José Luis Rico Carrillo
(Ciudad Juárez, 1987)
Calle Mariscal
En el burdel, la alfombra bebe nuestros pasos.
Liliana avanza, displicente,
como una víbora de océano
entre un montón de olas y penumbras;
se lleva a mi amigo.
Yo los miro ascender por la escalera
como en el agua
salta un pez
y lo ataja una gaviota.
Afuera, en el teatro de las sombras,
la luna abre la calle
y la basura
fluye por las venas del mundo.
Las ciudades más grandes de la noche
ocultan en sus huesos
la dicha y los condones,
la plata quemada de mi infancia.
Lleno mis pulmones con el humo
y comprendo que somos la caída,
la lluvia de otra agua
que elige
no decirse.
Mi amigo y Liliana reaparecen. Una bailarina
se oprime el seno
y vierte leche en una copa.
Las horas pasan.
Ricardo se despide y se va.
Una mujer da un paso tambaleante
y se desploma. Otra la levanta por los hombros.
Clava sus ojos en los míos
de un modo en que sé
que una distancia inexorable nos hermana.
Calle Mariscal 2
Las máquinas arrancan los burdeles,
los cimientos, la zona roja antigua.
Camino por la calle Mariscal
que la banda precautoria
ciñe a lo largo de las cuadras.
Las mujeres atraviesan el escombro
más duro que su piel,
más fierro que sus vidas
y las grúas en medio del ocaso
las ahuyentan con su rojo.
Entro en la cantina de Colón
donde te conocí hace 5 años.
En esta barra apolillada
el vaho germina de los vasos
quebrados por los días.
Pido un tequila y botana.
A mi izquierda, un anciano
que me recuerda al profe Lemus
bebe
y el tintineante gozo
que destruye la ciudad
me lleva a ese invierno.
Yo tenía 18 años, odiaba el mundo
y me invitaste una cerveza.
Después salimos a la calle, al encuentro
de las rapaces y negras
estructuras, a los hornos que forjan
la erección.
Recuerdo que nevaba en el desierto
y yo te mordía los pezones,
te hincaba los dientes en la piel.
Luego, en el verano, dejaste de buscarme.
Me quedé plantado
entre música y neón
pero el rostro del mundo me era bello.
Yo, que pensaba suicidarme,
encontré en los bares más antiguos
la danza, la ceniza y los signos
que forman las marcas de los vasos.
Como, bebo y este bar,
que será demolido con los otros
escalda mi lengua y mis palabras.
El anciano
de guayabera y lentes gigantescos
voltea a verme, brindamos
e imagino que es por la ciudad,
por sus falanges, sus vértebras de oro.
Las máquinas rompen el concreto
y las prostitutas se dispersan.
Pienso en cada migaja
que he puesto en mi boca
y bebo, bajo el rugido de años potentísimos
que lentamente me van a abandonar.
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