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portada-memoria-marzo.jpg Memoria de marzo
Francisco Meza
La Otra / Universidad Autónoma de Sinaloa
México, 2012

Por Alfonso Orejel
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No. 53 / Octubre 2012


Quien escribe poemas necesita de cierta impudicia, de una dosis extraordinaria de osadía. No es tarea para timoratos ni mediocres mostrar las entrañas ni asomarse desde los riscos más elevados hacia el abismo, hacia la propia oscuridad. Francisco Meza, originario de Culiacán, se ha despojado de la máscara ordinaria y nos muestra su rostro hecho de palabras.  Como una piel de cacería nos muestra la historia de su desgarramiento, de su herido silencio o  su sofocado grito a través de una amplia gama visual y verbal.

La primera parte del libro se titula“El cercano dolor de lo remoto”  y es el relato de una pérdida amorosa, el informe del fracaso que parece aguardar a los ingenuos o los locos – quienes cifran sus vidas por un instante en esa pasión. No podía ser de otro modo: a estas aventuras hay que apostarle eso que administramos con celo – a cuentagotas - y  que denominamos Vida. Emplea un registro que elude el chantaje o la lágrima fácil, evitando  artificios sentimentales. Su escritura no finge ni espera chantajear al lector con su aflicción. No anhela encontrar en el lector una sombra que sume aquella pena a la propia, sino una mirada capaz de conmoverse por la emoción cifrada en el misterio del poema.

Usa un lenguaje edificado con restos del naufragio, vigas rotas, palabras enmohecidas, alas despedazadas, miradas moribundas, clavos y escombros. Sin embargo, el autor no muestra, vanidoso, las cicatrices de guerra, las heridas frescas después del fragor de la batalla. Da cuenta de un dolor que nunca muestra su rostro, que siempre encuentra una metáfora que lo oculte, lo atenúe. Convierte la certeza de la ausencia en materia poética usando versos largos donde predomina la comparación o la analogía, mezclada con metáforas que poseen una extraña violencia. Una furia, una hermosa violencia que algo le debe a Francisco Hernández o Yehuda Amijai, a Huidobro o al Neruda de Residencia en la tierra. Me sonrojo al decirlo: una tierna violencia.

Siente una preferencia por un ritmo desbocado que suelta imágenes en cascada, una tras otra, a veces sin permitirle tomar un poco de aire al lector. Ello obedece a que el verso de largo aliento se le da. Es el ritmo frenético de su respiración que parece exhalar un torrente de figuras, pensamientos, pausas, encadenadas por el golpe de los octosílabos y endecasílabos. Lo suyo no es la brevedad ni el minimalismo. Sus versos arrojan una sombra barroca sobre la superficie blanca de la página, imágenes compuestas o abigarradas donde se van desdoblando una tras otra, eslabonadas en sucesión frenética. Cercano a Lezama Lima, a  Vicente Huidobro, David Huerta o a J. J.Villarreal, Meza se impone una exigencia conceptual densa y es uno de sus honrosos herederos.

La segunda parte da nombre al libro: “Memoria de marzo”. Un cuaderno lleno de notas sueltas,  una serie de apuntes aparentemente desarticulados donde un hombre cautivo en una vida que no desea, plasma su melancolía, su vacío, su desesperanza. Un hombre abstracto, un prisionero de cubículo, un nómada dentro de una realidad cuadriculada tiene nostalgia por emigrar. Pero se sabe incapaz de abandonar esa jornada, esa rutina que lo condena. Solamente puede escapar atando una a una las palabras y bajar a través de ellas desde su ventana.

Este rehén de los días aciagos y del insomnio, escribe desordenados signos, frases amargas, imágenes oscuras en su diario  secreto, en una prosa poética que necesita de la conjunción de ambos géneros para exteriorizarse. Es el cuaderno oculto entre toda la vana y superflua papelería de oficina. Entre tanta hoja muda, formal, zalamera, hay una foja de hojas donde la vida parpadea. Es la Memoria de marzo que aún no tiene nombre. 

“Al recordar su nombre  caigo en ese pozo que todo triste guarda en la mirada”, escribe Francisco Meza en el poema inicial de este capítulo, empleando una imagen impecable y pulcra que revela el tono general de los poemas sucesivos. No siempre el poema contiene estas pepitas de oro. Incluso es notable el esfuerzo plástico que rige a su pulso en cada línea, tratando de no ceder ante la oralidad o el lenguaje coloquial. El discurso poético se mueve en un plano conceptual no apto para un ojo ordinario o que no está acostumbrado a los hallazgos visuales, a  la irradiación de sus símbolos, o a saborear matices de ecos y resonancias violentas.

Este inventario de la propia soledad, este callado relato de los monótonos días  es expresado con temblorosa serenidad por el autor quien se contempla en “ese pájaro  que estalla contra la ventana”, incapaz de saber que las propias apariencias podrían acabar con él, que el insignificante paso de una vida anodina lo acabará matando. Pertenece a la estirpe de los solitarios, lectores de ladridosde goteras, de latidos – como lo apunta con certeza en “Perro de azotea”. Una sensibilidad cultivada en la desventura y el fracaso puede tener esta habilidad y ser capaz de traducirlo en poemas de hondura.

Este es un libro cuyo eje central es el amor, que no le recomiendo a nadie que esté enfermo de optimismo y que siga a pie juntillas el decálogo de los felices. En el arqueo final sólo encontrará “un rastro de notas de auxilio”, “banderas desgarradas” y ”sílabas de ahogados” – tal como lo señala textualmente el poeta  en el poema “A la orilla del sueño”, y que es su carta creencia inicial -. Memoria de marzo está escrita con la ceniza que dejaron los restos del amor, con la tinta que goteó la noche, con los dedos que escribieron sobre la superficie de la playa las palabras duraderas.





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