Un libro extraordinario

Música y poesía

Por Jorge Fondebrider

musica-portada-electric-eden.jpg Partamos de la base que las canciones no son poesía, sino una especie distinta de texto que se completa con la música. Es cierto, las canciones comparten con la poesía –o, al menos, con cierta poesía– aspectos prosódicos, recursos e incluso estructura. Pero siempre está la música en sí misma que termina sumando a la prosodia, la cual, por una de sus definiciones es el estudio de los rasgos fónicos que afectan a la métrica, especialmente de los acentos y de la cantidad. Lo cual, dicho en cristiano, significa que a la música se le suma música, con lo cual lo que se tiene es otra cosa. Pero para hacer las cosas todavía más complejas, a todo eso se le suma historia e ideología, con lo cual el contexto de las canciones plantea toda una serie de otros problemas francamente apasionantes. Por caso, ¿es lo mismo que la letra de una canción recurra a la rima en el siglo XXI? Si así fuera, ¿cómo debería ser la música? ¿Qué pasa cuando, por ejemplo, una artista como Björk se sirve de esos recursos? ¿Cómo habría que evaluar ese gesto? Y esto, apenas para empezar.

No. 53 / Octubre 2012


Un libro extraordinario

 

Música y poesía

por Jorge Fondebrider


musica-portada-electric-eden.jpg Partamos de la base que las canciones no son poesía, sino una especie distinta de texto que se completa con la música. Es cierto, las canciones comparten con la poesía –o, al menos, con cierta poesía– aspectos prosódicos, recursos e incluso estructura. Pero siempre está la música en sí misma que termina sumando a la prosodia, la cual, por una de sus definiciones es el estudio de los rasgos fónicos que afectan a la métrica, especialmente de los acentos y de la cantidad. Lo cual, dicho en cristiano, significa que a la música se le suma música, con lo cual lo que se tiene es otra cosa. Pero para hacer las cosas todavía más complejas, a todo eso se le suma historia e ideología, con lo cual el contexto de las canciones plantea toda una serie de otros problemas francamente apasionantes. Por caso, ¿es lo mismo que la letra de una canción recurra a la rima en el siglo XXI? Si así fuera, ¿cómo debería ser la música? ¿Qué pasa cuando, por ejemplo, una artista como Björk se sirve de esos recursos? ¿Cómo habría que evaluar ese gesto? Y esto, apenas para empezar.

Hecha esta breve introducción, quiero hablar aquí de Electric Eden. Unearthing Britain’s Visionary Music (Londres, Faber & Faber, 2010), un extraordinario libro escrito por Rob Young, un periodista musical británico, autor de numerosos libros y editor durante algún tiempo de la revista Wire. Al decir del también crítico Simon Reynolds, la obra de Young “traza el mapa del acuífero secreto que ha corrido bajo el paisaje de la creatividad musical británica a lo largo de más de un siglo”. Y hay que decir que es verdad. A lo largo de sus apretadas 664 páginas, Young se ocupa de investigar la utilización que se la ha dado a la música folklórica inglesa desde fines del siglo XIX hasta la actualidad. Para ello, recorre la historia de los utopistas ingleses finiseculares, el mundo de los compositores clásicos británicos y sus vínculos con el esoterismo, el paisaje de Gran Bretaña –con sus túmulos celtas, sus jardines secretos, su cultos paganos– en contraposición con las extensas carreteras norteamericanas, y analiza también el caso específico de ciertos intérpretes paradigmáticos, con especial atención a las últimas cinco décadas de historia musical británica. Así, por las páginas de Electric Eden desfilan musica-rob-young.jpgdesde William Morris hasta Alistair Crowley, pasando por Donovan, Nick Drake, la Incredible String Band, Fairport Convention, Steeleye Span, pero también Traffic y Led Zeppelín, para no mencionar a Kate Bush, David Sylvian y al grupo Talk Talk. Rob Young revisa así sistemáticamente la obra de los principales exponentes de la música inglesa y sus cruces con la tradición, discute el sentido político de las elecciones, enmarca las actitudes de los músicos y, por si esto fuera poco, pone el foco en oscuros personajes menores del mundo musical de ese país que vale la pena recuperar para completar la imagen total. Por caso, los miembros del grupo Trees, los de Dr. Fox y Mick Softley, entre muchísimos otros.

Una virtud debe sumarse a la calidad de la información: la amenidad con que está escrito el libro que, me apuro a decir, no ha sido traducido al castellano. Y aprovecho para mandar el aviso: si algún editor se anima a publicarlo, yo estoy dispuesto a traducirlo.




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