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Signos de traslado
Víctor Cabrera, Casa Juan Pablos-Leer y Escribir, México, 2007 

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Casa vacía

Liberada del peso de las cosas
la casa es apenas su recuerdo:
un cubo inhabitado de memoria,
el vacío escondido tras el eco…

Y el eco, ¿la sombra sonora de qué cuerpos?


Mudanza de las cosas

Toda llegada anticipa una mudanza,
cada sangre se sostiene en su latido
—y en ese fluir se advierten los signos del traslado.

Apenas su tosca mansedumbre pisa el suelo,
las cosas urden ya la escapatoria:
en sus vetas la madera traza rutas de salida,
dibuja el tiempo en el tapiz de los sillones
el mapa y la escalera.

No envejece en su sitio la moldura:
madura la ilusión de un nuevo muro
hasta el día en que
―podrido―
cae un fruto del cemento.


Pandora’s Box Blues

Las cosas no suelen ser lo que aparentan:

esa caja,
por ejemplo,
cuya leyenda anuncia

250 HUEVOS FRESCOS

contiene en realidad
40 libros polvorientos
que ostentan
a su vez
miles de páginas,
o sea,
millones de palabras
que en versos de múltiples medidas
habrá que acomodar,
como se mueven los muebles de una sala,
hasta encontrar el sitio ideal de cada cosa,
el punto exacto en que transcurre su universo.

Cada cosa acorazada por su nombre
para instaurar un orden aparente
(desde la ambigua A hasta la zeta)
y dar al mundo certeza y consistencia.

¿Y si todo fuera un orden transitorio,
el caos pero de un modo diferente,
para poblar de sartenes los roperos
para sembrar en las cocinas arbustos o corbatas

o hacer crecer cabezas a la hidra del librero?

¿Si cada caja es
la caja de Pandora,
el nido en que un lenguaje
empolla huevos frescos?

La luz ecléctica

Prendamos la lumbre de esta casa:
enciéndanse la noche y su eléctrica fogata.

Domado el rayo así,
domesticado,
es un tigre amarillo que rayan las persianas:

Sus fauces, una tensa llamarada,
su zarpa, una mórbida caricia:
todo lo toca,
nada desgarra.

El mundo se hace bajo su ojo incandescente
(su misterio está en arder sin agotarse).


Un vecino

No me quiere:
me odia con la bilis que guarda para sí
y por las noches,
cuando el alma procura su reposo,
no descansa el corazón mezquino:

le comenta a la mujer que me desprecia,
en penumbras de hiel urde venganzas,
madura en el insomnio el odio su semilla.

Yo, en cambio, lo saludo,
le doy los buenos días,
le detengo la puerta, servil,
para que pase.

Podría pensarse que soy condescendiente,
mas la verdad es que le temo:

el día menos pensado
vendrá a sacarme de mi vida:
dormirá con mi esposa,
levantará castillos con mi hija,

y acaso queme mis libros y mis versos.

Y una mañana
entre todas las mañanas
atisbaré su rostro en el espejo.


Ducha

                                                     
Para Fabio Morábito

En el piso de arriba alguien se baña.
Alguien ahí se lava de su sueño
a orillas de mi insomnio.

Yo escucho el agua nacer en el silencio,
poblar los muros de líquido reposo,
ganar la tubería como una savia.

Un musgo que así creciera hacia la entraña:
tranquilo, elemental, pero constante.
Un arroyo que así nos habitara.

Alguien se baña un piso más arriba,
más alto alguien entona la mañana
y al hacerlo, sin saber,
me purifican.

 


 

 


 

 

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