No. 52 / Septiembre 2012


2. Palabras
(Entrega 3)

Atanor. Notas sobre poesía
Por Francisco Segovia
 

atanor-01.jpgLOS NOMBRES Y SU SOMBRA (06/04/1998): El nombre de cada cosa la yergue en el aire y la hace echar sombra... (Paz dice algo más general: “Soy la sombra que arrojan mis palabras”)... El nombre de cada cosa es como su sombra: un indicio de su corporeidad... Sí, es cierto que las cosas abstractas no son corpóreas, pero no he dicho que el nombre sea la corporeidad de las cosas sino su indicio: por eso puede apuntar también a la corporeidad de las cosas incorpóreas. Ocurre como en estas mismas líneas, donde lo incorpóreo aparece como cosa.

En el mundo del sentido, aun lo abstracto arroja sombra.


PALABRAS (05/09/2004): Las palabras no son un tesoro que uno va a buscar como un pirata a la isla desierta. No son como el cofre que el pirata primero esconde y luego recupera, a sabiendas de que lo hallará y podrá gastarse acá sus doblones. Su tesoro escondido es un tesoro pospuesto. Las palabras no son así. Para empezar, porque puede que estén ocultas, pero nunca están ocultadas; es decir, porque nadie las puso allá y porque no valen nada antes de ser halladas. Aunque uno deba ir a buscarlas muy lejos, no es allá donde son tesoro; sólo se convierten en tesoro cuando uno abre el cofre acá. Uno adivina, intuye, sospecha, pero no sabe qué ha traído…Hasta que abre el cofre, acá.


BORGES Y EL PRETÉRITO (18/02/1998): A menudo lo que más sorprende de la prosa de Borges es una sencillez conservadora, enemiga de la fatuidad convencional. Por ejemplo, hablar en pasado de los escritores pasados y olvidarse del ridículo presente histórico: Berkeley no “dice que...”, ni siquiera “decía que...”. Berkeley “dijo que...”.


BORGES Y LOS NOMBRES DEL AGUA (02/05/1998): Como ocurre a menudo con los buenos escritores, en lo mejor de Borges se ven también sus limitaciones. Un dardo puntual, a veces, sobre un blanco muy grande. Dice, por ejemplo, que Támesis es uno de los nombres del agua. El procedimiento que lo lleva ahí no es muy complicado y hasta parece no ser más que una expurgación de definiciones. Primero la enciclopedia, donde Támesis es el “nombre de un río que...” (y se queda con nombre), luego la del diccionario, para el cual río significa “corriente de agua que...” (y se queda con agua). Así resulta que Támesis es “nombre del agua que...”. De eso infiere, con más lógica que intuición, que hay otras aguas con otros nombres, de modo que finalmente queda: “uno de los nombres del agua”. Su virtud consiste, quizá, en elegir un nombre propio, no un nombre genérico (porque también lluvia o río son nombres del agua) y en mantener la pureza del agua (no mezclarla con la tierra, por ejemplo, para decir prosaicamente que lodo es otro nombre del agua, como podrían serlo también limonada, mate, etc.). El efecto es, a fin de cuentas, el de una sorpresa o un hallazgo. Pero no forma una metáfora nueva. Simplemente hace resaltar una que habíamos olvidado que lo era.


PAVESAS:

Los nombres que Adán ponía a las cosas… eran cosas. Quien de verdad inventó el lenguaje fue Nemrod. (14/07/2009)

Que no te basten nunca las palabras. Las palabras son sagradas, son liturgia, pero son sólo la parte evidente. (16/07/2009)

No confundas el conjuro con la aparición. La verdad no es eso que se mece en el ritmo de tus versos. (18/07/2009)

 

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