No. 48 / Abril 2012

 

Eduardo Milán
 

 



Guillaume de Poitiers*


Canción

Hice un poema sobre nada:
No es de amor, no es de amada,
No tiene salida ni entrada;
        Al encontrarlo
Iba durmiendo por el camino
        En mi caballo.

Yo no sé cuando fui alumbrado,
No soy alegre ni exaltado,
Ni parlanchín ni callado,
        Ni le hago caso:
Acepto todo lo que es dado
        Como un acaso. ]

Recuerdo poco cuando adormecí;
Al despertar, muy poco vi,
Mi corazón casi partí,
        Con ese mal,
Pero no me fi jare ni en ti
        Por San Marcial.

Estoy enfermo y moriré;
Nadie me ha dicho de qué,
A un médico recurriré.
        Y no sé cual
Será un buen médico, veré,
Si no, fatal.

Tengo una amiga, pero quién es
No sé ni ella sabe, esto es,
Ni quiero ver, por esta fe,
        Nada concierta
Si hay un normando o un francés
        Contra mi puerta.

Yo no la vi y amo a nadie
Que no me hizo bien ni daño
Y no me vio. Y no es desgano.
        Tanto me da:
Yo sé de otra, desde antaño,
        Que vale más.

Canción al fi n, no sé de quién,
La pasaré sin prisa a alguien
Que la dirá, por este bien,
        A alguien cercano
Que la dejará, también,
        En buenas manos.


Joao Cabral de Melo Neto


Conversación de Sevillana


Si vamos todos al infierno
es fácil decir quién va antes:
desnudos, lado a lado en esta cama,
allá vamos antes que Dante.

Yo sé bien quién va al infierno:
primero nosotros, en estos trajes
que nunca nadie bendijo,
nosotros, desbendecidos de padres.

Después de nosotros, al infierno
van los chauffeurs de taxis,
que aunque pagados nos conducen
parados al fondo, con ultraje;

después la policía, los porteros,
los que miran detrás de las vidrieras,
quienes controlándolo todo
hacen que el controlado los vea.

Después irán esos que hacen
de lo que es control, autoridades,
los que golpean con el pie en el suelo,
los que “¿sabes quién soy? ¿no lo sabes?”

En fin, el que manda va primero,
va de cabeza, va directo:
tal vez necesite sargentos
la orden unida del infierno


Cosa de puntuación

La gente acepta que al hombre
le cabe puntuar su vida:
que viva en punto de exclamación
(dicen: tiene alma dionisiaca);

que viva en punto de interrogación
(fue filosofía, ahora es poesía);
que viva equilibrándose entre comas
y sin puntuación (en la política):

el hombre sólo no acepta del hombre
que utilice la puntuación fatal:
que use, en la frase que él vive,
el inevitable punto fi nal.


Cuentan de Clarice Lispector

         
Un día Clarice Lispector
intercambiaba con amigos
diez mil anécdotas de muerte,
de lo que tiene de serio y de circo.

Llegan de pronto otros amigos
que vienen del último futbol,
comentando el juego, recontándolo,
rehaciéndolo, de gol a gol.

Cuando el futbol languidece
abre la boca un gran silencio
y se oye la voz de Clarice:
¿Volvemos a hablar de la muerte?


* Esta versión toma en cuenta la versión en portugués de Augusto de Campos.

 

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