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portada-seleccion-natural.jpg Selección natural
Soledad Castresana
Fondo Editorial Pampeano
Argentina, 2011

Por Elba Serafini
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No. 52 / Septiembre 2012


‘Se abre un libro y se descubre un mundo’ podría ser una frase nada extraordinaria y repetida si no fuera porque durante la lectura de Selección natural se produce, y entusiasma este hallazgo.

Podríamos preguntarnos, ¿cuál es la intención de un libro? o de éste en particular; tal vez hay aquí un propósito no deliberado que evidenciamos a medida que se despliegan los breves poemas, acertadamente elegidos, desde sus títulos.

El buen tino de los versos da cuenta de un escenario pleno de simbolismo, en el que se revelan imágenes dispuestas para que el lector las capture, y funde un tercer lugar, donde coexistan los versos de la autora con las vivencias de quien lee. Uno de los primeros poemas que abre este interjuego es La pintora: “El mundo se descubre/ en la forma/ de mis ojos.”

La selección natural según Charles Darwin consiste en que aquellos miembros de la población con mayor capacidad de adaptación, sobrevivirán. No solo en eso; también evolucionarán y desplazarán a los menos aptos. El título del libro que tratamos obliga un paralelo entre la selección darwineana y la realizada por la autora, en relación a los poemas; ¿cómo saber cuáles debieron sobrevivir y cómo hacer ‘naturalmente’ una selección de los mismos? La trascendencia de lo elegido puede dar lugar a un concepto nuevo y fortalecido, como en el poema Hipopótamo: “Bajo el agua/ cuando nadie me ve/ soy ligero como un potro”; o en El suplicante, “Que el cielo/ se canse de mí /y caiga”; textos que revelan un posible lado oculto de la naturaleza.

Soledad Castresana, Licenciada en Letras, editó Carneada (Alción, 2007), y fue seleccionada para las antologías Poetas argentinas (1961-1980) (Ediciones del Dock, 2007); Última poesía argentina (Ediciones en danza, 2008); y participa también en la reciente antología Un libro oscuro (Bajo la luna, 2012). Además formó parte de la editorial Curandera. Nació y vivió en la Provincia de La Pampa hasta los dieciocho años. Sus poemas están atravesados por quienes habitan la tierra: el hombre, los animales, las plantas, las piedras y los astros, se intercalan en un juego de supremacías. En La supervivencia del más leve leemos: “El agua se mueve/ como si adoptara ella/ la forma de la piedra”.

El interjuego entre poeta y lector, y entre el medio ambiente y quienes lo habitan, sugiere La supervivencia del más leve, título que aparece en cinco oportunidades a lo largo del libro, para dar cuenta de este asombro “Una hormiga/ carga una espina./ En la punta/ una mariposa/ descansa”. Wislawa Szymborska creía que el límite entre los humanos y la naturaleza era tenue y así lo podemos observar en varios de sus poemas, ese vínculo aparece en Selección natural y nos recuerda la forma de indagar en el misterio de ser parte del mundo. Así lo vemos también cuando nos dice: “Una libélula persigue a un colibrí./ Fascinada/ intento sumarme al cortejo/ y olvido/ la gravedad de la especie”.

Si la supervivencia es del más leve, ¿equivaldría a ser la del más débil? El libro de poemas se opone entonces el precepto de la teoría evolucionista; o ¿estaríamos hablando de debilidades fortalecidas? “Van a soltar al tigre./ Va a saltar./ Voy a esperarlo con la boca abierta.”

Los poemas de Castresana surgen para imponerse y conformar un libro. Maeterlinck –uno de los autores elegidos en un epígrafe–, en La inteligencia de las flores describe el momento en el que la Vallisnería, planta sub-acuática, emerge como de un sueño para reproducirse, sin embargo hay un inconveniente, las flores masculinas no llegan hasta donde está, ella ha encerrado en su corazón una burbuja de aire y, con una fuerte necesidad de liberar un pensamiento, vacila, pero rompe el lazo; los pétalos irrumpen en la superficie del agua, flotan, se encuentran con su prometida y concretan la procreación. Si las analogías pueden ser utilizadas para dar cuenta de una construcción, y para buscar una respuesta acerca de una intención, en Selección natural encontramos ese anhelo: poemas como pétalos esparcidos, que logran establecer un lazo entre quien escribe y quien lee; una afinidad correspondida.

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