino/ hasta que vuelva/ nuevamente/ el paisaje familiar.”

Hacia el final nos encontramos con la parte III que da título al libro: Meditaciones Orgánicas. Regreso al dolor. Katherine Mansfield en su diario escribió: “Hoy estoy enferma —no puedo andar nada— y tengo dolor” y en ese decir lo que aflige, los versos de Cristina Piña andan y desandan el recorrido tortuoso de la reconstrucción: “De pronto, los tejidos se han juntado,/ se han unido para tapar el desfiladero del dolor,/ para anular el hueco atroz por donde/ el dolor más estridente,/ el dolor más insufrible/ se coló en el nido apretado del cuerpo”.

Afortunadamente llega la salvación, de mano de Morfeo, quien prestó su nombre al derivado opiáceo que induce a un apacible estado de ensoñación, y a la desesperación del delirio: “…hasta que llega la morfina/ la amorosa y venerada morfina/ la elegante y suavísima morfina/ la heroína del dolor/ la belleza de la cura/ el cedazo de la seda…”

Y llega también la resolución; el regocijo de sentir el cuerpo en su lugar, inconmensurable, y en una esperada reconciliación, descubrir lo nuevo y desplegarlo sin añoranzas.

Es que el tiempo de la dolencia finaliza, un río de esplendor baña los bordes restaurados, envolviéndolos en un movimiento atinado de ansiada armonía. 


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