Algunas vampiresas

Cine y poesía
Por Ángel Miquel
 
Ahora que los vampiros se han vuelto a poner de moda a través de novelas y películas que consumen millones de adolescentes en todo el mundo, vale la pena recordar una de las apariciones previas en las artes de esos seres mortíferos. La fecha de esa aparición, 1897, no sólo resulta significativa porque es la de la primera edición de la novela Drácula de Bram Stoker, que perfiló muchos de los rasgos contemporáneos de los muertos en vida, sino también porque coincide con la infancia del cinematógrafo, medio al que, de algún misterioso modo, el tema vampírico se ajusta como un guante a una mano.

En ese año de 1897 se exhibió en la New Gallery de Londres el cuadro The Vampire de Phillip Burne-Jones, en el que una bien formada joven contempla el cuerpo dormido de un hombre, con una mezcla de deseo y conmiseración. Por las ropas de noche que usan los dos personajes y por la cama donde se encuentran, la imagen sugiere una escena inmediatamente posterior a un acto de amor, y del título de la obra se deduce que la mujer se ha beneficiado con una transferencia que, al dejar exhausto al hombre, la ha hecho vigorizarse y hasta crecer visualmente a través de su sombra.

No. 53/ Octubre 2012

 
Algunas vampiresas

Cine y poesía
Por Ángel Miquel
 

Ahora que los vampiros se han vuelto a poner de moda a través de novelas y películas que consumen millones de adolescentes en todo el mundo, vale la pena recordar una de las apariciones previas en las artes de esos seres mortíferos. La fecha de esa aparición, 1897, no sólo resulta significativa porque es la de la primera edición de la novela Drácula de Bram Stoker, que perfiló muchos de los rasgos contemporáneos de los muertos en vida, sino también porque coincide con la infancia del cinematógrafo, medio al que, de algún misterioso modo, el tema vampírico se ajusta como un guante a una mano.

columnas-cine-poesia01.jpgEn ese año de 1897 se exhibió en la New Gallery de Londres el cuadro The Vampire de Phillip Burne-Jones, en el que una bien formada joven contempla el cuerpo dormido de un hombre, con una mezcla de deseo y conmiseración. Por las ropas de noche que usan los dos personajes y por la cama donde se encuentran, la imagen sugiere una escena inmediatamente posterior a un acto de amor, y del título de la obra se deduce que la mujer se ha beneficiado con una transferencia que, al dejar exhausto al hombre, la ha hecho vigorizarse y hasta crecer visualmente a través de su sombra.

Burne-Jones era primo y sólo cuatro años mayor que Rudyard Kipling, uno de los escritores británicos más célebres del momento, quien había ya publicado El libro de la selva (1894) y algunos de los volúmenes de cuentos que relataban las andanzas de los ingleses en la India y por los que recibiría en 1907, el premio Nobel de Literatura. Pero Kipling también era poeta, y la pintura de Burne-Jones le inspiró los siguientes versos:

 

La vampiresa

Había una vez un tonto y elevaba sus rezos
(¡igual que tú y que yo!)
a un conjunto de trapos y madejas de pelo
(le decíamos la mujer a quien no importaba nada
pero el tonto la llamaba su hermosa dama)
(¡igual que tú y que yo!)

Ay, los años invertidos y las lágrimas gastadas
y todos los trabajos de nuestro ingenio y mano,
pertenecen a la mujer que no se daba cuenta
(y ahora sabemos que nunca habría podido darse cuenta)
y que no entendía nada.

Había una vez un tonto y derrochaba sus bienes
(¡igual que tú y que yo!)
y su honor, su confianza y su firme atención
pues un tonto ha de ser fiel a su naturaleza
(y no era poco lo que quería la dama)
(¡igual que tú y que yo!)

Ay, los trabajos perdidos, los escombros perdidos
y las excelsas cosas que planeamos
pertenecen a la mujer que no sabía porqué
(y ahora sabemos que nunca lo sabría)
y que no entendía nada.

El tonto fue encuerado hasta su piel de tonto
(¡igual que tú y que yo!)
lo que ella habría podido ver cuando lo hizo de lado
(aunque no existe registro de que lo intentara)
así que algo de él está vivo, pero la mayor parte no
(¡igual que tú y que que yo!)

