No. 52 / Septiembre 2012


Poesía de Washington Benavides:
La voz, las muchas voces

 

Por Rosario Peyrou


homenaje-benavides-peyrou.jpgSon pocos los poetas latinoamericanos que han logrado alcanzar a la vez un sólido reconocimiento crítico y una amplia popularidad. Washington Benavídez, nacido en Tacuarembó (Uruguay) en 1930 -Benavides con "s" es su curioso seudónimo de poeta- es uno de esos raros casos. Tal vez su vastísima cultura poética, la libertad con que ha ido construyendo su obra y el papel que jugaron sus textos en el desarrollo de la música popular uruguaya, especialmente durante la resistencia a la dictadura militar (1973-1985) ayuden a explicar esa visibilidad infrecuente.

En alguna ocasión el músico Eduardo Darnauchans me contó que en el liceo de Tacuarembó, analizando Noches blancas de Dostoievsky, el profesor, Washington Benavídez, hizo escuchar a los alumnos un par de canciones de Simon & Garfunkel que estaban relacionadas con ese texto. Gracias a esa lección, ha dicho Darnauchans, "para mí desde muy temprano se borraron las categorías".

Un poco después, a fines de los años 60, un grupo de muchachos se reunía en casa del profesor. Eran músicos y escritores o querían llegar a serlo. En esas veladas de música y literatura intimaban con Chejov y Dostoievsky (al que llamaban familiarmente "el Dosto"), con los trovadores provenzales, con los concretistas brasileños, escuchaban música medieval o renacentista, y a Little Richard, a los Beatles, a Bob Dylan o Atahualpa Yupanqui.

Los muchachos eran los poetas Eduardo Milán y Victor Cunha, el narrador Tomás de Mattos, y los músicos Eduardo Darnauchans, Eduardo Larbanois, Carlos Benavídez, Héctor Numa Moraes. El maestro, que siempre se ha negado a considerarse como tal, dice que en esas reuniones nunca hubo jerarquías, que él aprendía junto con sus discípulos. Lo cierto es que de ahí salieron muchas de las canciones que marcarían una época de la música popular de calidad. Y es seguro que también salió de allí más de una vocación literaria consolidada, como es fácil comprobar atendiendo a esos nombres.  Pero sobre todo, a la sombra de Benavides -"Bocha" como le decían los muchachos-, se aprendía lo que dice Darnauchans: que no hay arte culto y arte popular, ni nacional o extranjero, que el arte es uno solo porque su función es siempre hacernos más sensibles, más auténticos y más libres.

Toda la obra de Benavides es una transgresión de las categorías y las normas consolidadas, una afirmación de libertad en el terreno de la creación. Culto y popular, transparente y complejo, provinciano y cosmopolita, a propósito de Benavides se ha repetido la fórmula que inventara el poeta Elder Silva y que lo define como "una sociedad de poetas vivos". Lo llamativo, lo que vuelve incanjeable su obra, es que a través de esos registros tan disímiles Benavides ha buscado respuestas a las mismas preguntas, ha consolidado una mitología personal, ha dibujado, al fin, su propio rostro sobre la superficie cambiante de su escritura.


El poeta y la poesía

La pregunta sobre qué es y para qué sirve la poesía recorre como un fuego subterráneo toda la poesía moderna. Expulsado como Adán del paraíso por la sociedad industrial el poeta (que fue "profeta" y tuvo una misión sagrada en la antigüedad clásica) se pregunta sobre su identidad y su misión en la sociedad, sobre la relación entre la palabra y el mundo. Ningún poeta verdadero ha dejado de planteárselo. Desde Rimbaud los poetas quisieron "cambiar la vida" y buscaron distintos caminos para darle un sentido a su tarea. Renovar las palabras de la tribu, viabilizar otra forma de conocimiento, encontrar analogías secretas entre el hombre y el universo, "pensar" de una manera distinta al pensamiento racional, afirmar el juego y la imaginación frente a un mundo utilitario, fueron algunas de las muchas respuestas que los poetas han dado a la pregunta sobre la poesía.

