No. 54 / Noviembre 2012


 

Poemas de Edward Hirsch

 

Un jarrón chino

A veces siento que mi cuerpo es un jarrón azul
Que me contiene dentro, un jarrón chino

Al que vuelvo a veces en la lluvia.
Está lloviendo fuerte, pero dentro del pequeño jarrón chino

Hay agua límpida y blanca girando lentamente
A través de las sombras como una parvada de gansos amarillos

Girando sobre un pequeño lago, o como el lago mismo
Despeinado por el viento y los gansos en una lluvia ligera

Que no está sucia o manchada, ni siquiera despeinada por la turba
De motores o remos y a veces incluso velas

Que son arrastradas cada verano hasta sus rodillas. Llueve
En los profundos álamos y en la cortina de pinos pardos;

Llueve en las montañas, en los Urales, en las
Estepas rusas que se han ido deslizando hasta China;

La lluvia se ha vuelto ya cellisca y la cellisca
Se ha vuelto nieve en las cargadas nubes negras

Que han ido surgiendo entre las grietas de ese jarrón chino,
En las arrugas ensanchadas como ríos

En ese jarrón de porcelana. Ahora está nevando más y más fuerte
Sobre las montañas, pero dentro de las montañas

Hay una cueva iluminada por el sol, una pequeña cueva, quizás
Como la celda de un monje, o como un pequeño estanque

Con gansos y con agua clara de montaña dentro.
A veces pienso que regreso a mi cuerpo

A la manera en que un penitente o un peregrino o un poeta
O una puta o un asesino o una niña pequeña

Llega por primera vez a un santuario
A arrodillarse, y olvidar el peso imposible

De ser humano, y beber agua clara.

 

De For the Sleepwalkers (1981)
Traducción de Pedro Serrano

 


Nos sorprendió el verano

Estos primeros días de verano son como el cesto
de arándanos que entre todos vaciábamos
en el tanque de hierro del sótano

—una desfogada brillantez derramándose
en diminutas flores campanilla, las ventanas
abiertas y las matas anegando la casa

como la evocación de un país remoto, la Naturaleza,
con sus errantes migraciones y cambiantes fronteras,
matorrales y bosques, sus prados y zumbidos…

Estos días de turquesa ensanchándose a mediados de junio
me recuerdan los lentos viajes con mis padres
a lo largo de todo el país, los caminos desplegándose

enfrente de nosotros como las inagotables horas
de la infancia, como las flores silvestres
y los puestos de frutas que brotaban a pie de carretera,

el calor picándome en esa piel mía que iría
a arder en las laderas del fuego adolescente
y el no menos punzante dolor de ser adulto

durante largos paseos por en medio del parque
en empapadas noches de fin de primavera
y los primeros días de mar de la estación…

Es la holgada anchura del sentir
que en esas tardes expandiéndose surge,
días vueltos hacia afuera, una ciudad tomando nota

de sí misma después de tantos meses, días de asueto,
bullendo en manga corta y en vestidos sin mangas
de un color que es del sol, de matinal textura.

Es cómo unos nos movemos hacia otros,
de noche, ya cansados, aturdidos de estar todo un día juntos
o un día aparte, exaltados de nuestros nuevos planes

para esa vacación en realidad de vida diaria.
Vamos a la deriva y divirtiéndonos. Vertiéndonos
como una cubeta de frutos silvestres.

 

De Earthly Measures (1994)
Traducción de Pedro Serrano

 


Ventana de hotel

Aura de ausencia, vértigo de no ser
—¿ podré algún día expresar qué pasó?—
No fue nada, en verdad, o apenas nada.

Asomado a la tarde a la ventana
veía unos taxis o sombras de unos taxis
alineados enfrente, uno tras otro,

transportadores prestos a cruzar
un gran abismo. Toda la tarde el portero,
un Caronte silbando entre fantasmas,

voceaba órdenes y azotaba puertas
desde su orilla en el creciente tráfico.
Desaparecía la gente dentro de los coches

—gente normal, turistas, comerciantes—
mientras la niebla adensaba los rasgos
de la ciudad, vaciándole el color. No sé cuánto

estuve allí donde la oscuridad
inundaba hasta aire, y de repente,
cuando pasó, pareció que todo estaba dis-

locado, cargado de su propia inexistencia,
como si ahí emergiera un vasto lago hundido
invisible —permanente— desde el suelo.

Al mismo tiempo nada había cambiado,
los pasos seguían su eco en el pasillo
y las risas escalaban el barandal,

los pasajeros se lanzaban a los taxis
sin nunca darse cuenta que zarpaban
a un viaje fuera de su propio cuerpo.

Sentí dentro de mí un vacío nauseabundo
—intangible e inhóspito— y me acuerdo
de yacer boca abajo en el piso del cuarto…

Sonó el teléfono y todo había pasado.
Nada había sucedido —sólo tomó un instante—
y era mareante, inagotable, eterno.

 

De On Love (1998)
Traducción de Pedro Serrano

 


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