.....................................................................

mesa-de-traducciones-simulacro-y-permanencia.jpgSimulacro y permanencia: Tres poetas isabelinos
Sir Thomas Wyatt, Sir Philip Sidney, Edmund Spenser
Selección, traducción y notas de Juan Carlos Calvillo
México, Miss&This, 2009

Por Ana Elena González Treviño
.....................................................................

No. 53 / Octubre 2012



Juan Boscán, uno de los poetas fundadores de la tradición poética en lengua castellana durante la llamada modernidad temprana, relata cómo en una ocasión su amigo Garcilaso de la Vega le obsequió “este libro llamado El cortesano, compuesto en lengua italiana por el conde Baltasar Castellón. Su título y la autoridad de quien me le enviaba, me movieron a leelle con diligencia.” Lo que descubrió en ese libro le pareció tan interesante y, sobre todo, tan útil, que muy pronto Boscán deseó “que los hombres de nuestra nación [o sea, España] participasen… que no dexassen de entendelle por falta de entender la lengua, y por eso quise traducille luego.” Y, más adelante, añade: “Yo no terné fin en la traducción deste libro a ser tan estrecho que me apriete a sacalle palabra por palabra, antes, si alguna cosa en él se ofreciere, que en su lengua parezca bien y en la nuestra mal, no dexaré de mudarla o de callarla.” Así, El libro del cortesano fue publicado en la traducción de Boscán, por “Pedro Mon Pezat, imprimidor, a los dos días del mes de abril del año de 1534”. Y es a Juan Boscán a quien apelo para la presentación de este singular volumen, Simulacro y permanencia, que contiene una selección de poemas de tres poetas isabelinos, Sir Thomas Wyatt, Sir Philip Sidney y Edmund Spenser, en traducción de Juan Carlos Calvillo.

Como habrán podido observar, dos de los poetas en cuestión ostentan el apelativo nobiliario de sir; esto no es casualidad. La actividad poética en la Inglaterra del siglo XVI estaba íntimamente ligada a la vida aristocrática, y es precisamente en un libro como El cortesano donde encontramos una especie de legitimación de la actividad literaria como actividad propia del cortesano ideal. Castiglione, en boca de uno de sus personajes, Ludovico de Canosa, define la escritura como [un modo de hablar que permanece después de hablado;] la escritura es la imagen, la vida de las palabras. ¿Por qué? Porque el habla desaparece tan pronto se pronuncia, pero la escritura no, la escritura permanece. La escritura almacena las palabras y las remite al juicio del lector; la diferencia principal es que la actividad de la lectura le otorga al lector un lujo adicional, el lujo del tiempo, para examinar las palabras, los conceptos e imágenes a profundidad. Por este motivo, quiere la razón que haya más diligencia en el autor para pulir y corregir la lengua escrita, pero no de manera tan exagerada que el lenguaje escrito sea distinto del lenguaje hablado. La escritura, dice, debe limitarse a utilizar lo mejor del lenguaje hablado. ¿Y dónde se encuentra lo mejor del habla? Paradójicamente, el habla más bella se parece a lo mejor del lenguaje escrito. La diferencia principal es que el escritor no siempre está presente con sus lectores, mientras que el conversador siempre está presente con sus interlocutores. Por lo tanto, el lenguaje escrito debe dar muestras de riqueza, pero jamás de afectación.

De aquí, quisiera resaltar dos aspectos. En primer lugar, reconocer el hecho de que la traducción está en el corazón de la actividad poética que heredamos del Renacimiento. El impulso digamos “civilizador” del libro de El cortesano, así como la moda de la composición para las plumas aristócratas, proceden de una misma fuente. Los primeros poemas escritos por Juan Boscán y Garcilaso de la Vega, o bien por Wyatt, Surrey, Sidney y Spenser, son traducciones e imitaciones del modelo italiano de Dante y Petrarca. En este sentido, cabe subrayar también la importancia del soneto como la forma poética preponderante. Esos catorce versos distribuidos de tal o cual manera, con tales y cuales rimas, son indiscutiblemente el ejercicio poético predilecto de los poetas de Europa occidental en el siglo XVI. Wyatt y Surrey en Inglaterra, lo mismo que Boscán y Garcilaso en España, se proponen dulcificar sus respectivas lenguas para volverlas más parecidas al italiano, y para ello escriben muchos y muy memorables sonetos. Y, a la manera de los cortesanos italianos, estos poetas emprenden la actividad poética en lengua vernácula en la búsqueda de una voz individual, como explica Juan Carlos Calvillo en el prólogo de la obra, y como se constata en la atinada selección de poemas, en la que predominan los sonetos. ¿Cómo se proponen entonces dulcificar la lengua propia? Imitando el modelo italiano, simulando que su lengua es tan digna como aquella. El ejercicio cortesano, el proceso de adopción de este nuevo estilo de vida civilizado, se basa en una práctica imitativa. De ahí la palabra simulacro de la recopilación de Juan Carlos Calvillo.

En segundo lugar, quiero referirme nuevamente a la mencionada distinción que hace Castiglione entre el lenguaje escrito y el lenguaje oral. El lenguaje escrito debe ser elegante, es decir, debe tener tal tino y complejidad que le permitan resistir el acucioso escudriño del lector experto, sí, pero no debe ser afectado. El cortesano ideal debe escribir utilizando la lengua corriente entre la gente común, sin inventar nuevas palabras, sin usar “palabras de tintero” ni frases extrañas. Se deben evitar los arcaísmos de oscura significación que no producen deleite alguno; se deben evitar las locuciones extranjeras, sobre todo en francés o en español —recordemos que el contexto es italiano—, pues sólo ponen en evidencia la pedantería de quien escribe; se debe seguir escrupulosamente una norma gramatical que permita al autor escribir oraciones completas; las palabras deben estar respaldadas por un conocimiento sólido de la materia en cuestión; y no se debe abusar de los tropos o fi-guras literarias. Estas son sólo algunas de las directrices que ofrece Castiglione en cuanto al buen escribir. Todas ellas están encaminadas a un solo propósito: evitar la afectación. La afectación, también llamada a veces singularidad, es el peor defecto que puede tener un cortesano, y lo debe evitar a toda costa en todas las cosas.