Esa inquietud late desde los inicios en la obra de Benavides, y está en el origen de su extraordinaria versatilidad. Ninguna respuesta parece conformarlo y esa búsqueda, como la del pintor japonés Hokusai, es la que lo empuja hacia la experimentación permanente.


"Yo no soy de por aquí"

Desde sus primeros poemas publicados en la revista Asir, a comienzos de los 50, Benavides se reveló como un poeta genuino: un lirismo refinado, una fuerte imaginación poética, una destreza natural para los ritmos, un oído musical privilegiado.

A la vez también mostró desde el inicio un impulso transgresor que lo llevaba a quebrar la retórica, a huir -cuando era necesario- de lo literariamente prestigioso: Tata Vizcacha (1955), fue quemado en la plaza pública en un auto de fe organizado por un grupo neofascista, es un libro áspero, deliberadamente prosaico, compuesto a la manera de la Spoon River Anthology de Edgard Lee Masters. Lo curioso es que a la vez, Benavides estaba escribiendo los textos que luego publicaría en El Poeta, un libro hondo y personal, que contiene los sonetos metafísicos de Los pies clavados y abre una vertiente que también reaparecerá, subterránea, a lo largo de sus quince libros posteriores.

Con Las milongas (1965), su libro más célebre, inaugura otra línea que lo acerca a lo popular, a la tradición de sus mayores: "Yo escuchaba a mi padre y su vihuela,/ su son antiguo, su perfecta escuela/ de patriadas, de sierras y bailantas.../ Sabía, desde niño, que aprendiendo/ esos sones, me estaba componiendo/ como cuando de un sueño te levantas" (dice en Inventario personal, de Finisterre un libro publicado veinte años después). Lo que lo diferencia claramente del nativismo es que a través de los octosílabos de las milongas y del paisaje del pago, Benavides hacía una poesía existencial, de diafanidad aparente, que no tiene nada de costumbrista o de ingenua. El motivo simbólico del viaje, el de la búsqueda de un lugar "otro" que le dé sentido a la existencia personal y colectiva ya aparece en ese libro: "Yo no soy de por aquí/ no es este pago mi pago/ que es otro que ya no sé si lo hallo". Ese lugar utópico se confundirá más tarde con los nombres que le dieron otros poetas y que Benavides toma como propios: la Pasárgada de Manuel Bandeira, la Fontefrida del romance, la Sansueña de Luis Cernuda, la Canterbury de Chaucer.

También aparecen en este libro los versos que la crítica ha repetido como resumen de su arte poética: "Por eso no se sorprendan/ si contrapuntean aquí/ la guitarra de Gabino y el arpa del rey David". Dos tradiciones: la popular personificada en el payador Gabino Ezeiza, la culta simbolizada en el arpa de David. Y siempre la música, "la música mi madre", como ha escrito.


Una poética de la lectura

Lector omnívoro y de insaciable curiosidad, Benavides tuvo desde muy joven trato con los clásicos y con la tradición moderna, incluyendo a la poesía inglesa, menos transitada por los poetas uruguayos del momento. El encuentro con la obra de Ezra Pound le dio la libertad necesaria para usar esas lecturas en la construcción de sus propios textos. El trabajo de Pound sobre la tradición, su uso del collage, la paráfrasis y la parodia, alimentó ese "tejido" que Benavides ha hecho con las palabras de otros poetas desde la poesía china a los griegos y latinos, de los trovadores provenzales a la poesía moderna. Libros como Hokusai, Lección de exorcista o La luna negra y el profesor, son claras muestras de esa modalidad, aunque la cita es un recurso constante en casi todos sus títulos.

Los experimentos en los límites entre poesía y prosa que hace en Historias, Fotos o Tía Cloniche, también se relacionan con la lección de Pound y su preocupación por devolverle a la poesía su precisión, su "condensación" de sentido, una secreta tensión fuera de la retórica "poética" gastada por el uso.

La labor del poeta es entonces también una tarea de recuperación y de sostén de la tradición literaria. Relectura del pasado: resignificación del pasado. La suya es, como en Borges, una poética de la lectura, o una poética antropofágica, para usar la fórmula de los modernistas brasileños. Y en eso, entronca con ese rasgo cosmopolita que para Octavio Paz define la poesía hispanoamericana.

