Música y poesía por Jorge Fondebrider
No sé cuándo fue la primera vez que escuché a los Kinks. Supongo que habrá sido muy lejos, allí por la adolescencia, cuando el mundo parecía un tanto más ingrávido y bastante mejor de lo que ahora es. Seguramente, aunque no me siento particularmente viejo, se me acusará de nostalgia por la juventud ahora lejana. Voy a responder que mi nostalgia en esta columna tiene más que ver con la calidad de música que le estaba reservada a un joven en los años sesenta y en los primeros setenta antes que con cualquier otra cosa. Podría simplemente mencionar a los Beatles y dejar un espacio para los primeros Rolling Stones, los primeros Who, Donovan, Traffic, Jethro Tull, Led Zeppelín, Van Morrison. Y eso considerando sólo a los ingleses. Pero prefiero hablar aquí de los Kinks. O más precisamente de “Waterloo Sunset”, una de las más hermosas canciones que compuso Ray Davies y que apareció en el LP Something Else, de 1967. Como en muchas de las canciones de este singularísimo compositor y letrista británico, hay una historia: alguien observa a una pareja que pasea cerca del Támesis, en Londres. Se trata de Terry (¿Terence Stamp?) y Julie (¿Julie Christie?). Tanto Stamp como Christie eran dos de los actores más representativos del swinging London, quienes después de haber filmado Far from the madding croad (Lejos del mundanal ruido), bajo la dirección de John Schlesinger, protagonizaron un sonado romance. Sin embargo, en varias oportunidades, Davies negó esa referencia y se limitó a señalar que, en realidad, se trataba de su hermana y del novio, y más tarde, de un sobrino y de la chica con la que éste salía. ¿Importa? Supongo que no. Lo que sí importa es que hay una caminata por Londres y que se nombran algunos lugares cargados de resonancias para cualquier habitante de la ciudad, como esos lugares que todas las ciudades tienen y cuya mera mención forma parte de la sugestión que nos produce un texto. Hay una hora –el crepúsculo– y un río que fluye hacia la noche, mientras la gente va apurada, presuntamente después de salir de sus trabajos, y con la oscuridad que avanza se encienden las luces de los taxis. Para el paseante que observa todas estas cosas no hace falta nada más: está en el paraíso. Pero están también los amantes, quienes se encuentran en la Waterloo Station para cruzar el río. El narrador los ve de lejos, desde una ventana, y no necesita seguirlos porque cae el crepúsculo y con eso le basta. Digamos que no importa casi nada más. Porque la letra, que traducida podría parecer hasta trivial, se canta con una voz que todo el tiempo parece a punto de quebrarse por lo frágil, lo que alcanza para recobrar un instante absolutamente pasajero y, sin embargo, lleno de melancolía. Cuando las canciones consiguen eso, es probable que perduren y que, más allá de cualquier otra consideración, se queden con nosotros para siempre, si para siempre es lo que dura la vida de uno. Waterloo Sunset Dirty old river, must you keep rolling Flowing into the night People so busy, makes me feel dizzy Taxi light shines so bright But I don't need no friends As long as I gaze on Waterloo sunset I am in paradise Every day I look at the world from my window But chilly, chilly is the evening time Waterloo sunsets fine Terry meets Julie, Waterloo Station Every friday night But I am so lazy, don't want to wander I stay at home at night But I don't feel afraid As long as I gaze on Waterloo Sunset I am in paradise Every day I look at the world from my window But chilly, chilly is the evening time Waterloo sunsets fine Millions of people swarming like flies round Waterloo underground But Terry and Julie cross over the river Where they feel safe and sound And the don't need no friends As long as they gaze on waterloo sunset They are in paradise Waterloo sunsets fine
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