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Práctica y
El carillón de los muertos

José Kozer 

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De Práctica


He aquí la situación: dan las seis, no hay campanarios, abro los ojos: noche cerrada

            Todavía, no hay aleros curvos ni campanillas ni jardines de guijarros: no olvido             ya nunca que lo primero que hago al dejar la cama es un minuto, minuto y medio             de calistenia (no hay inmortalidad): y enfilo para el baño cantando en mi cabeza             una letra que dice no llorar, que la vida es corta compay: primera ablución. Ésta             es la cara de ayer que de nuevo hay que lavar esta mañana: no hay jabón Camay.             En su lugar un jabón de avena que raspa las células muertas (q.e.p.d.) del cutis,             ha de ser que sólo existen dos categorías de células, vivas y muertas (RIP) y el             moribundo (he aquí la situación) soy yo. Preparar mis atropos antes de bajar a             nadar: sobre la cama recién tendida, los libros que he de seguir leyendo durante             el día, sentarme a desayunar los mismo de todos los días, helo aquí: un café con             dos cucharadas de azúcar prieta, un vaso pequeño de jugo de tomate sin sal, una             cucharada de aceite de semilla de calabaza (el tipo que me dijo que era efectivo             para la próstata está medio turulato): tres rebanas de pan tostado (integral) con             margarina sin la menor porquería química (mi dinero me cuesta) los domingos             un panqué de harina seis cereales con jarabe de arce natural: un dos un dos estoy             hecho un tronco, apenas noto un principio de debilitamiento mental. Ya nadé: un             meneíto p’aquí un meneíto p’allá, y nadé. Nadar: no hay mejor verbo en todo el             idioma español: nos relaciona (“religare”) con el agua los lotos los caminos del             zen: la disolución: cada día, he aquí sin duda, la situación, un disolvente: el día,             cardinal, disuelve Oriente y disuelve Occidente. Nadar: ¿qué queda de quien             estuvo detrás de sus daguerrotipos? A todas éstas, y mientras mientras (como             dicen o me han dicho que dicen o decían los gallegos) he escrito un poema: por             escrito se tiene la ilusión de que no se disuelve. Ja. Y aquí, permitidme una             interrupción: me cuenta mi hermana que le mandó a nuestra madre dos docenas             de melocotones de primera, y la susodicha madre (nuestra) va y le comenta que             ella los consigue mejores y más baratos, que para qué le ha mandado tanta fruta:             que tuvo que regalar un montón o se le pudrían. Quedó maltrecha mi hermana,             yo me sulfuré cinco minutos, fin del episodio (sólo añado que al diablo con la             madre). Noventa años sobre la tierra y dentro de lo que sé, así era de corrosiva y             majadera a los veinte. Y a este añadido añado: al diablo con todas esas mujeres             de su clase social: volvamos, que ya son las nueve. Habíamos nadado, el día             dijimos que en principio se había disuelto (tal, en conclusión, la condición             inmanente y trascendente, del día): me siento. Inicio una práctica de vaciamiento             (no fecal sino mental) y en un abrir y cerrar de ojos, almorcé, cené, dieron de             nuevo las seis (en punto) los campanarios.



Un día feliz

Del

fuco

(Acuario)

salino,

y

de

los

patos

al

agua,

se sumerge a lo calcáreo: fuente de amatista, anémonas de mar, fuentes esmeraldas.             Varec, y sentarse entre las algas marinas a la mesa con la Amada a comer cintas             de sargazo, fintas acuáticas, beber agua trabada de los pozos: agua que los             anegue, amague. No se alteran. No los altera la alteración del agua, mastican, se             contemplan, y él, Neptuno, le muestra su tridente platino, el cabrilleo último del             alba de una noctiluca. Día feliz, a una mesa circunscrita, rodeados de agua,             Jardines de la Reina en la retina, cayos de mangle tupidos, felicidad de las             ensenadas. Entrar y salir, anegados. Arrecifes y anémonas; alhaja coral. Las             mareas restituyen de la podredumbre, la esmeralda: y se inclina a ceñirle una             gargantilla; el par de dormilonas tintinea en los oídos. Sus cuerpos, dos             meandros: unísono. Mancha unísona de peces. El unísono de la piedra preciosa.             Y le dice al oído, casi pensativo, con las pausas primero del ahogado, que son             doce los cimientos celestes: que aguarde. Doce cimientos y tres reglas infusas             para sostener día a día la temporalidad: no disputar; no pretender; no imaginar.             El agua es el precedente, agua la ulterioridad: no retener. Y la Amada,             vespertina, se escabulle dejando toda clase de rastros, para un solo camino: ovas             pisoteadas, la espina dorsal de un pescado, ventrechas, y las lamprea agonizando             sobre la arena, al anochecer: camadas, de un solo destino. Duerme el sueño un             trasueño sin cimiento. La mesa es palpable. Los pies al rozarse bajo la mesa             palpan. El tacto existe. Verificado, sonríen. ¿De cuándo a acá los sostiene un             tálamo de agua?  ¿Habrán naufragado? Están vivos, dado que sus vestiduras             están recompuestas de amalgama. Y vivos, se aprestan, exaltados, a decirse al             oído, entre dientes, casi enmudecidos,