En un poema de El Molino y el agua, significativamente titulado Prontuario hace el recuento de algunos nombres: Borges, Macedonio Fernández, John Donne, Berceo, Garcilaso, Bernart de Ventadorn, Pound, Sabines. (Pudo agregar Laforgue, Bandeira o José Juan Tablada). La poesía anula los tiempos y los espacios, hace contemporáneos a hombres que escribieron con siglos de distancia. Porque Benavides sabe que "El poema no empieza/ donde empieza/ ni acaba donde acaba" (...), (Definición de Fragmento en Lección de Exorcista)  y dice luego "Pero el poema comenzó antes (cuando entramos, la función ya había comenzado). Y será bueno si podemos dar testimonio del fragmento/ que vimos. Nada más."  Y agrega luego, "Pero recuerda: ese tejido no lo empezaste tú/ y no será tuya la puntada final". La intertextualidad es la puesta en obra de esa convicción.

Simultáneas, la alondra de Bernart de Ventadorn y la calandria de Benavides cantan contra la adversidad y la muerte, empujan "ojos y frente oscuros a lo alto" (Hokusai). El poeta se sabe portador de ese fuego que deberá entregar a otros. Es la poesía la que lo saca de su soledad y lo impulsa hacia los otros y hacia el mundo.


El poeta en la calle

Por qué se escribe, para quién se escribe, cuál es el lugar del poeta -la calle o la torre de marfil- son algunas de las preguntas que se plantearon los poetas de su generación. En Murciélagos (1981) escrito en plena dictadura militar, esa pregunta vertebra el libro. Sintiéndose solo, fracasado, "bandera de remate", "trapo suelto", el poeta lucha por no ser "ni ave de paraíso/ ni sapo de otro pozo". Y concluye que los otros, los prójimos son los que dan sentido a su contienda con las palabras: "Esos grises (los míos)/ me sostienen./ Son mi peto infranqueable/ mi baciyelmo/ puro".

En su diccionario personal, la ciudad con sus estridencias es un símbolo del exilio, del destierro de aquel lugar utópico que en la memoria se confunde con el pago y adquiere la significación de la vida verdadera. Pero la ciudad es una metáfora doble: es el exilio, pero también el barco compartido, la responsabilidad hacia los otros; el poeta o "el profesor con su paraguas" es también el hombre entre los hombres. En consecuencia, nada puede quedar excluído de su poesía: expresiones populares conviven con palabras del mundo de la propaganda o del cine y se mezclan con otras prestigiadas por la literatura. Como los exterioristas nicaragüenses, hay un Benavides que cultiva una poesía impura hecha con los elementos de la más vulgar cotidianidad, con cosas de la "costrosa vida" ("Area de la belleza" en Poesía). Y un Benavides urgente, que no pretende quedar en la memoria sino cumplir una misión concreta. Afortunadamente esa poesía comprometida no lo limita, como ha sucedido con tantos de sus contemporáneos. Benavides sabe que su obligación última es con la poesía ("Ni al César lo que es del César ni a Dios lo que es de Dios", dice en Lección de exorcista).


Dudo, luego creo

Una inquietud metafísica está detrás de la pasión con que Benavides ha vivido su vocación y sus dudas. De esos "crisantemos de la desesperación" como llama a los versos desechados en la papelera, de esa lucha con las palabras, se desprende una necesidad de trascendencia, una interrogación a ese Dios "turbulento y callado". Desde los sonetos de Los pies clavados al bellísimo El mirlo y la misa (2000), el poeta, como Jonás, huye de un Dios que no deja de acosarlo. El amor erótico, la pasión civil, la tensión hacia una Sansueña siempre esquiva, son también nostalgia de una armonía última que dé sentido a la existencia. Imprecatorio a veces, como un heresiarca que no se conforma con las explicaciones fáciles y tranquilizadoras, ese Benavides que dialoga consigo mismo y con los demás también habla con Dios. Aunque a veces piense que sus "pesados pies/ que solo el polvo asila/ jamás levitarán hacia la luz de arriba" toda su poesía es una afirmación ética y estética que lo lleva (y son sus palabras) a "comprender que el hombre no es una circunstancia,/ no es un azar impuro,/ y que siempre estará por encima del polvo..."


