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portada-lopez-los-dioses.jpg Los dioses descuidados
Mauricio López Noriega
Tiempo Extra Editores/Ediciones
Sin Nombre,
México, 2011.

Por Ana Franco Ortuño
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No. 49 / Mayo 2012


En Los dioses descuidados todos los objetos (un plato y su tapa azules) y los elementos naturales (lagos, luciérnagas o mariposas, lava, nubes o estrellas) abandonan su lugar en el mundo para funcionar como detonadores de una reflexión, ontológica o literaria, inmediata o distante. El espíritu en tanto que duerme, se descuida, como los dioses, y en la contradicción de conocer lo ausente, aspira a un cambio.

Con El hombre a la mitad, el libro inicia un recorrido por la aparente historia del autor:

Recuerdas hermano, cuando en las largas tardes
el sol teñía de vida el firmamento?

Cada elemento natural en este universo cobra un significado personal y en sus “jardines fugaces” se le revela el alma. No es el alma de todos, es la del poeta, la de este poeta. Sus preocupaciones son muchas: las de un hombre común, las de un lector, las de la angustia diaria del ser humano, los grandes temas, la mujer que se ha ido o que se ama, el transcurrir del tiempo o el sinsentido de las palabras. En un mundo como este, de grandes y pequeñas cosas, el descuido de los dioses no es, como podría pensarse, la negación de sí mismos. Para López Noriega, el dios se vuelve uno (con mayúsculas), y se vuelve también sombra poética: maestros que anteceden lectura y escritura. Si bien traza un recorrido politeísta, terminará suplicante ante el dios de la tradición Judeo-cristiana.

Si creo que en este libro el autor está cerca del poeta, y digo que habla de sus preocupaciones personales, es porque los extraños rompimientos de tono: “me va a costar un baro” o el que su cuñado gane una beca, conviven con todo tipo de versificación y temática: contrastes formales, imágenes cotidianas (el cuñado en el espejo), hipérbaton, subjuntivos, endecasílabos y diálogos.

Esta irregularidad permite atribuir una relación cercana entre el autor y sus textos; es decir, los poemas pueden haber sido escritos en distintos momentos de una vida, aparentemente de manera aislada (poemas sueltos), y no persiguen la búsqueda de un libro-trazo o de una estética unitaria. Pueden haber sido tomados de cajas diferentes (notas sueltas, cuadernos). Considero entonces que Los dioses descuidados son una recopilación de sucesos.

Si así fuera, el poema se convierte en una necesidad vital, un saldo inmediato del estado de ánimo que conforma los intereses personales, y los mínimos existenciales que surgen tanto de la lectura y la tradición, como de la agenda o el diario, cotidiano o crudeza que nos rebasa. Vida y literatura se han mezclado y es imposible deslindarlos. El ser y sus vivencias no distinguen la materia prima de ambos planos y la biografía resulta en poemas-anécdota, poemas-fotografía, poemas-testimonio, poemas-plegaria y reclamo.

Por ello, los dioses de López Noriega son dioses literarios. El descuido permite poner el ojo muy arriba y abarcar este mínimo caos de las preocupaciones del hombre: los hijos, el amor y el desamor, la distancia, la infancia, la injusticia, la corrupción, las virtudes, los griegos, Dante y Paz, entre otros.

Pese a lo expuesto, en Los portadores de la muerte, este largo poema final, la posición del poeta ha variado y, en otro tipo de recorrido, presenciamos una especie de canon con el que dialoga desde un ‘balcón’. La voz ha salido del mundo; lo que ve le es completamente ajeno y le aterra. Este nuevo descuidado de los dioses justifica el reclamo y la denuncia. Mediante una enumeración incómoda, suplica “que exista infierno” para aquellos que lo merecen:  los falsos profetas, la ramera golpeada, el toro de la City, la altanera democracia, el chacal, el asno, los halcones, la hiena, los cerdos. “Haznos ciegos”… suplica. En este caso, la imposibilidad de reconocerse como parte del mundo de la infamia lo sitúa en una distancia poco afortunada. La necesidad de cambio que se anuncia en los poemas previos, en lugar de esperar hasta encontrar su propia forma, se refugia en el retorno del sabio y la balanza, Jesús, el amor, el perdón, y el beso como figura última, capaz de transformar.

Encuentro mucho más acertado el género breve en que dinamiza la temática del agua; en estos poemas, al no asignar características ni emitir juicios de valor frente a lo que ve permite que la obra fluya en un sintiempo. Por la sorpresa, la apertura y la sinestesia, las palabras se mueven sin determinar un cauce.

En el haiku que abre la edición: “Llueve de noche/ el helecho en lágrimas/ charcas de luna”, la brevedad alcanza un acertado entrecruzamiento de reflejos. Las posibilidades del agua hacen eco en la variedad del elemento. El mundo no está determinado y esta vez, la distracción de los dioses es favorable al poeta que recrea.

En Mar abierto, la lluvia toma el lugar del flujo temporal de los ríos, que a su vez se significan en el “barroso paso” decantado en la esperanza de la palabra que murió sin nacer. Quien mira desea, como Borges, que haya un sentido, aunque no sea para sí, que sea para los futuros bañistas.

Brazo de mar

Muere la prisa
contemplando los lirios
y el agua.

Olas sin tiempo y sal.

En estos tres poemas, López Noriega contagia las características del agua y la regresa a su unidad original en la que probablemente compartirían el oleaje y lo salado; por esta democracia acuática que se apega a la premisa heracliteana para significar el paso del tiempo, el agua toma también el carácter de la renovación, de lo humano, del sentido y del lenguaje, para otorgar a sus lectores un sistema esperanzador. La forma en tanto que no se asienta es cambio, posibilidad y búsqueda.

Si para Bachelard “el ser consagrado al agua es un ser en el vértigo” los dioses descuidados, literarios o no, han situado a López Noriega en distintas posiciones frente a su propio mundo, sorpresivo y vertiginoso, familiar o extraño, y en este libro se nos permite atestiguarlo.


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