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portada-rodrigo-bitacora-del-arbol-nomada-ed-jus.jpg Bitácora del árbol nómada
Balam Rodrigo
Jus,
México, 2011.

Por Juan Cristóbal Pérez Paredes
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No. 49 / Mayo 2012



En alguna de las páginas de El secreto de la fama, Gabriel Zaid cita una reflexión de Don Marquis, el escritor norteamericano; éste escribe: “Publicar un libro de poemas es como dejar caer un pétalo de rosa sobre el Gran Cañón y esperar el eco”. A propósito, Octavio Paz acuñó la expresión inmensa minoría para referirse al público adepto a las manifestaciones artísticas, al auditorio, a los lectores. La frase de Marquis es irónica y rebosa sentido del humor. La expresión de Paz, acaso, revela un trasfondo de contenida resignación. Don Marquis describe una circunstancia; Paz inaugura un estamento social, una casta privilegiada.

¿Qué es, en última instancia, la presentación de un libro de poesía? ¿Para qué sirve la lectura de poemas? Según Marquis, la repercusión de la poesía en las grandes aglomeraciones sociales es casi nula: tiene un eco inaudible. La poesía no se oye porque no tiene impacto, y la voz del poeta se extingue en su apasionada e inútil letanía. Los pocos son los muchos, dirá Paz, dejando pendiente la cuestión de los muchos que no leen ni leerán poesía. La manera en que las ideas se transmiten de generación a generación tiene siempre algo de misterioso. Poco saben, pocos necesitan saber, que piensan ideas que Platón inventó hace unos 2,400 años en la ciudad de Atenas. Son platónicos a ultranza pero lo ignoran. Entonces, ¿cómo es que hay ideas de Platón en nuestras cabezas?

El hecho de que la poesía no se lea, que carezca de lectores en cantidad y calidad, jamás puede implicar que no tenga impacto. Publicar un libro de poemas es como dejar caer un pétalo de rosa en el Gran Cañón y observar, con asombro, la conmoción geológica del planeta, aunque, de hecho, no se produzca ningún sonido. Don Marquis mide el impacto de la poesía con arreglo a un principio cuantitativo, y Paz también, si bien éste último de manera un poco más sutil. Es tanto como pensar, pero por supuesto ni Don Marquis ni Paz lo hicieron, que el número de lectores cautivos incide en la calidad de la poesía que se produce. La influencia de la poesía nunca ha sido multitudinaria, con todo y que la Biblia, un auténtico best-seller de un nivel poético insuperable, constituya la lectura de cabecera de miles de personas. Sin embargo, sí es una influencia profunda, muy similar a la que continúan ejerciendo los Diálogos platónicos.

La poesía, el arte en general, afecta la vida de personas que nunca leen poemas. Y esto es extraño. La cara visible del éxito no es sino la máscara de la reputación perecedera. La poesía que no se lee es la que termina por configurar los nuevos afectos y las nuevas emociones. Confío en que aquí y ahora, en este momento ustedes y yo, la inmensa minoría que somos, asistamos a un acto de celebración de la nueva sensibilidad, aquella que seguirá siendo nueva en las siguientes décadas, y de la que Balam Rodrigo es un constructor.

Como todos los libros de Balam Rodrigo, Bitácora del árbol nómada reúne unos poemas de gran intensidad. Desde el principio, resalta la preocupación del poeta por los problemas de una poesía que se resiste a extenuar su aliento en el folklore regional. Se trata de una preocupación central en la meditación del poeta: cómo elevar la voz, cómo expandirla sin que ésta extravíe su origen y se vuelva un canto vacío, abstracto.

Respecto del título del libro, Balam Rodrigo aclara: “…decidí cambiar la palabra andasolo (mote con que se designa a los vagabundos en Chiapas y Centroamérica) por árbol nómada, para darle al poemario un nombre menos regional”. Falso: la concesión que Balam Rodrigo hace no obedece, en el fondo, a un criterio que privilegia lo universal o nacional sobre lo regional; simplemente Bitácora del árbol nómada es mejor título que Bitácora del andasolo, y no porque andasolo sea una fea palabra sino porque en ese nombre no funciona, no logra abrir todas sus posibilidades sonoras. Culpemos al poeta.

Detrás de este pequeño gesto se esconde la estética de la poesía de Balam Rodrigo: siempre se trata de escribir lo mejor posible, de efectuar la mejor elección entre una palabra y otra, sin perder de vista la región, la textura particular de una sensación o el espíritu insólito de un pueblo de Ocozocuautla. Consideremos el siguiente poema de la serie Abrilésima nostalgia:

La lluvia acicala los puentes
y agita su limpia cabellera
en los barandales del cielo.

Del cuerpo y de la lluvia
liban los pájaros de abril
que apuñalan el vacío
con cuchillos de aire.

