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No. 48 / Abril 2012

 

José Luis Rico Carrillo
(Ciudad Juárez, 1987)



Calle Mariscal


En el burdel, la alfombra bebe nuestros pasos.
Liliana avanza, displicente,
como una víbora de océano
entre un montón de olas y penumbras;
se lleva a mi amigo.
Yo los miro ascender por la escalera
como en el agua
salta un pez
y lo ataja una gaviota.

Afuera, en el teatro de las sombras,
la luna abre la calle
y la basura
fluye por las venas del mundo.
Las ciudades más grandes de la noche
ocultan en sus huesos
la dicha y los condones,
la plata quemada de mi infancia.
Lleno mis pulmones con el humo
y comprendo que somos la caída,
la lluvia de otra agua
que elige
no decirse.

Mi amigo y Liliana reaparecen. Una bailarina
se oprime el seno
y vierte leche en una copa.
Las horas pasan.

Ricardo se despide y se va.
Una mujer da un paso tambaleante
y se desploma. Otra la levanta por los hombros.
Clava sus ojos en los míos
de un modo en que sé
que una distancia inexorable nos hermana.




Calle Mariscal 2


Las máquinas arrancan los burdeles,
los cimientos, la zona roja antigua.
Camino por la calle Mariscal
que la banda precautoria
ciñe a lo largo de las cuadras.
Las mujeres atraviesan el escombro
más duro que su piel,
más fierro que sus vidas
y las grúas en medio del ocaso
las ahuyentan con su rojo.

Entro en la cantina de Colón
donde te conocí hace 5 años.
En esta barra apolillada
el vaho germina de los vasos
quebrados por los días.
Pido un tequila y botana.
A mi izquierda, un anciano
que me recuerda al profe Lemus
bebe
y el tintineante gozo
que destruye la ciudad
me lleva a ese invierno.
Yo tenía 18 años, odiaba el mundo
y me invitaste una cerveza.
Después salimos a la calle, al encuentro
de las rapaces y negras
estructuras, a los hornos que forjan
la erección.
Recuerdo que nevaba en el desierto
y yo te mordía los pezones,
te hincaba los dientes en la piel.

Luego, en el verano, dejaste de buscarme.
Me quedé plantado
entre música y neón
pero el rostro del mundo me era bello.
Yo, que pensaba suicidarme,
encontré en los bares más antiguos
la danza, la ceniza y los signos
que forman las marcas de los vasos.

Como, bebo y este bar,
que será demolido con los otros
escalda mi lengua y mis palabras.
El anciano
de guayabera y lentes gigantescos
voltea a verme, brindamos
e imagino que es por la ciudad,
por sus falanges, sus vértebras de oro.
Las máquinas rompen el concreto
y las prostitutas se dispersan.
Pienso en cada migaja
que he puesto en mi boca
y bebo, bajo el rugido de años potentísimos
que lentamente me van a abandonar.




 



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