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No. 54 / Noviembre 2012

 

Roxana Elvridge-Thomas
(Ciudad de México, 1964)



II. Solimán

Ven, Mercurio
    inestable diosuelo
mediador        vigía.
Ven a posar tus carnes en el fuego.
Deja que el sudor se eleve
que el denso lamer de tu cuerpo
se haga uno con el fango de mi anhelo.

Ven, Mercurio
      únete al semen de la uva
canta en la garganta impía.
Ve rompiendo
    dulcemente
todo nudo
        resbala quebrando membranas
sin que el dueño sospeche tu presencia.

Llega, Mercurio
en la copa diaria del infausto
tiñe de violeta esos labios
abre len-ta-men-te  su pupila.
Dale a su mirada
        antes colérica
la baja mansedumbre de las bestias
que se llevan al altar.

Ven, Querido
blanquea el cabello
encoge el cuero de su rostro
saca a relucir el botón oculto de los huesos.
Que llegue contigo
el pálido letargo a toda fibra
el desgarro y el dolor de las entrañas
y sal luego, Mercurio
envuelto en hiel
        sangre
            tristeza.
Inunda el lecho con tu infausto velo
y luego sube a las alturas
gran conocedor de medicina
amado
    metálico
dios mío.




III. Mónima muere

Tanto odio
tanta sangre vertida con esfuerzo
tanta astucia desatada
contra el hijo de este rey que es mi marido.
Tanto asesino a sueldo
tanta concubina dispuesta
a impregnar de bubas
el joven cuerpo  aborrecido.
Tanto engaño
tanta ira
    y sobornos
    y amenazas
para acabar bebiendo el remedio errado.
Y el sopor
y el aliento congelado
y las telas interiores desprendiendo óleos metálicos.
Tanta furia
que hizo erguirse el cuerpo
clavar la daga augusta de mi lengua maldiciendo
y después
en innoble convulsión
salió iracunda
quemando la estancia a su paso
mi alma
    por la boca.