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portada-purificados.jpgPurificados
Luckasz Czarnecki
Praxis,
México, 2012.

Pável Granados
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No. 51 / Agosto 2012


 

No sé nada de Lukasz Czarnecki. En cambio, sé casi todo de sus angustias literarias porque son hermanas de las mías: una realidad que debe de irse dosificando en la obra (¿una purificación?), la certidumbre de enunciar desde el estrecho umbral que precede a la escritura y que se encuentra inmediatamente antes del arrepentimiento de la palabra escrita. Apenas se escribe la primera palabra y ya hay problemas, quién sabe si esa palabra dice lo mismo para todos por más que se trate de un inocente monosílabo (nunca lo suficientemente inocente, en realidad). Unas cuantas palabras más y la incomprensión es casi insalvable, ya que las palabras no conseguirán ponerse de acuerdo. Entre más se acumulen, más será el trabajo de comprenderlas, aunque aúllen y griten y repitan hasta la eternidad su mismo discurso. Esto lo digo porque las palabras no intentan decir nada de nosotros, no intentan desnudarnos, más bien todo lo contrario, trabajan todo lo posible en ocultar nuestras intenciones. De ahí que desmontar el lenguaje sea deseable, aunque imposible. Ya que las intenciones no podrían conocerse sin el lenguaje. Por eso, los poemas de Luckasz Czarnecki tienen la forma de puertas de escape. Sus poemas deberían tener un pequeño letrero que diga: “Salida”. Hay muchos tipos de poetas. Permitan que me refiera, ahora, a uno solo: aquel que cerró con llave la puerta del poema y se fue. Acaso pase mucho tiempo antes de que alguien pueda saber la combinación de la llave y entrar de nuevo (y eso por no decir que estos poemas generalmente tienen muchos cuartitos dentro). El caso de Czarnecki es distinto puesto que no se atreverá a realizar una ambiciosa construcción poética: prefiere vaciar el poema. Antes hubo más aquí dentro, seguramente. Pero en el momento de gritar “¡tercera llamada!” las palabras comienzan su propia representación y la continúan hasta que están a punto de recibir su aplauso y retirarse. ¡Ah, pero tendrán que darse cuenta de que no recibirán aplausos! Cuando se prendan las luces, se verán solas, las palabras. Se darán cuenta de que este poeta no las utilizó para ejemplificar ninguna tragedia; apenas han aparecido para decir con la mayor brevedad posible que no son palabras de confiar y que no se les debe de dar mucho crédito, que no sirven para comunicar nada, la vida mucho menos. Y para entonces, el poeta ha salido a respirar el aire fresco, a nadar en los lagos. La literatura muchas veces nos invita a vivir, pero la vida pocas veces nos despierta el deseo de leer. Lukasz Czarnecki apura los pasos para dejar prontamente esta construcción verbal llamada “poema” y poder vivir. De una vez lo digo claramente: no se puede regresar. Un poema es un punto en el tiempo, la única oportunidad de decir algo para siempre. La vida nos expulsa en dirección contraria a nuestro pasado. Y vean lo que pasa en la obra de este poeta polaco que vive en México: que comienza a tomar la forma del contexto que lo rodea, y comienza a escribir en español (¿los poemas de Purificados están escritos en polaco y en español por el autor?, ¿son traducciones?, ¿de cuál a cuál idioma?, ¿o son inspiraciones idénticas en dos lenguas?). Nos pertenecen, entonces. En el sentido de que son parte de nuestro idioma, y están destinados extender sus raíces entre nosotros. Polonia es un país que está cerca de nosotros, y sin embargo todavía está deliciosamente oculto a nuestra curiosidad literaria. Se sorprendería Lukasz de la cercanía entre nuestras literaturas (y me sorprendería más yo, con mis pocas e inamovibles admiraciones a un puñado de autores polacos), y de la cercanía entre nuestras maneras de entender el poema. Y en especial de la cercanía de una obra: la de Wislawa Szymborska, omnipresente en este libre y omnipresente en mi biografía literaria. El retrato de Wislawa está colgado en todas las paredes de este libro, como una especie de antepasado notable. Lukasz conoció a Wislawa, cuyo último poema se llama “Purificados”, por lo que este libro es una continuación, un homenaje, pero también un punto de partida. Szymborska, cuyo sistema poético fue un alucinante ir y venir de lo particular a lo universal, de lo concreto a lo abstracto: un ojo que miraba la estrella más remota y que volteaba de pronto a ver la hormiga más cercana (con todas las consecuencias filosóficas que puedan se imaginadas). No diré mucho de esto, pues de todas maneras estoy impedido, pero no quiero dejar de hablar del sentido de la influencia, el cual parece siempre que va de arriba abajo: que los Autores influyen desde arriba, que emanan “influencia”. Cuando lo real es todo lo contrario: el trabajo de los artistas por ganar una influencia. La activa actitud de conocer íntimamente una obra, de convertir en propios unos recursos ajenos, crear un propio método a partir de una admiración. Sin duda, es una manera de quitar el componente “colonialista” que generalmente conlleva el término de “influencia”. Y una última cosa sobre la “influencia”, ya que vista como conquista de un estilo admirado se convierte en una liberación del artista: y Lukasz, que fue y vino de la obra de Szymborska, se acerca a ella y se distancia asimismo, pues contienen sus poemas una fina ironía filosófica, pero prefiere recursos más sintéticos. Entre uno y otro verso, entre una oración y otra, hay espacios, los cuales deben ser llenados por el lector:

Trituro palabras como los cuervos,
trituro y nunca las olvido.
Insomnio.
Temo dormir,
quiero estar despierto,
meditar,
bañarme en miel,
estar dispuesto,
escribir todos los días.

Yo, que no fui sumergido en las aguas de la inmortalidad, no soy más que talón destinado a caer ante la primera flecha. El poeta sí: se sumerge, puede ser que en la laguna Estigia, en las aguas del Leteo o en el río de la vida. El rito personal de la poesía, que purifica al autor o purifica al mundo. Eso me gusta de la poesía de Lukasz, cuya mirada va constantemente de la hoja del cuaderno a la vida circundante.  





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