Selecta de Benavides

 

                        Diferencias

                        vamos a escuchar las voces
                        sus diferencias
                                                  a oír
                        ponga el jilguero lo suyo
                        y el pirincho lo haga así

                        pero vamos a entendemos

                        que lo que quiero decir
                        no es opinión sobre gustos
                        dura tarea
                                             o feliz
                        como un borracho que muere
                        ahogándose en un barril

                        yo vengo de un fondo viejo
                        con Berceo a la nariz
                        y endulzó la villanesca
                        el agrio son del país,

                        pero un puente de guitarra
                        fue lo que me trajo a mí

                        por eso no se sorprendan
                        si contrapuntean aquí
                        la guitarra de Gabino
                        y el arpa del rey David.

De Las milongas, 1965




                        El jugador

                                                                                                            supo jugar el ajedrez con el Diablo
                                                                                                            sin abandonarle jamás ninguna
                                                                                                            pieza grande.
                                                                                                                                               Sir Thomas Browne

                        Necesito saber (Fausto, Sir Thomas)
                        sin influencias de Madona Luna;
                        sin la alquímica busca de fortuna;
                        sin salamandra o piedra en las redomas;

                        Esta hoja verde, el hueso recubierto
                        de fina piel y carnes deleitosas;
                        el grito desolado en aquel huerto:
                        ¿sólo negras simientes de las fosas?

                        ¿Es la Naturaleza el artificio
                        de Dios? ¿Y es ésta luz sólo su sombra?
                        ¿Una entrega absoluta es fino vicio;

                        y qué del cátaro, del albigense?
                        He jugado con el que nadie nombra
                        y entablamos. ¿Quién vence, nos convence?

De Poesía, 1959-1962



                        Anda un amigo

                        Anda un amigo en medio de la noche.
                        Han cerrado los bares. Las persianas
                        de acero bajaron con estrépito. Los gatos
                        deslizan apetitos. Anda la luna
                        por ahí, velada. Pasan coches y luces;
                        sobreviene, después, un silencio
                        que mueve la plantita en la cornisa;
                        silencio que hace un chambelán
                        de un grillo -del canto de ese grillo-.
                        Anda un amigo en medio de la noche.
                        No lo conozco. Y él no me conoce.
                        Andamos cerca o lejos, nos cruzamos
                        -acaso- en una calle. Compartimos
                        un ómnibus, un cine, un banco de una plaza.
                        Anda un amigo y ando yo que soy amigo
                        de ese hombre. En órbitas distintas
                        -nunca ajenas-. Pero vamos a hallarnos.

                        En medio de la noche o con la aurora
                        de rosados dedos, vamos a hallarnos.
                        Y tenemos que estar preparados a ese encuentro.
                        Por ahora, susurra el viento oscuro,
                        graznan letreros viejos y el grillo mete lima.
                        Ya no pasan los coches. Pasan restos de diarios
                        y un cartel liberado zapateando en el polvo.
                        Estoy seguro. Nos encontraremos.

De Murciélagos, 1981



                         Canción de los lentes

                                              El poeta envejece.
                        No ve la línea,                       
                        la delgada silueta
                        que, antes, veía.
                                              La escritura le baila
                        una polkita;
                        se le van los matices,
                        las golondrinas.
                                              Pero se puso lentes
                        y oh maravilla
                        se dibujaron netas
                        las golondrinas.
                                              Apareció de nuevo,
                        -la delgadiña-
                        aquella del romance,
                        palabra limpia...
                                              Los tipos de su máquina
                        la tinta china
                        por más que los limpiaba
                        no aparecían...
                                              Se arrimaba a la hoja
                        cuanto podía,
                        su nariz borroneaba
                        la letra fina...
                                              Pero se puso lentes
                        y oh maravilla
                        volvieron las "corrientes"
                        las "cristalinas"...
                                              Y releyó a Pessoa
                        y a Carlos Williams
                        y anduvo con Sabines
                        por la cornisa...
                                              Ahora es un "cuatrojos"
                        es un "lenteja"
                        pero ve lo que escribe
                        y lo que piensa.

