No. 53 / Octubre 2012


2. Palabras
(Entrega 4)

Atanor. Notas sobre poesía
Por Francisco Segovia
 
atanor-letrs_01.jpgLOS LÍMITES DE LAS PALABRAS: HAMANN (01/01/2001): Para Hamann las palabras son pequeñas, pequeñísimas: son sólo partes de algo más grande. Por ser partes, son analíticas y por tanto insuficientes para mostrar la totalidad, la unidad del sentido. De ello se desprende que el diccionario equivoca el blanco y no dará jamás una imagen cabal de la lengua que toma por objeto. Pero entonces, ¿cuál es la unidad mínima de sentido? ¿La oración? La idea de Hamann es interesante porque parece un preludio a la idea de contexto que la lingüística desarrollaría después, pero era seguramente insuficiente para aquellos románticos que, como Hölderlin, se preocupaban por una artesanía lingüística aún más detallada y analítica... Artesanalmente, para un poeta, quizá la unidad mínima sea el ritmo, si al ritmo puede atribuirle algún sentido...

Darío contra Hamann... ¿O no decía Darío que cada palabra tiene un alma?

LOS LÍMITES DE LAS PALABRAS: CHINA (20/05/2012): Chad Hansen (Language and Logic in Ancient China) alega que los filósofos chinos anteriores a la dinastía Han no concebían las palabras a la manera occidental —es decir, como recipientes que se llenan de un significado individual y discreto— sino como una especie de encuadre que recorta y delimita su significado de entre el continuo de la lengua. Algo así, supongo, entreveía también Hamann.

PENSAR  SIN PALABRAS (29/09/2006): “Yo pienso con la pluma”, decía Unamuno. No es extraño que para una mente cultivada el pensamiento aparezca como un texto, como una redacción, pues en su caso parece destinado al exterior. Pero, ¿es eso todo el pensamiento? Supongo que no, que detrás o debajo de la pluma que lo exterioriza hay un magma más o menos informe de sensaciones, recuerdos, percepciones, etc., que no se formulan en un habla o una escritura y que por eso nunca son cabalmente lingüísticos. Sin embargo, son lenguaje en algún sentido del término —por ejemplo, en aquél para el que basta un sistema estable de categorización y asociación (una gramática). Aquí cabrían, desde luego, los iconos de Peirce (el humo “significa” fuego), que son pensamiento en un sentido que abarca más que lo estrictamente lingüístico y humano, pues lo vemos claramente en acción en los animales.

Parece pues haber una especie de fondo mental contra el que se recorta el pensamiento ya organizado en habla y escritura. No se trata del inconsciente freudiano sino, más bien, de los transpensamientos de Nietzsche; de eso que “pensamos sin pensar”; de nuestros pensamientos antes de atildarse para salir a la calle o posar para el diccionario. Puede debatirse si estos pensamientos son cabalmente hechos de comunicación, pues, aunque no podrían llegar a otro sin modificarse y conformarse al lenguaje común, nos dicen algo a nosotros mismos. No sólo pertenecen al dominio de nuestra interioridad sino que nuestra interioridad se define por ellos.

Si suponemos que la interioridad define nuestra identidad —con su conjunto específico de sensaciones, sentimientos, recuerdos, etcétera—, entonces habrá que reconocer que nuestra personalidad está determinada por el estilo; esto es, por la manera en que “la pluma” formula y expresa para el exterior el contenido de nuestro pensamiento no verbal. “El hombre es el estilo”, decía el Conde de Buffon. Es justo en este sentido en el que se entiende que el psicoanálisis sea una retórica. Pero ¿es una retórica sólo de “la pluma”? Al parecer, eso es lo que creía Freud. Y lo creía también Valéry cuando escribió que “un hombre es infinitamente más complicado que sus pensamientos”. Pero resulta una idea algo ingenua si la iluminamos con la maliciosa luz que Lacan arrojó sobre el pensamiento freudiano. La frase en que Lacan dice que “el inconsciente está estructurado como un lenguaje” se resuelve en una afirmación dogmática: ça parle. Para Lacan, la conciencia no pone en palabras lo que el inconsciente barrunta en silencio, sino que el inconsciente mismo habla: es habla él mismo, aunque un habla que hay que descifrar penosamente. Entre la pluma y eso hay pues una continuidad; la pluma y eso son las dos caras de una misma cosa; o, mejor aún, son la única cara… y su revés —por seguir la metáfora en que Lacan las compara con la cinta de Moebius. Visto así, más que una “psicología profunda”, el psicoanálisis es una “lingüística profunda” o —como dice Steiner— una “metalingüística”.

Lo interesante de esta idea es que abre la posibilidad de una filología de la vida interior, de una arqueología del sueño, de una historia de los modos en que la articulación consciente ha dado cuenta de ese magma informe e informulado que se rebulle en los pre-pensamientos de una mente. Incluso, si se quiere, abre una posibilidad seria de estudiar el pensamiento animal...

 


Ilutración:
Letras, tomada de
http://reflejosysusurros.blogspot.mx/2009_01_01_archive.html


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