No. 50 / Junio-julio 2012


Ceniza y luz

Mística y poesía
Por María Auxiliadora Álvarez
 

mistica-interior-con-figuras.jpg José Ángel Valente estuvo muy interesado en todas las tradiciones místicas occidentales y orientales, pero del ámbito de la tradición cristiana, que le correspondió por cultura, quedaron resonando en su poética ecos de Job (al igual que en César Vallejo, coincidencialmente) y de San Juan de la Cruz. Los siguientes versos de Valente: “Me quedo solo/ jadeante y desnudo/ sospechando en el fondo que era él quien pasaba/ y que no tuve fe” (La memoria y los signos), rememoran otros muy similares de Job: “Si pasa junto a mí, yo no lo veo/ si me pasa a rozar, no me doy cuenta (9, 11).

Entre otras intertextualidades sanjuanistas insertas en la memoria (in)material de José Ángel Valente, se encuentra un texto en Interior con figuras que empalma en sentido y en léxico con las canciones 35 y 39 del Cántico espiritual de San Juan de la Cruz. El poema de Valente dice: “El aire abría/ la latitud total de la mañana/ y extendía la luz, y la caballería/ a vista de las aguas descendía”, cuya primera parte con la canción 35: “El aspirar del ayre,/ el canto de la dulce philomena,/ el soto y su donayre,/…”); y cuya segunda parte empalma con la canción 39: “… / y el cerco sosegaua/ y la caballería/ a vista de las aguas descendía”. Hay otro verso de Interior con figuras donde resuena la canción 5 del poema de San Juan. En el de Valente leemos: “… / alrededor de la figura sola/ lo blanco”; y en el de San Juan: “…/ con sola su figura/ vestidos los dejó …”.

La canción 12 del Cántico (San Juan) dice: “Apártalos amado/ que voy de vuelo”; y el poema XXX de El fulgor (Valente) dice también: “Ibas, que voy/ de vuelo, apártalos, volando”. En otro poema de Valente dedicado expresamente a César Vallejo, reaparece la memoria semántica y fonética de la poesía sanjuanista en el treceavo verso: “y queda suavemente sollozando”, como un acopio modernizado del último verso de la estrofa 7 del Cántico espiritual: “vn no se qué que quedan balbuciendo.”

mistica-cesar-vallejo.jpgY al igual que el Vallejo que da noticias de su hallazgo de la nada en el poema Yuntas: “Completamente ¡Además! Nada” (Poemas humanos), Valente encuentra su nada más probablemente de la mano de San Juan, su maestro de las nadas precursoras, como lo leemos en el texto El circo: cinco fragmentos, I de su libro A modo de esperanza: “Nada aquí, nada/ del otro lado./ Nada./ Escamoteo, juego/ puro de nada./ Y de todas las nadas/ Eres capaz al fin/ de obtener sólo nada./ De tu bombín, de nada,/ tus naipes o tus pájaros”.

Resulta particular sin embargo que el primer poema del primer libro de Valente haga justicia a su título: A modo de esperanza. La reflexión arroja los visos anochecidos sanjuanistas y el auto-reconocimiento de la nada pero también sus luces venideras: “Cruzo un desierto y su secreta/ desolación sin nombre./ El corazón/ tiene la sequedad de la piedra/ y los estallidos nocturnos/ de su materia o de su nada./ Hay una luz remota, sin embargo,/ y sé que no estoy solo,/ aunque después de tanto y tanto no haya/ ni un solo pensamiento/ capaz contra la muerte,/ no estoy solo”. Reconforta la falta de ironía en este poema que ofrece el otro lado de la moneda al texto homólogo de Vallejo que anuncia “Voy a hablar de la esperanza” mas no ingresa en el tópico.

 La búsqueda de la ponderación positiva se mantiene de manera recurrente en la poética de Valente: “Toco esta mano al fin que comparte mi vida/ y en ella me confirmo/ y tiento cuanto amo,/ lo levanto hacia el cielo/ y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza./ Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora,/ cuanto se me ha tendido a modo de esperanza”. Es de notmistica-jose-angel-valente.jpgar sin embargo que aún reconociendo el valor del Otro y de lo amado, el hablante poético percibe tempranamente la extrema limitación del mundo tangible: no es más que polvo anticipado. El gran momento poético sobreviene cuando el poeta levanta este polvo hacia lo alto en un acto de esperanza o desafío. Una actitud que se mantiene latente a lo largo de su obra y reverbera con fuerza en su libro El fulgor: “Aquí cuanto cantó, manó, corrió/ fue sed, fue agua, fue esperanza/ mas nunca saciedad, ni hasta en la muerte” (Como ríos contiguos).

 

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