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portada-pagconstr-01.jpg Página en construcción
Luis Bagué Quílez
Visor,
Madrid, 2012.

Por Juan Carlos Abril
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No. 54 / Noviembre 2012




Luis Bagué Quílez (Palafrugell, Girona, 1978, aunque afincado en Alicante, donde trabaja en su universidad) ha publicado recientemente un poemario cargado de sentido y objetivos, entre los que destaca conmover al lector al mismo tiempo que no dejar de lado el mensaje, el referente al que se alude. No se anda por las ramas y no podríamos calificar precisamente como abstracta esta poesía, aunque sus temas se muevan y oscilen en el universo intangible de internet, que es sin duda abstracto por naturaleza. Por eso carga las tintas en lo concreto de las anécdotas, en los detalles, en el significado —en la carga sígnica— de los textos, que no se le escapan nunca de las manos, convirtiéndolos en dardos certeros que nos tocan, a un mismo tiempo, en el corazón y en la conciencia. Ahí se conjugan lírica y pensamiento, sentido y emoción. Quizá se pudiera decir esto del resto de sus entregas poéticas, que son relativamente numerosas para el espacio tan breve de tiempo en el que se han publicado (cuatro poemarios completos, incluido este, más otras colaboraciones). Pero sin duda en Página en construcción vemos su voz más madura, capaz de conseguir una simbiosis entre lector y autor a través del texto que, como veremos, es a su vez el contexto, tan presente en el pensamiento poético de Bagué Quílez (como se sabe, es un activo crítico de poesía contemporánea y autor del magnífico ensayo Poesía en pie de paz: modos del compromiso hacia el tercer milenio, publicado en 2006).

Articulado en cinco partes, Historias, Metarrelatos, Hipótesis, Ensayos y Monólogos, cada una de ellas se erige en un fragmento del mundo y a la vez se engancha al conjunto a través del estilo, que se unifica así bajo un mismo criterio. Llama mucho la atención la cantidad de subtítulos, epígrafes introductorios o citas, muchas inspiradoras, en fin, ese grupo —en sentido mecánico y dinámico— paratextual que rodea a los propios poemas y que a fin de cuentas va dirigiéndonos hacia cierta hermenéutica poemática, la que el autor quiere, sirviendo de ayuda para acercarnos con precisión hacia ese lugar del objeto textual (entendiendo al poema como un poliedro interpretable de muchas maneras). La primera composición del libro, inaugural, nos encuadra en la disyuntiva del referente desplazado: World in progress (pp. 11-12), que es un juego de palabras con work in progress. Un contexto moviéndose. La lógica nos explica desde el primer instante, desde el título, que el poeta está aludiendo a una forma de ver el mundo, a una filosofía moral y política, también a una ética. Hay también un lenguaje tipificado, una forma de estructurar el sentido —o sinsentido— de las cosas, para que llegue cualquier proceso empírico a convertirse en poesía y poder ser compartido. También la idea mallarmeana de la página en blanco podría erigirse como símbolo de lo que se tiene que construir… El mundo cambia, las cosas cambian y pueden cambiar, con lo que se nos plantea también una manera de concebir la historia, el pasado, y también el futuro. Las controversias temporales serán, sin duda alguna, una de las preocupaciones del poeta, como en La vida te hará trizas, cuando nos dice que: “los viejos errores/ acabarás llamándolos/ pasado.” (p. 24) O en Los amantes del siglo XXI (pp. 26-27), posiblemente uno de los mejores poemas del libro, cuando concluye preguntando indirectamente:

    Mira el televisor, mira
                               la vida,
    y dime si es verdad
    que el futuro no tiene porvenir.
                                       (p. 27)

La ingeniería de este poemario se relaciona precisamente con cierta claves cronotópicas que deben quedar bien delimitadas. Es muy necesario para el poeta: ante una realidad cambiante, a veces frenética, vertiginosamente, y más cuando se trata de ciberespacio —ese lugar inexistente en la realidad palpable—, al menos el tiempo debe ser controlado, de ahí el énfasis temporal. Por eso la sección Metarrelatos es un homenaje musical a algunos cantautores o grupos, y que algunos de esos poemas se conciban como canciones o apostillas a los propios temas que se homenajean, partiendo de una base ya hecha y explícita, recreándose en el tiempo con nuevas melodías. Si no nos equivocamos, eso es la música, y el poema participa de ella. El personaje que se mueve aquí debe aferrarse a algo, a la música, a otros estímulos artísticos como en Quemar las naves (pp. 15-16), o incluso a la lucha social que pueda representar un saharaui como Salem Tamek en País con espejismos (pp. 17-18), un poema espléndido sobre la diferencia del significado de la utopía y las banderas según donde vivas, según tu identidad), entre otros ejemplos que podríamos poner, es un personaje que se debate entre la inexistencia y la virtualidad, entre lo que se es y lo que se pretende ser. Así, en Carta de ajuste nos dice: “Estoy robando naipes,/ intercambiando sombras/ con el hombre invisible.” (p. 41). No son dudas sobre la propia existencia, sino sobre lo que hacemos, sobre lo que realizamos, sobre nuestra labor: ¿de qué sirve? Se trata de construir, es cierto, pero también sabemos que hay procedimientos de deconstrucción constantes sobre lo que realizamos, que somos seres contradictorios (“Vivimos encerrados en pronombres/ de primera persona”, p. 50), o que hay sombras en cualquier luz. ¿Sirve de algo lo que hacemos?

Seguramente que la utilidad es una de las grandes obsesiones de este libro, en el sentido que apuntábamos de querer ser una herramienta que ponga en marcha la conciencia. Una de las poesías clave es El placer del contexto (pp. 47-48), por su originalidad y repercusiones metapoéticas. Ahí nos explica —teórica y poéticamente— que hay que aferrarse a algo, que no podemos permanecer permanentemente en las ventanas, en la inexistencia, “Aunque tal vez nos falte/ capacidad para pensarla” (p. 55). Esta poesía elude los procesos de abstracción en beneficio del aquí y ahora, entonando en algunas ocasiones una reivindicación sutil, una disconformidad, una rebeldía que es más bien postura civil y cívica. Los últimos versos de este poemario, nos lo aclaran: “No cabe duda: corren/ malos tiempos para la épica” (p. 61). Y es que como decimos el personaje poético se enfrenta sin solución posible, al menos de momento en nuestra sociedad, a un simulacro, como diría Baudrillard, que ha acabado por copar todo, cualquier gesto, cualquier acción, de nuestra vida, una vida que: “pasará sobre ti como un tornado.” Posiblemente el mundo —ideológicamente hablando, pero por supuesto determinado en primera instancia por la economía— en el que vivimos no pueda cambiar, y la condición humana esté llamada a ser cada vez más atroz, más horrorosa, y no haya solución. Pero al menos con un libro como Página en construcción poseemos algunas armas para poder saber dónde vivimos, nos da argumentos. Una poesía a pie de andamio.
 

 

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