exaltémonos,

exaltémonos,

que

se

acercan

del

cimiento

las

aves

a

los

Jardines,

y

de

Dios

ni

pío.

 

* * *

De El carillón de los muertos


Legado


Diles

a las niñas una u otra no vayan a posar un pie en la habitación.

Entere, el notario.

Dé fe: tiene permiso para escriturar con palabras al pie de la letra o tergiversarlas.

Mi asunto es otro.

Cuestión de reyes o cítaras y el mar que arroja tumultuosos buhoneros porteadores             descalzos ocupación

Y mercancías.

Palabras: han de registras todo objeto en su tamaño y confinamiento.

Si prestan un servicio

O si son alegría en el ojo vivo de las concubinas me es ajeno.

Esto, he hecho.

En los vientos del sábado y propietario de una tijeras podadoras supe allanar los             reinos de la incandescencia

y permutar

el pedregal en utopía y las formaciones en la roca calcárea por el afán indomitable de             la transmigración.

Nada puede: creí.

En la palabra escrita y con el olfato puesto en los alcores creí que había llegado a             poseer un instrumental que configuraba y rehacía, creí

que me alzaba

de la ignominia del cuerpo y las funciones naturales y su terminación.

Júzguese

si mi modo de ver las cosas no era ofensivo: pues verdaderamente es ofensa tanta             laboriosidad.

Debí ser escueto.

En la elucubración de la minuciosidad: quise regir con unos pobres sustantivos los hechos

y su denominación.

Entre, señor notario: y selle mis palabras.

Salga

Por la misma puerta por donde entró convoque a mis hijas y solamente pase a dar             lectura un ítem otro ítem otro.

Son unas niñas

educadas en el conocimiento de ciertas canciones que compuso su padre a la ligera y ni             Ud. Ni yo podremos embaucarlas con jaculatorias ni el tono majestuoso de unos             himnos.

Son unas niñas austeras: convóquelas y verá.

No le asombré mientras procede a la lectura que se distancien mayormente de esta             palabrería y aparezcan como su padre, altaneras: la sombra de una flor en el             ojal, guantes

de gala gris, harán

con mi yugo una cháchara feliz juran que en esta casa no se mentarán jamás mis             cerdas ni mis putrefacciones, que vivirán

como ecuestres casadas.


Retrato clínico


Septiembre, alergias y ventolera.

Ciertas meditaciones de papá son como meter la mano en un camellón de turba, sacar un pez.

Ejemplo, en caso de mareo frotarse alcohol en la nuca, bajar

La cabeza.

Hay que cuidarse: la salud es una fortaleza.

Dos

son las épocas difíciles: cuaresma, que a todos doblega el sistema nervioso (y los turbiones de septiembre).

El yodo, preferible a mercuro cromo.

Y la violeta genciana a toda esa porquería moderna que nos quieren embutir.

Hijo.

Una vez más nos lastimó esta paparrucha del lenguaje.



Ritual

Moja en el vino la yema del índice y consagra.

Ámsterdam: no hubo escapatoria.

En nombre de sus dos hermanos menores a quienes fueron a buscar en su escondrijo             (1942) lectura del Capítulo 1, Levítico: combustión y agua, el aroma al restallar             la leña de la oblación.

Libar.

En casa no se habló de otra cosa.

Y pienso que los holocaustos en carne ajena también forman parte de la propia             mentira.

Así, en 1969

visité aquella ciudad y me regocijé: espumas, las carretillas con sus tarimas de madera             para el arenque nuevo (acompañarlo con dos dedos de ginebra holandesa) y la             flamenca jovencísima (modelo de Rubens) unos doce florines en una época en             que el cambio era ventajoso.

Y fui recriminado

en plena calle y a la vista de los lanchones, surtos: en la habitación del hotelito Pritz no             quisimos mancharnos y hablamos de caléndulas

pues qué sabe uno

de los misterios de la transfiguración. Así, partíamos: de los dos, el más listo se             apropió del cáliz en la vitrina y leyó en los libros Jueces y Eclesiastés. ~


 

 

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