Ahora bien, en un primer momento, en un ejercicio lúdico-crítico, jugué con la idea de considerar las traducciones de Juan Carlos Calvillo, que bien pudiera ser un caballero isabelino, para ver en qué medida se cumplen las estipulaciones de Castiglione en su manera de traducir poemas al español. Sin embargo, pronto descarté la idea, no porque no cumpliera con ellas, porque en realidad sí lo hace en gran medida, sino porque los usos de la poesía entonces y ahora están a muchas leguas, a muchos siglos de distancia. Vivimos en una época en la que se ha exaltado el verso libre al estilo de Whitman, la invención de palabras al estilo de Alberti, Huidobro o Nicolás Guillén, el uso de palabras extranjeras al estilo de Eliot, por mencionar sólo algunas de las supuestas transgresiones que los modernos perpetrarían en contra de los lineamientos de Castiglione. En resumidas cuentas, en la actualidad utilizamos la poesía para cosas enteramente distintas de aquellas para las que se utilizaba en el siglo XVI. Vivimos en una época en la que se suele evitar las restricciones formales, por un lado, y en la que la poesía amorosa está ya desde hace tiempo divorciada de Petrarca.

Esto significa que una traducción contemporánea, mexicana —no puedo subrayar lo suficiente cuán importante es este hecho—, realizada por un conocedor en la materia es, en primer lugar, una rareza digna de ser considerada con suma atención. En segundo, debo señalar que, de no existir ningún tipo de afinidad entre nuestro contexto histórico y cultural y el contexto isabelino, no tendría sentido haber hecho un rescate semejante. Y en tercero, y quizá lo más importante, que la lengua castellana, si bien fue reivindicada y dignificada en su momento por autores como Boscán y Garcilaso, se encuentra actualmente sometida a graves tensiones y amenazas, de modo que quien persevera en cuidarla y cultivarla no puede merecer más que palabras de elogio.

Juan Carlos Calvillo es poeta. Ese hecho aislado nos indica ya que disfruta el trabajo meticuloso con el lenguaje, y sabe enfrentar con gallardía el reto que representa la traducción de un soneto. Como traductor de sonetos, Calvillo tuvo que tomar ciertas decisiones estilísticas y formales para asentar estos versos en español. Los méritos de estas decisiones se ven resaltados por la posibilidad de hacer un cotejo inmediato entre la traducción y el original. Simulacro y permanencia es una edición bilingüe que despliega al mismo tiempo el original del lado izquierdo y la traducción del lado derecho. Se trata en su mayoría de poemas cortos, casi todos sonetos, como ya señalé, que caben en una sola página. Esto en sí me parece otra virtud de la edición. Pero no sólo eso. Las versiones de los poemas originales están tomadas de ediciones autorizadas, con ortografía de la época, es decir, no modernizada, lo cual acentúa por un lado la brecha temporal entre original y traducción, al tiempo que nos acerca aún más la función original para la cual fue concebida esta poesía. En el caso particular de Wyatt, por ejemplo, tenemos las versiones rasposas, no pulidas, de los poemas, y las podemos comparar, en las notas, con las modificaciones que les hizo Richard Tottel para adecuarlas al gusto de unos años después.

La empresa de Juan Carlos Calvillo no fue fácil. Representa una oportunidad, sí, de incursionar en el mundo isabelino desde cerca. La traducción brinda la oportunidad única de ver el lenguaje con lupa, así como la obligación de averiguar el contexto histórico y cultural en el cual estos artefactos que son los poemas cobran sentido. Calvillo decidió hacer traducciones que se pueden cotejar directamente con el original, sin estar propiamente en verso. Es decir, son traducciones libres en cuanto a la forma. La ventaja de este tipo de traducción es que no hay limitaciones formales. Sin embargo, los ritmos se contagian, y también las rimas. Aun cuando él no se propuso hacer versiones rimadas y medidas, en varios casos no puede evitar la rima ocasional, especialmente en el pareado final que caracteriza al soneto inglés.

Por otra parte, la personalidad de los tres autores en cuestión es muy distinta. Si hubiéramos de comparar con la poesía española de la época para que ustedes se den una idea de las diferencias entre ellos, Wyatt sería más o menos como el capitán Francisco de Aldana, Spenser sería como Boscán y Sidney, que en mi opinión es el rey de todos, sería co-mo Garcilaso de la Vega. Estas consideraciones nos remiten de inmediato a la temática elegida por cada uno de ellos, y los distintos recursos de los que tuvo que echar mano Juan Carlos Calvillo para transmitir los diferentes matices de estos autores. En toda la selección predomina la temática amorosa. Wyatt se regodea en el dolor y en las metáforas militares, en la violencia de los estados contrarios. Spenser es, en ese sentido, mucho más dulce y lírico. Sidney, en cambio, es la seducción en acción. Sidney seduce por medio del sentido del humor.

Felicito a Juan Carlos Calvillo por haber realizado esta muy valiosa traducción, y por haberla compartido con todos nosotros en esta muy bonita y cuidada edición. Sirva de ejemplo y modelo para los traducto-res de poesía de nuestro país.


 


{moscomment}