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portada-a-fin-de-cuentas-m-simpson.jpg A fin de cuentas
Máximo Simpson
Editorial Alforja/ Conaculta-Fonca,
Barcelona, 2006.

Por Renata Vega Albela
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No. 53 / Octubre 2012



La lectura del libro de poemas A fin de cuentas de Máximo Simpson, es uno de esos viajes inesperados que tiene, desde el principio, el aire de la buena poesía. Leer a Simpson es la posibilidad de compartir el viaje del autor; adentrarnos en su conocimiento de la vida que es, a fin de cuentas, como el título del libro, la sabiduría del poeta hasta el momento presente, una suerte de conclusión parcial de la riqueza vivida por él; es sentir al mismo tiempo una íntima conexión con el poeta, que nos invita, en nuestra calidad de lectores, a perdernos en la belleza de sus imágenes y en la reflexión inherente.

Como todo buen viaje, el suyo va en crescendo a partir de que el autor pide: “un alba inmortal para empezar el día”. ¿Quién, entonces, podría negarse a emprender el trayecto al encuentro de un amanecer infinito, lleno de claridad e imágenes en las que el lector siente la tentación de perderse?

Simpson posee una fuente inagotable de poesía, de la cual surgen tanto los días, como el naufragio del alma o el origen del tiempo. El poeta mira con los ojos muy abiertos, escudriñando todo a su al rededor, es cuando los objetos se transmutan como en: “la fuente es pálida, violácea, transparente,/ es roja pero es verde,/ es azul pero emana rupturas del deseo”, o cuando nos habla del visitante que: “canta mientras mi espíritu atardece”, o de: “este humilde laurel contra la muerte".

La emoción que origina los poemas de Simpson está presente siempre, de ahí la frescura, la fuerza, la energía vital que remite al lector a experiencias vividas intensamente y que el poeta tamiza hasta darles la forma poética correspondiente, sin perder su emoción original, que los impregna en forma indeleble. Por ello pareciera que va trabajando sus versos al ritmo de sus emociones, sin menoscabo, sin embargo, de su rigor poético.

A veces el autor nos lleva hasta el clímax del tango, como en su poema Yo soy…, en el cual la resonancia musical nos envuelve cuando dice: “Yo soy aquel, el estentóreo,/ el tímido, el sin norte,/ el bifurcado./ Soy inspector de orillas, latitudes”. Es así que también, de pronto, su crescendo se vuelve un adaggio lamentoso como en su poema Dolencias.

Me extirparon el duelo, el infortunio,
el conturbado apéndice y la fábula,
el órgano sin bálsamo ni tregua.

Después me dieron de alta
y salí caminando, saludable,
bursátil, renovado.

Pero aún me sangraba la vértebra indecisa,
y entonces los expertos ordenaron
transfusión intensiva
de estearato, hidroxil, propilmetil,
y dosis reforzadas de neblina.

Sin embargo mis dientes
preguntan por un triángulo octaedro,
por un bello altamar en la montaña,
y un ómnibus que lleve a alguna parte.

Y entonces se transforma en un continuo que crece en emoción, que musicalmente nos evoca, un moltto rabioso, como en Hartura:

Me perturba esta dádiva incierta
de mi cuerpo trajeado,
que me lleva a la calle, al almacén,
al cine, al velatorio.
Me cansan estos ojos que no ven el reverso,
la simiente maligna que acecha en los rosales.
Es que estoy hasta el cuello de estar equivocado,
de no saber por qué, cuándo ni cómo
he caminado a tientas hasta mi edad nocturna,
a tientas, sin veredas, por atajos
de ciego sol y bruma indescifrable.

Máximo Simpson plasma en este libro un cúmulo de derrotas y victorias, de duelos y gozos personales, que le dan fuerza a su madurez, y la musa lo toca irremediablemente. Es a través de todo esto que nos acercamos al misterio de la poesía como en su poema:

Jorge Calvetti, in memoriam

espacioso, velado, momentáneo,
es diáfano, inhallable,
e irradia más allá de los confines,
aunque nadie lo ha visto con sus ojos.

No es diurno ni nocturno,
no sueña ni amanece.
Es tal vez una llama,
                       o la sombra
de su callar, de su decir,
que aguarda en los caminos.

Tal vez lo acuna el Tiempo,
tal vez está en el centro de la tierra,
tal vez fuera del mundo,
tal vez.

En el plano personal, como lectores, nos sentimos tentados a reconocer en él, un hombre de afectos, de amigos con el mate en la mano, compartiendo experiencias, esperanzas y desilusiones; un hombre franco que se acerca a la poesía con humildad. Y es que refleja en sus versos el poder de lo pequeño, de lo humilde, como los zapatos que eleva a categoría estética con la maestría y sencillez de los poetas verdaderos. En su oficio, tallado por los años, el soneto también tiene cabida; sus endecasílabos son bien logrados y, como dicen los que saben, siempre hay que reconocer la fuerza de un buen endecasílabo.

En su trayecto vivencial-poético, Simpson no descarta el humor, pero tampoco rompe el estado de ánimo poético. Es, además, un oficiante que a pesar de acercarse a temas oscuros como la muerte o estados de ánimo melancólicos, resurge luminoso, y su poesía irradia humanidad. En ella hay dolor, ira, temor, frustración, pero asimismo suavidad, empatía y aceptación. Sus instantáneas están construidas sin desperdicio, trabaja cada verso con atento cuidado, con el fin de alcanzar el alma del lector porque en el poeta ha ocurrido ya el anclaje del espíritu, de ahí que sus reiteraciones, cuando las hay, no cansan.

Sumergirse en el universo de Máximo Simpson, en un páramo desierto de poetas de su talla, es un regalo sorpresivo que se convierte en deseo de compartirlo con miles de lectores para que vibren con sus versos como yo lo hice, y con un deseo más: que su obra sea más y mejor conocida en nuestro país, como es la de algunos que no lo merecen.




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