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Madrugada
Víctor Roura, Conaculta-
Ediciones Sin Nombre, México, 2006

Por Rodrigo Martínez
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En la poesía mexicana contemporánea, particularmente entre los escritores más jóvenes, hay un impulso por crear desde la vanguardia. En este escenario abunda la extravagancia al mismo tiempo que, en muchos de los casos, se menosprecia la sobriedad de las formas clásicas. Ningún poeta actual está obligado a retomar el pasado de la poesía; sin embargo, en un panorama dominado por una presunta rebeldía que no aspira a recuperar la tradición clásica, debe celebrarse la aparición de obras que todavía indagan en la más pura de las corrientes del arte de la versificación: la poesía lírica.

El poemario Madrugada, de Víctor Roura (Yucatán, 1955), demuestra que la escritura de vocación lírica todavía representa una vía para lograr una poesía transparente y distintiva. Guiado por esta tradición, el autor de El destino del telegrama logra una obra que se caracteriza por un lenguaje sobrio, coloquial y elegante al tiempo que se despoja del intelectualismo a favor de una realización estética de la experiencia humana.

Aunque el libro no se aleja de la reflexión sobre la condición del hombre, éste llega al lector a través de la experiencia. Más que en una vocación ontológica, Madrugada se concentra en la plasmación de la rutina amorosa. Este poemario, de hecho, no sólo representa la mayor de las pasiones humanas, sino que la dibuja como el fundamento del ser humano. Al concluir la lectura, uno no deja de pensar que el amor y el desamor son el sentido de la existencia, y que ésta es como la sucesión ánimos y experiencias que se dan en un día.

Madrugada es un poemario híbrido que conjunta la prosa breve, el aforismo y la poesía. A pesar de la variedad de géneros que la conforman, esta obra consigue su transparencia a partir de la mezcla de experiencia y sentido, pero también a través de la exploración de un lenguaje cotidiano. Y esto es resultado de un poeta que evoca imágenes cercanas a los hombres de la ciudad al tiempo que emplea un lenguaje preciso, más bien narrativo y realista que poético y metafórico. La suma de este método produce una expresión propia que es dual. Por un lado palpitan las imágenes cotidianas y, por otro, vocablos que no pretenden transformar su sentido convencional. Ambas entidades completan un mismo significado. No se trata, como en otros estilos poéticos, de una alteración del lenguaje, sino de colocar la palabra justo donde el autor desea que esté a fin de que el lector vea el acto u objeto referido.

Roura logra la comunión entre imagen y significado porque evade las formas filosóficas o lo puramente visual. Tampoco hace una poesía que reúna trasfondo clásico y lengua hablada, como Rubén Bonifaz, o una que explore en el habla coloquial, como hacía Jaime Sabines. Madrugada es un poemario de un lenguaje cotidiano. Esta pureza hace de cada texto un acto poético transparente. La lengua brota tan despojada de metáforas que las pocas extensiones semánticas que hay terminan constituyendo momentos definitivos.

 

En la noche no duermen los soñadores.

Duerme la gente cansada de soñar en el día.

Hoy despierto con ganas de morir besando.

Miro por mi ventana las luces que se apagan en las otras ventanas.

Es demasiado tarde y no quiero dormir

porque tampoco quiero despertar de nuevo.

 

Al igual que este poema, todo material contenido en Madrugada es como la memoria de un instante diminuto. Una dama, la mujer o la piel femenina; un romance, un acto erótico o una ruptura; el origen, la existencia o la muerte, todos estos temas universales en la poesía aparecen como si hubiesen sido recopilados en un diario. Están desnudos de toda significación ajena, limpios como agua cristalizada, expresados por medio de una estética que rechaza la floritura lírica, pero que es lírica por su sobriedad, su ritmo y su sentido. Ya la estructura del poemario invita a recibirlo como un registro de lo cotidiano. Por ello funge como el diario de un solo día donde el alba, el mediodía, la tarde, la noche y la madrugada tienen un sentido abarcador.

La pureza lingüística de Madrugada no implica la ausencia de una semántica más extensa. La poesía es en gran medida el acto de transgredir el lenguaje o de resignificar a través del mismo. Nombrar, dicen los poetas, es traer el acto o el objeto; sólo que, al convertirlo en presencia, se le vuelve a crear porque su sentido cambia. Roura sigue con esta doctrina poética. A pesar de que escoge un lenguaje sobrio y sencillo, el resultado del conjunto es equivalente a una alegoría.

Cada poema ostenta una relación paralela entre la parte audible y la inteligible del lenguaje. La pureza se manifiesta como unidad de sentido. Significado y significante son uno mismo. Los signos aparecen intactos. Pero cada cuadernillo se refiere a un momento del día y lo hace para significar de una manera distinta. En lo individual, los poemas son transparentes. En cambio, cuando son parte de un conjunto, se dispersan en significaciones diversas y se consolidan como  auténtica poesía.

Los cuadernillos "Luz de luna", "Medianoche" y "Madrugada" son una evidencia de esta transfiguración. Para el poeta la hora de la luna es singo del amor carnal; la medianoche es el desvelamiento de la fragilidad del amor y de su condición imaginaria mientras que la madrugada simboliza la muerte. Estos giros son la sustancia del poemario. Las experiencias relatadas dan cuenta de significados más bien universales.

“Es una fábrica mi ciudad de necesidades urgentes, / de hombres colectivamente trabajando en su aniquilación.” Lo que parece un acto común, una escena a lo que ya estamos acostumbrados, integra una metáfora mayúscula, tal y como sucede en este verso. Al final, el tono y el ritmo del poemario, sobre a todo a partir del segundo cuadernillo, equiparan la totalidad con el canto de una elegía.

El ánimo que circunda en el grueso de lo poemas es el de un lamento. Puede afirmarse que Madrugada es un largo poema a partir del cuadernillo titulado "Mediodía". Esta parte concentra los temas de todo el conjunto. Ya en él se dan cita la sobriedad del habla, el lenguaje puro y las referencias a la cultura popular. También allí deja su huella ese tono que no es trágico, pero que sí se lamenta por los avatares que implican temas tan universales. La obra de Víctor Roura es una elegía que canta al amor, pero también a la mujer, a la vida y a la muerte. De allí que parezca una suma de instantes diminutos; un diario del día que toma su fuerza literaria de un lenguaje tan cercano al hombre de todos los días.

Salvo por algunos momentos en que el poemario rompe su propio ritmo, Madrugada es la evidencia de que se puede innovar sobre lo patrones clásicos. La lírica de este texto nunca pierde su tono ni su novedad. No hay vanguardia ni extravagancia en esta poesía, pero hay poesía porque se prefiere la sobriedad y la contundencia del lenguaje. Más aún, el autor manifiesta repetidamente los principios en que se funda su obra. Hay un tono de elegía, un lenguaje puro y una obsesión circular en torno al tema del amor. La suma de estas piezas es un conjunto de cuadernillos poéticos donde la lírica se despoja de los conceptos y la exégesis, y se torna un conjunto de metáforas. La alegoría final no es más que la equiparación de la existencia humana con la sucesión de las temporadas que conforman un solo día; un día que suele estar coronado por la presencia de la pasión amorosa.


 


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