El (re)conocimiento de la fragilidad es un importante aspecto en todas las tradiciones místicas. Entre otros antecedentes bíblicos se encuentra Qohelet, el predicador del Eclesiastés que vivió en el siglo IV o III a.C. y refutó con su sinceridad la arrogancia del optimismo griego: ¡Esto no tiene sentido [decía Oohelet] esto no tiene sentido, nada a qué aferrarse!/ ¿Qué le queda al hombre de todas sus fatigas/ cuando trabaja tanto bajo el sol?” (1.2, 3).
Pero la queja más larga y famosa de la antigüedad cristiana es la de Job, quien sopesaba como infinito el tamaño de su aflicción: “Se va deshaciendo mi vida/ los días de aflicción se han apoderado de mí/ De noche se me taladran los huesos/ y no descansan mis llagas” (30.16,17). Según María Zambrano: “el poeta Job fue quien inauguró la historia del hombre”. Si con esta sentencia la filósofa se refirió a la historia del dolor humano, resulta muy desalentador corroborar que al parecer éste no se alivia con el transcurso del tiempo sino que se agrava. En el voluminoso y detallado estudio La era de los extremos, el breve siglo XX, 1914-1989, Eric Hobsbawm ha aportado las cifras estadísticas que comprueban que el siglo XX ha sido el período que ha producido más guerras, más hambre, más enfermedades, más muertes, más catástrofes y más destrucción que todos los siglos anteriores. Y al decir de Juan Liscano: “pareciera que [durante el siglo XX] hubiéramos vuelto a las convicciones gnósticas de la primera antigüedad sobre un mundo creado por las fuerzas del mal”.
Frente a estas fuerzas del mal, Job representa un emblema del aniquilamiento personal, pero frente al mundo sagrado representa un símbolo de fidelidad y autorrecuperación. El aparecimiento de la figura de Job data de forma incierta entre los años 600 y 300 a. C., pero muchos siglos después su honda queja ontológica revivió en la tradición hispánica a través de la relación simbiótica que César Vallejo estableció con él (tal vez a propósito, tal vez sin querer).
El famoso primer poema del primer libro de Vallejo comenzó con los versos: “Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé,/ golpes como del odio de Dios; …/ Esos golpes sangrientos son las crepitaciones/ de algún pan que en la puerta del horno se nos quema” (Los heraldos negros), con un sentido muy similar a las palabras anteriores de Job: “¿Por qué me has tomado como blanco de tus golpes?/ ¿En qué te molesto?” (7. 21). “El, que descubre fallas en sus mismos ángeles/ ¿Qué decir de los que viven en casas de barro/ cuyos cimientos no son más que de polvo/ y a los que se aplasta de un golpe como un insecto?” (4.18, 19, 20).
La crítica hacia el Dios que hace o permite el daño alcanzó en Vallejo los mismos intensos niveles que en Job (quien en la teoría mística ejemplifica el proceso de auto-conocimiento). Vallejo pensó que “Dios estaba enfermo” el día en que lo creó, porque de otro modo no hubiese hecho tan mal trabajo: “Yo nací un día/ que Dios estuvo enfermo” (Espergesia), coincidiendo otra vez con Job, quien había expresado la misma desazón sobre su propio nacimiento: “Maldito el día que nací/ y la noche que dijo:/ ¡Ha sido concebido un hombre!/… que sea triste aquella noche/ impenetrable a los gritos de alegría” (Job 3. 3, 4, 6, 7).
En el poema Los nueve monstruos Vallejo escribió: “¡Jamás, hombres humanos/ hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera/ en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!” (Poemas humanos),como un eco de las palabras de Job: “Si se pudiese pesar mi aflicción/ y poner mis males sobre una balanza/ pesarían más que la arena de los mares” (6. 2, 5).
El día 29 de marzo de 1938, menos de tres semanas antes de su muerte, César Vallejo pidió a su esposa Georgette que tomara nota de las siguientes palabras: “Cualquiera que sea la causa que tenga que defender ante Dios más allá de la muerte, tengo un defensor: Dios” (Allá ellos 118). Estas palabras de Vallejo prácticamente repiten otras casi exactas de Job: “Pero tengo en los cielos un testigo, allá arriba tengo un defensor” (15.19).
El lazo de casi idéntica factura entre las palabras de Vallejo y las de Job hace desaparecer la enorme distancia histórica que los separa e ilustra el ininterrumpido nexo entre el sufrimiento humano y los procesos espirituales o místicos, pero también la intensa relación entre psicología y religión. Hacia 1952, C. G. Jung publicó un libro titulado Respuesta a Job, donde asegura que el hombre conoce el motivo de su sufrimiento espiritual asume el silencio histórico que le tocó en suerte, y se deja conmover por él “a través del afecto” para poder transformar la ceguera del dolor en conocimiento.
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