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portada-opera-fantasma-mroffe.jpg La ópera fantasma
Mercedes Roffé
Vaso Roto Ediciones,
Barcelona, 2012.

Por Ana Franco Ortuño
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No. 53 / Octubre 2012



Si las últimas tradiciones poéticas se recargan en la imagen y los recursos visuales, y las antiguas en la música, La Ópera fantasma se sitúa en los dos universos. No hay por qué escoger. Los fantasmas de Roffé (materia sutil) recorren o se organizan de muy distintas formas, en los dos grandes libros que constituyen este volumen (y que se dividen, a su vez, en apartados): Aproximaciones a la boca del rey y La Ópera fantasma. La palabra en Roffé es pieza de un entramado móvil: máquina o partitura.

El libro pareciera estar armado en sentido contrario a la tradición que señalo, parte de la (des/re)organización visual para llegar a la música, aunque no pienso que sea para ‘volver’ a ella, como en un retorno; creo que el equilibrio y la originalidad de los poemas impiden una jerarquización o una sobreinterpretación de este tipo. El libro no ontologiza una nostalgia formalista.

Todo sucede en La Ópera fantasma; todo lo que al lenguaje ocupa, y si ocupa al lenguaje, ocupa lo humano.

Aproximaciones a la boca del rey se divide en tres apartados. El primero, El lago (Chances Are), declara la importancia del blanco con un epígrafe de Octavio Paz, y los textos juegan con el espacio, la falta de sintaxis, lo fragmentario; el nombre es un signo además de un contenedor de sentido, su sitio (el que ‘vence al azar’) potencia sus relaciones, esto lo sabemos y podría decirlo de muchos autores que trabajan la espacialidad. ¿Por qué funciona en Mercedes Roffé? Consultemos primero una poética, en Construcciones dice:

nombres
ganados
al azar
       —como se gana terreno a un río—
Naturaleza o condición
profético-ornamental
de la palabra
(…)

Cada palabra se asienta en este lugar vencido y, aunque no niega el ornamento, reconoce su poder, profético pero también atroz y cíclico en Ronda, o “como piedras preciosas” en El jardín. El mecanismo es un juego de selecciones e intercambios: en el blanco pero con la oscuridad del Hades; en el poder de una conjunción, esto o aquello; en las mayúsculas y los paréntesis. El verso se reduce a sus formatos mínimos (estalla), requiere de una lectura enfocada, y ofrece una lógica.

El segundo apartado es un reloj impreciso: Definiciones mayas, “toman su título de una serie de ‘definiciones’” dictadas por un informante, Alonzo Gonzales Mó, a Allan Burns, etnólogo.

En esta sección el verso se adensa en dimensión y en repeticiones. Se problematizan lo adverbial y sus posibilidades: A veces, Entonces, También. La duda es territorio de lo naif. Describe, desarma, define. Toda posibilidad metalingüística se desglosa aquí pero, además de inteligente, es dulce y familiar.

A veces

(…)
Se dice cuando de vez en cuando algo
como sentirse triste o solo o feliz o hermosa   
sucede como decir cada tanto
un día sí dos no
un día sí tres no
pero no regularmente
no cada dos días
no cada tres
no todos los sábados
(…)

El tercer apartado es Situaciones: eventos y conjuros. Imposible no evocar a Olga Orozco y, sin embargo, la evocación se cumple únicamente en una segunda persona que “para atizar el silencio” conjura retazos de artaud. De nuevo el poema crece, se convierte en prosas mínimas, en situaciones con libros, con niños, con teléfonos, con enfermos. Todas ofrecen escenarios a escoger y varios finales, como en un guión con opciones, el poemario se ha compadecido de sus lectores asignados. No hay drama ni destino; hay piezas.

El segundo libro da título al volumen y es también un poema: La Ópera fantasma. Antes, el libro se divide en Teoría de los colores y El pájaro de fuego. En Teoría de los colores, el sentido teje enumeraciones, aparece el ritmo, y la imagen ocupa el lugar central. Cruzan caballos. Volvemos a la brevedad en algunos poemas de Los profetas que parten de historias mínimas, de cuadros. La brevedad aquí es limpieza.

En Pájaro de fuego aparecen el cine y la música. La expresión artística se hace poema y requiere de una mirada compleja, capaz de recorrer formas sutiles. Se trata de mostrar, de mirar de nuevo, desde el lenguaje, éste, el poético.

Para Deleuze, el fantasma y el sueño no son de la misma materia que el deseo, porque no hay en su naturaleza semillas de realidad, es decir, ni el fantasma ni el sueño nos llevan a una construcción; La Ópera fantasma propone una ruta alterna, del arte a la semilla; del largometraje a los dos puntos aislados, como puertas; de la ópera al fonema. La linealidad del libro, el orden de sus páginas, no nos esclavizan a una lectura determinada, cada sección ofrece la dimensión del arte y evidencia la materia prima del lenguaje; es una estética.

Ópera fantasma, el poema, reduce de nuevo el sonido, invoca con golpes del oriente a Shakespeare, lo sienta frente a Bach, y dice: “«De la materia del sueño / somos.» «Fuga / Fuga de muerte» —dice Bach.” Estos son los fantasmas de Mercedes Roffé, sus semillas.

 


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