Y no es la vergüenza ni tampoco la culpa
lo que hiere como un hierro candente.
Ahora se revela que ella no supo porqué
(al fin es evidente que nunca lo sabría)
y que nunca entendería nada.1

 

 

columnas-cine-poesia02.jpgEl poema de Kipling inspirado por un cuadro propició años después un desarrollo argumental en la obra de teatro titulada A Fool There Was (1909), del norteamericano Porter Emerson Browne, que a su vez fue adaptada para la película del mismo título dirigida en 1915 en Hollywood por Frank Powell. Así que en poco menos de dos décadas la vampiresa recorrió todo el espectro de las artes. La película, estelarizada por Theda Bara, dio pie además al surgimiento de un atractivo personaje cinematográfico que se multiplicaría de forma indetenible hasta nuestros días. Con Theda Bara –escribe Román Gubern en su Historia del cine (Danae, Barcelona, 1973)– “se incorpora un elemento clave en el mosaico de la mitología sexual” y siguiendo sus pasos vendrá luego “todo un desfile de provocativas bellezas que exhibirán generosamente su epidermis, en perpetuo duelo con todas las censuras del mundo, y añadirán capítulos gloriosos a la antología osculatoria de la pantalla”.

Las vampiresas del cine no chupan sangre y no son, por eso, encarnaciones femeninas del vampiro (a quienes más bien habría que llamar vampiras), sino egoístas mujeres caracterizadas por su promiscuidad y por extenuar erótica y psicológicamente a los hombres con los que se relacionan. Por ejemplo, el grito de guerra de Theda Bara, “¡Bésame, tonto!” (Kiss me, my fool!), era el preámbulo de una vampirizacion de la que la víctima sólo podía escapar por accidentes externos. El rasgo distintivo del personaje es así el despojo que lleva a cabo de la energía masculina, lo que se complementa con el gasto inútil de la suya, que no se orienta a la reproducción ni a la formación de una familia, sino al placer improductivo y el disfrute del poder que deriva de su irresistible naturaleza. Sin embargo, ese poder, para realizarse, depende a fin de cuentas de que los hombres estén ahí; en otras palabras, la vampiresa no es ni puede ser una mujer independiente.

Como hace ver Bram Djistra en su ensayo Ídolos de perversidad. La imagen de la mujer en la cultura de fin de siglo (Debate-Círculo de Lectores, Madrid, 1994), la pintura de Burne-Jones, el poema de Kipling, la obra de teatro de Browne y la película con Theda Bara, fueron sólo algunas de las muchas obras que construyeron desde la década de 1880, un imaginario misógino en el que las mujeres arrastraban a los hombres “hacia un siniestro pozo de perdición”. Este imaginario fue heredado al siglo XX a través del cine, la publicidad y la propia poesía. En particular la popularidad y trascendencia del poema de Kipling se manifestaron por dar nombre al volumen donde se coleccionó (The Vampire and Other Poems, 1921), y también por inspirar, quizá de forma indirecta, la escritura de obras semejantes en otras lenguas y latitudes. A esa cauda pertenece este soneto del mexicano Efrén Rebolledo, incluido en su libro Caro victrix (1916):

 

El vampiro

Ruedan tus rizos lóbregos y gruesos
por tus cándidas formas como un río,
y esparzo en su raudal, crespo y sombrío,
las rosas encendidas de mis besos.

En tanto que descojo los espesos
anillos, siento el roce leve y frío
de tu mano, y un largo calosfrío
me recorre y penetra hasta los huesos.

Tus pupilas caóticas y hurañas
destellan cuando escuchas el suspiro
que sale desgarrando mis entrañas,

y mientras yo agonizo, tú, sedienta,
finges un negro y pertinaz vampiro
que de mi sangre ardiente se sustenta.

 

 

Créditos de las ilustraciones:

1. Phillip Burne-Jones, The Vampire (1897)
2. Phillip Burne-Jones, Rudyard Kipling (1899)

1 La traducción es mía. El original de “The Vampire” dice así: “A fool there was and he made his prayer / (Even as you and I!) / To a rag and a bone and a hank of hair / (We called her the woman who did not care), / But the fool he called her his lady fair / (Even as you and I!) // Oh the years we waste and the tears we waste / And the work of our head and hand, / Belong to the woman who did not know / (And now we know that she never could know) / And did not understand. // A fool there was and his goods he spent / (Even as you and I!) / Honor and faith and a sure intent / But a fool must follow his natural bent / (And it wasn't the least what the lady meant), / (Even as you and I!) // Oh the toil we lost and the spoil we lost / And the excellent things we planned, / Belong to the woman who didn't know why / (And now we know she never knew why) / And did not understand. // The fool we stripped to his foolish hide / (Even as you and I!) / Which she might have seen when she threw him aside-- / (But it isn't on record the lady tried) / So some of him lived but the most of him died-- / (Even as you and I!) // And it isn't the shame and it isn't the blame / That stings like a white hot brand. / It's coming to know that she never knew why / (Seeing at last she could never know why) / And never could understand.”

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