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portada-pulso-guerra.jpg Pulso
Silvia Guerra
Ediciones Amargord
Madrid, 2012

 
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No. 48 / Abril 2012


 

Ojo de agua

En el campo tranquilo duerme el alba
está tu nombre ahí merodeando la sombra
como eco rozando con la vara los metálicos
mimbres que en ramalazos traen estrías de
luz en el rielar quietísimo del agua recostada
en las hojas de los álamos dulces. Llega hasta
aquí como la misma sombra y al músculo
enaltece sin nombrarlo, otro golpe en el pulso,
finísimo ramaje enardecido, algún pájaro canta
o gorjea, lejos- avisando- agorero. En algún sitio
empieza la lluvia, deliciosa.
Y cuando el blanco del albor tiña las líneas
y suene entre las hojas el aire del estanque
es Alma, estremecida pronunciando
mi amor la sola línea. Sin pájaro
Tu nombre.



Alucinaciones en un campo vacío

En el reflejo, en las
copas dobladas por el
viento constante se
constata la
delicadeza inmensa
de las ramas. El
horizonte es un
recuerdo permanente
nítido que emerge de
la noche. Se afina el
diapasón con frágil
mano en la anterior
manera de venir, o
en la constancia. Algo
turbado expande el
elixir sobre ese yerro
infinitesimal del aire
sobre alguna moneda
que rodó de la mesa
una pinta que la edad
marca en el dorso de
la mano. Más que
adverbio abreva ahí
inmediato en tránsito
variado la muestra es
amplia y poderosa,
apremia: la
propiedad del blanco
los campos
sucediéndose veloces
por cualquier
ventanilla el fragor
de los cantos con que
empieza a percutir lo
inmenso la realeza
que reza de modo
indescifrable. Quedan
las manos juntas
sacando lo poco del
herrumbre con las
yemas viendo en el
arsenal la descriptiva
mientras más lejos
se trenza esa corona
con espuma hasta el
ras rostros dañados
por uñas en un sueño
invertebrados sobre
un suelo de plomo. Y
la noche haciéndose
a sí misma
adentrándose en
todos los resquicios
batiendo desde el
Oquendo centro
hasta su borde
blanco, hasta la luz
que tienta en un
pretil del canto.




Presunción del cielo

Las ramas secas, negras del invierno visto en la velocidad
corren de canto, ven hasta aquí a beber
gotas traslúcidas sobre las hojas frescas
ven hasta aquí, y trata de que encienda ese pabilo.


Si vienes de la cima tarareando, capaz que puedo
Verte, capaz que de vuelta encuentro en el recodo
el ojo de agua subsumido manando entre las hojas
de los álamos y hay un nido que canta entre los sauces.

Pero no. Claro. Clara el agua se vierte sobre sí y se hunde
Manantial a sí misma, agua en el agua.
El hoyo central es el del viento. Ni tú ni yo
Podremos detenerlo, ni tú ni yo, ese aniquilamiento.

Enjoya el espaldar, sabes que el agua también tiembla.
Llevaste el Alma altísima hasta allí, que me retumba
Toma, y canta

 


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