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Cuadernos de la lengua y el viento |
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POETA AL FIN, tengo un brillo como el oro y un claro pañuelo bordado de soberbia. Y como todo, este oficio tiene trampa, tiene harapos de panteón y una ciudad que florece y tiembla en la garganta. Este oficio es puerta condenada a la vagancia, porque es cansado estar vivo pero cansa más nunca decir nada.
como el humo del cigarro en salones desiertos. Escribir es contemplar la desolación como en un salto. No es lo que alcanzas a ver en la copa del árbol, es más fuerte como hundir lanzas en la tierra. Y en su maraña de nubes Dios te mira, nos mira, confundido. Escribir es distinto a cualquier oficio: No me culpes si toco tu rostro al apuntar esta palabra.
y allá abajo también se contempla la desolación con la boca hermanada al grito, con la urgente piedad del otro. Mírame en este verso urdir el modo para alcanzarte en el silencio: Puede tratarse del amor si quieres, o del perdón. La piedad es tal vez un buen pretexto. Si lo recuerdas, siempre tendremos una llaga para presumirla para que otros intenten sanarla, para que la codicien, para depositar en ella un grano de sal o una gota de veneno.
es desolador estar vivo y nunca decir nada. Pero aquí hay un amor sencillo, más tierno que una madre cuando anuncia que su hijo brilla con lengua de cielo y de orfebre. Ah, pero más triste que mis ojos cuando contemplo la soberbia y pierdo el equilibrio.
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