De Finisterre, 1986



                    Confusa exaltación y representación
                    de la dama


                                                                                                                     a Nené


                        -"Estás igual.." No. -Claro que envejeces;
                        -horrible fuera: sola y detenida,
                        mientras brotan y siegan a las mieses,
                        y el tren se va y el corazón trepida...

                        "Si universo y si tiempo nos sobrara..."
                        -Lo dijo Marvell- en un nomeolvides
                        si "La púdica amada" titubeara...
                        Ronsard lo reiteró y hoy Benavides.

                        No temo por la pérdida segura
                        de aquella perfección, de aquella cara,
                        porque no es eso lo que al fin perdura.

                        Old Ezra bien lo supo. Rememoro
                        su lección (aunque tiemblo al deterioro):
                        "Si universo y si tiempo nos sobrara"...

De Poesía, 1959-1962



                        Cuando se vive al borde

                        Cuando se vive al borde
                        de una ciudad de conmovidas piedras-
                        a la que obviaron un destino
                        de naufragio y ceguera
                        y el invierno -que agobia oscuramente-
                        es la pared de su verdín cubierta,
                        no es fácil Garcilaso
                        ni la Egloga;

                        -aún el helado visitante filtra
                        su humor entre las piedras-
                        mírenlo -alumnos de poesía- y miren
                        el vaticinio de las quemas...

                        No es fácil ver
                        ando la calle llega
                        con sus volados árboles y muros
                        y entre hojas y lágrimas nos ciega.
                        Ni enviar un ramo de palabras tristes
                        cuando la carta obstina
                        en barajar sus fechas...

De Poemas de la ciega, 1968



                         El viejo loco del dibujo

                        Escrito a la edad de setenta y cinco años
                        por mí
                                            antaño Hokusai
                                            hoy Sakio Rojin
                        el viejo loco
                                            del dibujo.
                        Dibuja lo que quieras
                                               -no lo que sepas
                        (ya vendrán a enseñarte los maestros)
                        -pero se contradice-
                        el viejo loco del dibujo.
                        Pelea
                                              samurái con tus pinceles
                        sobre papeles esteparios
                                              ajústales
                        el recio bambú en los lomos blandos
                        a los que venden a sus hijas
                                              reviéntalos

                        Mira después de todo ángulo
                        al seno azul del Fujiyama
                        (o de un cerrito de tu tierra
                        -¡el Batoví Dorado!-
                        cualquier cerrito
                        de tu tierra
                        con una gris calandria encima).

De Hokusai, 1975



                         La revelación

                        Deodoro pisó el marco
                        de la puerta y allí quedó, tieso.
                        En la penumbra de la sala vislumbró
                        las visitas: ropas oscuras (faldas)
                        y, de pronto, (aparecida) vino hacia él
                        y le besó en la mejilla, una niña
                        vestida de blanco (zapatos, medias,
                        falda) de pelo renegrido (en trenzas)
                        y ojos como azules.
                        Deodoro volvía de una -infructuosa- caza
                        de cardenales, en los talas del cerco.
                        Ante la niña, se le cayó el frasco de "pega-pega".
                        La jaulita vacía. Perdió los pies,
                        el pecho se le hizo humo, se le soltó la cabeza
                        como un globo con gas. Y si no se volvió,
                        allí mismo, en el marco de la puerta,
                        un montoncito de ceniza,
                        fue porque -todavía- le quedaban dos años
                        para soñar y despertarse
                        sudando frío en la madrugada.

De Tía Cloniche, 1990



                       Negativo de una canción

                        Esa calle es la misma
                        con la persiana verde
                        con el jardín sombrío
                        por las altas paredes
                        y el piano que malrota
                        sonatas de Clementi
                        esa calle es la misma
                        tiene una gata y tiene
                        la misma luz de otoño
                        los árboles de siempre
                        esa calle
                                                  no digas
                        que es la calle de siempre
                        ni es su jardín rotoso
                        ni su persiana verde
                        reseca y carcomida
                        ni sus viejas paredes
                        a veces suena un piano
                        pero muy pocas veces
                        no es la misma esa calle
                        que es otra
                                               indiferente
                        sembrada como todas
                        de pisadas estériles
                        esa calle
                                                no digas
                        que es la misma
                                                no sueñes.

