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No. 48 / Abril 2012

 

Abel Ochoa Suárez
(Ecuador, 1986)



Presente y pasado


Del Yahuarcocha brota mi Dios, de la luz roja
del semáforo nacen proverbios sin espada,
de la sonrisa tuya, pandemia que anda coja,
tus pupilas me miran. Muero, mi amada hada.

Soy hijo de la muerte, que cabalgó por suelo
manteño, degollando quimeras con la quena.
Me parió el sol radiante, anocheció la pena,
surgí del vademécum, la arcilla, y el trovero...

Me encanta el desengaño, cuando está en el camino,
recorre con cariño y anda sin comisario,
y el anuario vacío que se llena con tiempo,

tertulias que despegan relegando un buen vino.
En tiempos de conquistas, me quedo en el incario:
la moda y la pelota fueron un pasatiempo.





Bandera


Cuántos fiambres lacerados cobijas entre tus franjas,
cavando tumbas en deshilachadas formas,
dando alaridos por el falange que toca
tu cementerio de seda o trapos raídos.
Hastiadas de sollozar en los mapamundis,
cenizas —inmersas en símbolos ficticios—
anduvieron inquietas por supuestas endemias
de flaqueza de arcilla.
Las almas danzan al compás de los tambores,
haciendo hileras rumbo a ninguna parte
acatando el perímetro de los mojones,
que sólo son eso y más nada…
Las bocas en ti esparcieron su promesa
haciéndote una caterva de hieles,
una orgía pueril de chovinismo light,
extinto hormiguero de sudor y sangre.
Los altavoces melindrosos pululan el ambiente,
balbuceando ángeles enmarañados en balística antigua,
caimacanes siempre alcoholizados de agua bendita.
Las estrellas estampadas irradian haces de oscuridad
donde sólo los empecinados
se desangraron por un trozo de nada,
mientras los otros animales abrigan su madriguera
sin pretender ampliarla tres metros por detrás.
Te cuelgan conmemorando a los colgados
que patearon el banquito y se dejaron flamear
por el céfiro con aroma a patria pisoteada.
Sigues somnolienta bebiendo linfa escarlata,
colgada como los murciélagos,
tiñéndote de múltiples colores.
Retazo fratricida, tu madre Tierra llora.





 



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