.....................................................................

portada-21-caballos.jpg 21 caballos
Yolanda Pantin
La Cámara Escrita,
Caracas, 2011.

Por Igor Barreto
.....................................................................

No. 47 / Marzo 2012


 

Cuando el pez pica el anzuelo, el nylon del pescador se tensa y se adelgaza tanto que nos asalta el temor de que pueda romperse. Sin embargo, cuando la presa se acerca a la orilla, el hilo retoma su calibre natural, y podemos ver el color que tenía el carrete cuando lo compramos en la tienda de deportes, con sus destellos azules que recordaban el exacto color del mar. Eso desvariaba la mañana en que leí los poemas de 21 caballos, el último libro de Yolanda Pantin. Son poemas de tono íntimo, escritos con sonidos e imágenes que se adelgazan, se tensan, en su oscuridad y refinamiento, pero en otros instantes, esos mismos versos recobran su claridad sobre el mundo con frialdad y certeza. Se trata de dos maneras que se alternan en la obra de la poeta venezolana, haciéndose más evidentes en libros como El cielo de París y Poemas del escritor (ambos de 1989). En esos libros, dichos registros se separan y se pueden distinguir a simple vista. En otros títulos, el ‘realismo’ o el ‘intimismo’ estetizante y cosmopolita aparecen en uno u otro poema, o se entremezclan en una sola pieza. Se trata de una forma de existir poéticamente.

A estas alturas del recorrido de su obra ya podemos hablar de un ‘cuerpo’ que sólo espera ser nombrado, tolerado y comprendido por los tres mil lectores de poesía que hay en América Latina, o por la escasa crítica. Creo que su escritura, que ha sobrepasado cómodamente la decena de títulos, se sitúa en nuestro panorama voluntarioso y emotivo, como una poesía que ejerce el oficio con frialdad y conciencia, aun en los momentos en que roza lo atroz. A veces he pensado que se trata de una ‘poesía sin piedad’. No podría decir que carece de lirismo, pero el suyo no viene por el camino de lo emocional, como suele ocurrir, o por ese almibaramiento formal de estíticos resultados, o hallazgos castellanos cercanos a la iluminación mística. Su poesía está llena de convencimiento, de adustez, y por instantes me recuerda los pasajes donde Cioran le reclama a Valery el equivocado camino de la autonomía de lo poético en la tradición francesa. Porque la obra de Pantin vive su presente, y no siente pudor cuando la política o la mugre le muerden un costado del poema. Eso sí, sin perder ‘el control’, la poeta no abandona ‘el control’ de sus letras humanas y se distancia de esa manera de tentaciones, rimbaldianas o mallarmeanas.

No hay en sus poemas rechazo al símbolo, pero tampoco, renuncian a la ‘claridad’, al tratamiento directo. Por ese camino podrían tenderse puentes de admiración con el clarísmo apolónico de los acmeístas, donde lo simbólico se hace acompañar de lo preciso, lo armónico y lo concreto. Pero no hay que viajar tan lejos para buscar referencias de lecturas que han formado a Yolanda, o que simplemente podrían ayudar a comprenderla. Pensemos en una enumeración que incluya los nombres de Blanca Varela, Adrienne Rich, Elizabeth Bishop  o en sus relecturas del Trilce de Vallejo. Muchos de los quiebres de su ritmo, de sus desarreglos sintácticos están allí, como reflejo de esas referencias.

No creo que la poesía de Yolanda Pantin tenga que ver con la antipoesía, sus artefactos o parapetos. No hay presencia de un espíritu de vanguardia que utilice la pedagogía marxiana del blanco y negro. Lo que sí hay es un lenguaje pregnante que mira en varias direcciones a la vez y se deja contaminar de todas, permaneciendo el individuo como centro. Recuerdo aquello que Ramón Gómez de la Serna llamaba “el punto de vista de la esponja”;perono sólo pienso en la  multiplicidad de miradas de la esponja marina, sino también en la tremenda libertad asociativa del poeta de las tertulias de El Pombo,  actualizando en un lugar distintas temporalidades y espacialidades. El lugar de la poeta (su casa familiar) es el lugar del mundo. Y a veces esta circunstancia se torna laberíntica como en el poema Blanco sobre blanco, o en ese otro maravilloso poema titulado El ciego, donde nos aproximamos a un sentido de lo real donde lo imaginado, lo ficticio y lo concreto cohabitan bajo iguales jerarquías y tratamientos. Lo mismo acontece con el tema político, sin duda, uno de los sustratos que cimentan este libro; sin embargo, ese tema no ocupa un primer término de importancia sino que queda disuelto, sin necesidad de caer en obligatoriedades o ‘compromisos’.

Desde otros centros de atención, hay un contraste que me resulta llamativo e interesante, me refiero a esos altisonantes títulos de poemas como Fidelidad, Revelación, Desidia, Brío, que descubren, sin embargo, un desarrollo poético muy contemporáneo. ¿Será una manera de hablarle al anacronismo que somos? Quisiera decir, ya para cerrar, que esta poesía que en un comienzo pudo ser vista y relacionada con temas como el discurso femenino o el reconocimiento del cuerpo de la mujer como instancia específica, ahora ha rebasado todas las consideraciones parciales, alcanzando una resonancia humana, ambiciosa y abarcante. Sin duda, 21 caballos, nos hará mejores lectores.


Leer poemas reseñados...


{moscomment}