De Los sueños de la razón, 1962-1965



                        No es un tigre de papel

                        El tiempo está en los otros.
                        Al acecho.
                        (Y el tiempo no es un tigre de papel)
                        Hasta que salta de un rostro conocido
                        Y como quien revela una fotografía
                        lo vamos descubriendo (sin espejo).

                        El tiempo está en nosotros.

                        Que nadie pierda tiempo cerrándole las puertas
                        Que nadie crea alejarlo porque no se le nombre
                        (ni metiéndote bajo de la cama
                        ni perdiendo la fe).
                        Queda otra instancia aún.
                        Cuando descubres que ralea el ejército
                        de los conocidos.
                                                      Y alguien dice:
                        "Ha muerto Helena"
                                                       -y eres tú que has muerto-
                        "Ayer murió Ramón"
                                                       -y con él mueres-.

                        El mundo (tu mundo) se despuebla
                        y el compañero de la infancia
                        te contempla con lástima y con miedo
                        porque él también lo ha descubierto todo:
                        la muerte está en nosotros.

De Fontefrida, 1979



                        Soneto dos al borde del milenio

                        ¿Cómo te sientes, entre tantas cosas,
                        súbitamente, vueltas diferentes?                      
                        Mas, tú no las cambiaste. Si, ominosas
                        o justicieras, descubrieron dientes,

                        mordiendo, líderes o presidentes;
                        ayer cantados bajo palio y rosas.
                        Hablo de corazones y de gentes,
                        de muros derribados y de prosas.

                        Pero ¿están derribados esos muros?
                        Mozos de pelo al rape, con cadenas,
                        al extranjero invitan al infierno;

                        las esvásticas vuelven a los muros,
                        arden las sinagogas y colmenas..
                        ¿Y tú, cómo te sientes, Posmoderno?

De Poesía, 1959-1962



                        Prontuario

                        1
                        Soy un viejo que fía en sus neuronas,
                        un calamar sañudo, un nigromante;
                        mientras tiemblan las mitras y coronas
                        en la noche del lobo y del mutante.

                        2
                        Borges no puede verse en el espejo
                        porque se enfrenta al marco de un retrato.
                        No es sólo error del cristalino viejo
                        ni de un sensual oculto en un pacato.

                        3
                        Macedonio que esconde en un ropero
                        la bombilla de luz del pobre cuarto,
                        corrije, una vez más, su nacimiento,
                        harto de ser y de razón más harto.

                        4
                        John Donne oye disculpas de la dama
                        porque tus huesos con los suyos nunca
                        ató la crencha de color de llama;
                        bien que te dicen de la vida trunca.

                        5
                        ¡Salud! Gonzalo de Berceo. El vino,
                        duras jornadas de cuaderna vía
                        escritas en román del paladino:
                        -Salva al pobre ladrón, Virgen María-.

                        6
                        Profesor de nostalgia y mal de amores,
                        del susurrado verso, Garcilaso.
                        Después vinieron otros resplandores:
                        Elisa o Isabel y aquel flechazo.

                        7
                        Bernart de Ventadorn, tú me enseñaste
                        la aflicción, la belleza del segundo;
                        del amor que no borra ni el desgaste
                        ni los ejecutivos de este mundo.

                        8
                        Pound permanece en Pisa y en la jaula,
                        sólo un soldado negro lo conforta,
                        Escribe, porque el hilo ya: se corta,
                        contra la usura, contra el falso, el maula.

                        9
                        Sabines ya no puede con la vida:
                        -hay tanta muerte, hay más que un mar de muerte!-.
                        El cacto permanece, no el suicida:
                        hay que arrancar la muela, hacerse fuerte.

                        10
                        En la tercera estrofa el verso cojo
                        denuncia el son que en el oído apaga;
                        y la muerte previene, cuando amaga:
                        -no mires mi puñal, mírame el ojo...

                        11
                        Soy un viejo que duda de su sombra
                        Que advierte su doblez y su ignorancia.
                        Escribo -alucinado- por constancia
                        y por una mujer que aquí se nombra.

De El molino y el agua, 1993

 



 
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