El poeta vio esta poderosa sucesión de imágenes en algún lugar de Chiapas, pero por efecto de las palabras, de su impresionante y propia sucesión, lo mismo conmueve a un lector de Delicias que a uno de Montevideo o París. La lluvia es un ser (¿un ave, una diosa, una muchacha?) con cabellera que une al cielo y a la tierra, o mejor una cadena del ser en donde el microcosmos y el macrocosmos encuentran correspondencias tanto más cotidianas cuanto más inéditas: los puentes que franquean las depresiones de la tierra son acicalados por una lluvia que, a su vez, acicala, agitándola, su propia cabellera, desde las alturas de los barandales celestes. La cabellera de la lluvia es la lluvia misma, limpia, radiante, que acicala una superficie terrestre surcada por puentes. Mientras llueve, los pájaros cantan, apuñalan el vacío con sus cuchillos de aire. El cuerpo del que liban los pájaros de abril es ese que la lluvia termina por borrar con el tiempo; el cuerpo como metáfora de la fragilidad y metáfora de metáforas: el cuerpo es un signo. En otro poema de la misma serie Balam escribe:

Amar es desatar abrilación en rojo y amarillo
que más no vuelve ya por nuestros cuerpos:

Frágiles signos que borra la lluvia con el tiempo.

Esta poesía visual sabe ser metafísica. El amor es una temporada del año y unos colores, el amor es un temporal en el que nos va la vida de los cuerpos-signos que, como las olas del mar a las letras en la arena, lava y termina por desvanecer. Abrilación, abrilésima, ejemplos de la radical temporalidad que todo lo pone en movimiento, como en la impresionante imagen de Heráclito, panta rei, flujo extremo, radical de las cosas que no son sino cosaciones, procesos, infatigable acción. La lluvia arriba y abajo, antes y después del amor, antes y después de la muerte. Esta “exaltación de la lluvia”, nos descubre la naturaleza anfibia de las palabras, que por una parte son, en efecto, palabras, signos significantes, y por otra parte expresiones de lo real, idea que convierte a las palabras en una pintura de lo que acaece, según la expresión de Ludwig Wittgenstein.

De la serie titulada La ebriedad de los solos, escojo un poema que me parece central y justifica el nombre del poemario. El poema dice:

Árbol crecía. Al ancho lomo de mi cuerpo
acudían las aves todas:

Sombrar mi risa, sombrar mi casa
─decían de mi cabello alborotado.

Hasta esa noche en que decidí
arrancarme las raíces,
los largos dedos de bejuco,
las lenguas lianas.

Así conocí lo que había bajo mi especie,
lo que había bajo mis plantas.

Y caminé para verlo todo:

Sin embargo, nunca pude pronunciarlo.

El árbol es, pues, el andasolo, el vagabundo, el solitario, el poeta. El árbol es el desarraigado, el que se aleja de su tierra justamente para acercarse más a ella. El que pierde su lengua para encontrar la lengua, lengua que dice todo sin decir nada; el que arranca sus raíces y se afirma en el movimiento perpetuo del ser. Sin raíces (sin fundamento) el poema comienza a caminar, comienza andar para propiciar un acto desmesurado y supremo: verlo todo. Es imposible, y este es un de los logros reiterativos de la poesía de Balam Rodrigo, no encontrar aquí imprevistas resonancias de la poderosa tradición poética. La noche en la que el árbol rompió sus lianas y ataduras es la misma noche en la que el poeta Hölderlin erró bajo el resguardo de un firmamento del que los dioses han huido. Entonces la poesía se vuelve rumor, poderoso rumor, y esa exquisita imposibilidad de pronunciar lo que no se puede pronunciar que transforma al poema en un himno de polvo que disemina “el nombre que no volverás a recordar”.

La poesía no es un triunfo de la palabra que dice todo y todo lo dice. La poesía es el lenguaje de los nómadas, que saben de la muda impertérrita de los significados, de la traición que encierran cada palabra y cada sustantivo. La diseminación del nombre implica, a su vez, la proliferación de lo real en el modo del viaje. El poeta abre una bitácora de acontecimientos que renuncia, desde el primer momento, a registrarlo todo. El poeta es una contradicción y en esa contradicción se resuelve su existencia: es un árbol pero camina, lo ha visto todo pero no puede siquiera pronunciarlo. Por eso el lenguaje esta tan asombroso, y el literario más: en su fragilidad oral o escrita, en su evanescente substancia, perdura como una roca infinita, y atraviesa como una arteria ignorada, aunque llena de vitalidad, la existencia de los hombres. Si los lectores son aves, algún día la poesía de Balam Rodrigo se erguirá como un árbol de ancho lomo al que acudirán las aves todas, esa inmensa minoría.


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