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portada-alrededores.jpg Alrededores
Sergio Luna
La Zonámbula
Guadalajara,
Jalisco, 2011.

Por Josu Landa
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No. 47 / Marzo 2012


 
 

Si la poesía —es decir: el arte: los frutos de la acción creadora del ser humano, en pos de placer estético— promete y prodiga una justificación específica de nuestras sufridas existencias, no ha de extrañar que algunos de sus avatares procuren ese cometido con un denuedo y una intensidad extremos. El bucolismo, por caso, se distingue justamente por agudizar y profundizar esa potencialidad de la lírica, ofreciendo mundos definidos por un contraste total con el mundo de la vida ordinario. Y el artificio por medio del cual puede inventarse el locus amoenus que llene de sentido nuestras opacas biografías es ejercido con un afán directamente proporcional a la dureza, agobio y esterilidad en que éstas se desenvuelven.

Alrededores, el poemario más reciente de Sergio Luna (Celaya, Gto., 1973), invita a ser asumido como una nueva expresión de la hermosa y por milenios recurrente pulsión por lo bucólico en la poesía, con lo que de paso actualiza la conciencia de la indistinción inherente al lugar donde acontece la experiencia poética. El alma tardomoderna y la posmodernista dejaron atrás, hace ya tiempos que resultan inmemoriales, los parajes y paisajes con que se nutrieron los ojos y los espíritus de nuestros antepasados. Los prados donde pastorcillos, en general inocentes, tañían sus caramillos a la vera de rebaños pletóricos de vitalidad y delectación o los claros de bosque por donde, en el momento menos pensado, podía fulgir la silueta de Pan o se congregaba toda la corte de ninfas y silenos presidida por Dioniso, desaparecieron por completo del imaginario del 'último hombre' nietzscheano. Nada más ajeno a éste que la calma alciónica, tan propicia para pensar sobre el ser propio y el del mundo cuanto para pergeñar los primeros versos de un nuevo canto a las Potencias. Lo mismo cabe afirmar de las llanuras y serranías por las que vagaron don Quijote y Sancho y de los claustros de serenidad y recogimiento edificados por las órdenes monásticas cristianas, para solaz y máximo sosiego de espíritus como el de fray Luis de León. Hoy en día, ni siquiera es viable la figura del flanneur de las urbes decimonónicas en ambas orillas del Atlántico, pese a los afanes a contrario de poetas paseantes como Luigi Amara.1 Tampoco resulta concebible el escritor-caminante de la Generación del 98, hollando las soledades de la Castilla intrahistórica.

Tenemos la impresión de que hemos hecho todo lo posible por cortar con esos mundos tan afines con lo que sea que constituya las profundidades de nuestros pequeños espíritus y, en general, hemos apostado por una exterioridad urbana, atiborrada de fealdad, miseria existencial, impiedad y violencia. Éstas y otras que se les asemejan son las materias que predominan —no copan en exclusiva, por ventura— en la poesía, la narrativa, la dramaturgia, la cinematografía y las demás expresiones de la llamada 'cultura de masas'. En verdad, la experiencia poética —es decir, artística— es posible hasta en las atmósferas culturales más demediadas y depauperadas, pero no andaba tan descaminado Walter Benjamin, cuando en el ya muy lejano 1933 hablaba de 'empobrecimiento de la experiencia' y de la manera en que, así, "hemos ido entregando una porción tras otra de la herencia de la humanidad".2

Se diría que, con Alrededores, Sergio Luna demuestra haberse atrevido a trasegar el sentido contrario a esa tendencia o que ha cedido al sano impulso de huir de la demografía urbana para hermanarse, no sólo con la singular naturaleza de ignotos montes y culebras de su Guanajuato natal, sino con los númenes que por ellos pululan, a despecho de la empobrecida sensibilidad hiperurbana del presente. En esa geografía están incluidas, desde luego, las carreteras y caminos, ese territorio específico de la fuga, en el que también fluyen la sensibilidad y la inspiración poéticas;3 aunque el ámbito general de lo vivido y lo plasmado en el libro de Luna podría describirse, por entero, con el título de uno de los poemas que contiene: Lugar como una casa: estancia de alcance cósmico, aunque pueda cifrarse en los límites de "una cerca de piedra, un rosal, un caballo bajo el mezquite, los follajes, su naturaleza indiferente. Ciertas hojas levantadas por el aire...". En suma: toda una 'tierra' asumida como "cuenco donde/ descanso/ de mí".  Así, en esa 'poesía de comunión' —como cabría caracterizarla con expresión debida a Octavio Paz— se entrecruzan dos vertientes: la de la experiencia exultante, vivificante, incluso sotérica —por lo que tiene de 'salvadora' ante el estrés y la depresión— y la del deslumbrante encuentro con personajes o fenómenos que rebasan las lindes de la normalidad.

Silao-San Felipe es un bello ejemplo del primero de esos dos cursos de la voz del poeta, pues, entrevera muy bien un entorno silvestre, con el viaje y el misterio: "Sombras de estrellas llenándose/ en los matorrales de los cerros// caían al río// lo vimos// y lo vimos después/ ya lejos// desde otra mirada". El mirífico encuentro con las cosas de ese mundo, tan ajeno al mundo de la vida cotidiana, puede orillar al poeta a la incertidumbre existencial: "En un claro intacto/ que la neblina todavía no borra/ un campo de girasoles// viajamos en el escenario de un sueño". Y donde, tal vez, esa poesía de comunión alcanza su mayor profundidad es en un manojo de esquirlas verbales preñadas del alígero espíritu del haiku. Ejemplo afortunado referido al pájaro: "Un poco de carbón/ plumaje y sombra/ se adentra/ cae/ en la hoguera del día". Un par de casos un tanto más ortodoxamente comprometidos con el mencionado género poético: "La sombra del mezquite/ florece —lejanía—/ para nadie"; "Atorada/ en las espinas del mezquite/ la luna/ se desangra".

No es extraño que quien se funda así con esa naturaleza a la postre constituida, humanizada por el paso y la mirada del poeta, pueda dar cuenta de visiones o sucesos insólitos, aun en estado de vigilia y sobriedad: "...algo en ese centro me detuvo/ [...] y donde/ no había visto/ casi no se podía ver/ un coyote sentado/ estoico en medio del oleaje amarillo/  su pelaje su cuerpo/ pastizal también/ ojos abiertos y brillantes/ salvaje/ el coyote miraba fijo al sol/ imaginé que el sol —otro animal—/ y el coyote/ se miraban// me quedé inmóvil/ y los vi/ arder". En otro momento de Alrededores, se habla con deleitable plasticidad de este hallazgo: "El asta de un venado/ a medio enterrar/ entre la hojarasca y la tierra// como todo el Silencio que habita/ entre mi memoria/ y las palabras".

Con este libro —donde no faltan caídas y fallas, todo hay que decirlo— Sergio Luna da muestras de la progresiva consolidación de una voz y una conciencia poéticas, por lo que cabe esperar ulteriores reincidencias, en las que nos depare nuevos y excelentes frutos del huerto que ha venido cultivando en las inmediaciones del mundanal ruido.

 

1 V. Luigi Amara, A pie, Oaxaca, Almadía, col. Pleamar, 2010.

2 W. Benjamin, "Experiencia y pobreza", en Discursos interrumpidos, Madrid, Taurus, 1982, p. 173.

3 El propio poeta destaca este hecho, en el poema significativamente titulado "En el camino": "...las palabras vienen / en mitad de un lugar donde no hay momento para detenerse / digamos en la autopista donde camiones y coches pasan a 100 a 120..." (p. 19).



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