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portada-septico.jpg Séptico

Luis Vicente de Aguinaga
Ediciones Simiente (colección Simonía)
México, 2012

Por Ismael Lares
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No. 52 / Septiembre 2012




Hay mérito en los versos que contiene Séptico, de Luis Vicente de Aguinaga. Contaminan y avanzan con sencillez, abandonan el escándalo de la herida que pudiera sangrar a borbotones y, en su lugar, decirnos sin estrépito que la sepsis es provocada por la espera. Para Luis Vicente eso es la poesía, la séptica y verdadera: un arte catártico de sencillez y abandono, que, en soledad, en silencio, crea el poeta. En este libro, de Aguinaga está contaminado de verdad, tal es la clave de sus versos, la afección que lo enturbia. Los poemas que dan forma a Séptico van in crescendo, y reflejan la bruma de todo lo que florece bajo la piel.

Me atrevo a definir, ante todo, la septicemia como lo excesivamente contagioso. Eso es lo séptico: la incertidumbre, la desolación ante lo desconocido, es la causa de muerte por un arte diáfano. Este libro, a mi parecer, nos habla de asumir el desamparo de quien baja la mirada y se afirma en el acto mismo de dar vergüenza. El poeta abre la puerta al territorio de lo frágil y a la experiencia emotiva, pero después la cierra y le quita la manija. Parece crear apartado de la solemnidad, contrario a lo que ocurre fatalmente con otros poetas.

Los poemas que se desprenden de Séptico generan y proponen un hálito de reflexión, una razón para agradecer el afán de analizar lo cotidiano. Quizá la tentación de convertir la simplicidad de la vida, en palabra poética, sirve al poeta para curarse a sí mismo. Contemplemos, pues, la inexorable sencillez que nos obsequia, en un par de versos, su más frágil desamparo:

Cómo voy a dormir
si el cortaúñas está solo.
Con qué voy a soñar
si no encuentro mi almohada
ni entiendo qué cosa sean las tres, las ocho y cuarto,
el mes que viene.

Incertidumbre. Aquí comienzan los poemas que dan validez al territorio de la duda. No en vano, Luis Vicente abre su libro de poemas desde su irremediable condena de cuestionamientos, a ver quién se lo explica:

...qué opinan de la vida los difuntos,
del día las estrellas,
la nuca de la frente.

La poética de Luis Vicente de Aguinaga es una diáspora de fruslerías que llegan a implicar extrañamiento, pero sin trivializar el hecho poético. Y es que en la presencia reiterada de términos como: nadie, nada, no, sombra, afuera y vacío, está el común denominador de los poemas que componen el libro, o de las situaciones y acontecimientos –nimios en apariencia– que congregan en el autor su propia inmanencia:

Cada sombra es un foco atrás de un cuerpo.
Cada grano de azúcar
trae debajo una hormiga.

La espontaneidad y admiración de los poemas reunidos en Séptico hacen de Luis Vicente un autor omnívoro. Hay que recurrir a sus lecturas y referencias, a los tres epígrafes que descubren los caudales de singularidad que configuran estos poemas que, parafraseando al bardo español José Ángel Valente, se posan ante nada, ante lo que nadie ve o ante la visión transparente. Es necesario mencionar que no hay una referencia clara de los autores a los que de Aguinaga rinde culto en este poemario. Los tres epígrafes que transitan entre las páginas de Séptico, corresponden a distintos autores que, apenas un lector de aguzados sentidos, amante de la música y la poesía, podría atinar. Desde Lindsey Buckingham a Ben Harper sobresalen, de modo certero, algunos de los versos más personales, siendo el caso de "Bajo la piel":

Bajo la piel renacen lenguas muertas.
Bajo la piel
todo se mueve.
Si algo murmura.
Si algo late o respira.

Y también están los versos más repentinos, como en el poema intitulado "Con el amanecer":

Con el amanecer
no valen tratos
No parecemos importarle
ni en lo próspero
ni en lo adverso.
[...]
Mejor la oscuridad.
Renuncio al día.

Para concluir, baste pensar que la palabra poética perdura en la reflexión del lector. La simonía del afán poético no reside en tratar con lo sagrado, sino en atender lo habitual y frecuente de la vida. Esta consideración tan necesaria para la lectura de Séptico, como es bien sabido, no existiría sin la reunión entre lector y palabra poética. Es gracias a la naturalidad y tesón del poeta que, Alguien conoce a Nadie, cuestionando, sobre todo, sin atender al griterío de los aún vivos:

Los muertos no son
de nadie. Ni yo
soy de ningún muerto.

Después de leer Séptico, quedo suspenso, y, al igual que Luis Vicente de Aguinaga, manifiesto:

El que no sea fantasma todavía
que levante la mano y pida tiempo.

 


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