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Madrugada
Víctor Roura, Conaculta-
Ediciones Sin Nombre, México, 2006

 
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Me siento en la banca de un parque para mirar a las personas pasar. Hace frío, a pesar de la presencia del sol. Tras un árbol, una pareja discute por innumerables minucias. El hombre se altera y gesticula altaneramente. Ella no se queda callada, responde con altivez los argumentos iracundos del hombre. De pronto, él la abofetea sin sopesar el tamaño de su fuerza. Me acaloro. Cuando estoy a punto de aproximarme a ellos, la mujer lo abraza con una pasión insana. Ambos se buscan con la boca para olvidar con premura su elocuente, y tal vez acostumbrada y vieja, violencia. Yo no amo así, pero por lo demás no importa.

 

***

 

No cabe un corazón más en su cuerpo.

Fatigado, el reloj ya no camina.

Es tarde y todavía no termina

el día. Quiero acabar con el tiempo

de los amores, de los torbellinos,

de las desazones, de los molinos

de viento que levantan fantasmales

ilusiones, errados espejismos,

islas quiméricas, enfermedades

de ensueño, anodinos realismos

de juguetería, infierno donde Hades

se ríe de las pasiones solemnes,

se burla de los deseos insanos

y acomete tropelía y media

contra todo lo que huela a mujer.

No cabe un corazón más en su cuerpo.

En el de ella, en el tuyo, en el mío.

Ni un corazón más. Ni un nombre más.

 

***

 

No sé quién te has creído para hablar con mis palabras, murmurar en mi oído sin mi permiso, gritar sin sofoco cuando rozo tus labios. No lo sé. Y vas y me tomas de la mano para conducirme por intimidades secretas. Dices, además, qué hacer cuando el sol se oculta o cuando la luna ríe a carcajadas. ¿Quién eres para silenciarme cuando desnudas tus hombros o para cerrar mis ojos cuando desciendo por tu cuerpo? No lo sé. Y vas y me acercas a ti con violencia y dices que huela nuestra cercanía. Dices, todavía, qué hacer cuando el reloj hace rabietas o cuando una lluvia nos ahoga el atardecer. No sé quién eres para gritar cuando rozo tus labios ni quién te da derecho a apartar tu cara de la mía para hundirla sin vacilaciones en mi agonía. Pero, mujer, ¿quién te has creído que no tocas a la puerta pero entras sin recato para atisbar mi vida?

 

 


 

  


 

 

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