Cosmopoética 2012: crónica de un festival de poesía

Por Jorge Fondebrider


criticon-cosmopoetica9.jpg Nacido en 2004 y coordinado esa primera vez por el poeta José María Álvarez, Cosmopoética –cuyo lema reza “Poetas del mundo en Córdoba”–, con nueve años de existencia, es ya el festival de poesía más importante de España y uno de los más esperados de la agenda de la lengua castellana por la calidad de su programación, su intencionalidad –la  cual contrasta con otros festivales, más dispuestos a celebrar a los organizadores que a los poetas invitados, como por ejemplo sucede con festival de Granada, Nicaragua– y su funcionamiento impecable. Asimismo, no es un tema menor la belleza del entorno y la enorme calidez y respeto de los andaluces quienes, hay que decirlo, honran a España mucho más que otros connacionales suyos.
 

Cosmopoética 2012: crónica de un festival de poesía

Por Jorge Fondebrider


criticon-cosmopoetica9.jpgNacido en 2004 y coordinado esa primera vez por el poeta José María Álvarez, Cosmopoética –cuyo lema reza “Poetas del mundo en Córdoba”–, con nueve años de existencia, es ya el festival de poesía más importante de España y uno de los más esperados de la agenda de la lengua castellana por la calidad de su programación, su intencionalidad –la cual contrasta con otros festivales, más dispuestos a celebrar a los organizadores que a los poetas invitados, como por ejemplo sucede con festival de Granada, Nicaragua– y su funcionamiento impecable. Asimismo, no es un tema menor la belleza del entorno y la enorme calidez y respeto de los andaluces quienes, hay que decirlo, honran a España mucho más que otros connacionales suyos.

A lo largo de las siete ediciones que siguieron a esa primera cita andaluza, desfilaron poetas del mundo entero –una lista apenas esbozada tal vez debería mencionar a Juan Gelman, Seamus Heaney, Dario Fo, Ida Vitale, Cristina Peri Rossi, Derek Walcott, Eduardo Millán, Alejandro Jodorowsky, Álvaro Mutis, Piedad Bonnet, Antonio Cisneros, Mark Strand, John Burnside, Michel Houellebecq, Mohamed Bennis, Ibrahim Nasrallah, Abdoul Hadi Saodun, Eduardo Chirinos, Fabio Morábito, Daniel Samoilovich, Mirta Rosenberg, José Watanabe, Arundhati Subramaniam, Hugo Mujica, Raúl Zurita, Eduardo Mitre, Jan Eric Vold, Cees Nooteboom, Fabián Casas y Juan Manuel Roca, y esto sólo para empezar–, las principales voces españolas –tanto las de los consagrados como las de los llamados “poetas emergentes”– y, por supuesto, los locales tanto de toda Andalucía, como específicamente de Córdoba y sus alrededores. Lo hicieron en mesas de lectura, presentaciones de libros, homenajes, talleres y cruces con otras artes. Y este formato, impreso durante la dirección de Carlos Pardo y la asistencia de Fruela Fernández, persistió en la novena edición, que tuvo lugar entre el 20 de septiembre y el 7 de octubre de este año, esta vez con dirección de  Joaquín Pérez Azaústre. Más allá de las razones del cambio –seguramente políticas, ya que se trata de un festival pagado por el Ayuntamiento cordobés y, por lo tanto, alimentado con fondos públicos–, la continuidad del equipo técnico, encabezado por Pablo Novo, resultó determinante y le otorgó continuidad a una reunión de poetas que tiene mucho de mecanismo de relojería.

En su versión 2012, Cosmpoética, tal vez a consecuencia de la crisis española, tuvo menos invitados internacionales. Los que se llegaron hasta Córdoba fueron Milo de Angelis (de Italia), Javier Bello (de Chile), nuevamente John Burnside (del Reino Unido), Antonio Miranda (de Brasil), Ahmad al-Shahawi (de Egipto), Ruy Ventura (de Portugal), Hu Xudong (de China) y quien escribe estas palabras. Con inteligencia, Pérez Azaústre compensó esa disminución con lo que puede –y tal vez debería– convertirse en un elemento estructurador que mucho ayudaría a renovar el festival, otorgándole más aire y diferenciándolo de otros festivales que son meras acumulaciones de lecturas: la discusión temática alrededor de un eje central. Y en este caso lo hizo apostando fuerte a la poesía española, ya que convocó a toda la generación de los llamados Novísimos; vale decir, una serie de poetas que comenzaron a publicar en la segunda mitad de los años sesenta, algunos de los cuales fueron incluidos en una famosa antología publicada en Barcelona por José María Castellet. Así, a lo largo de cinco mesas,  estos hombres –y extrañó la ausencia de mujeres–, cuarenta y tantos años después de su emergencia como generación, discutieron sobre lo que le trajeron a la poesía peninsular, así como sobre los distintos caminos por los que cada uno de ellos transitó desde entonces. La reunión, de acuerdo con todos los interesados, absolutamente inédita, contó con José María Álvarez, Marcos Ricardo Barnatán, Guillermo Carnero, Antonio Carvajal, Antonio Colinas, Luis Alberto de Cuenca, Pere Gimferrer, Antonio Martínez Carrión, Leopoldo María Panero, Vicente Molina Foix, Jaime Siles, Jenaro Talens y Luis Antonio de Villena, y tuvo gran repercusión en la prensa nacional española. Hasta acá, entonces, lo positivo, a lo cual, desde una perspectiva estrictamente personal, voy a sumar la oportunidad de haber visto y oído a un grupo significativo de autores españoles, omnipresentes en las últimas décadas de la historia literaria española.

criticon-cosmopoetica.jpgAhora bien, empiezo por aclarar que la historia literaria no es la historia de la literatura. En la primera entra todo; en la segunda, apenas lo que queda. Por eso, tal vez podría decirse que no todas las mesas tuvieron el nivel que previamente pudo haberse esperado. Hubo gente que habló (muy bien, bien, regular y mal) y gente que se limitó a leer poemas (muy buenos, buenos, regulares y malos). Hubo algún caso donde fue evidente una alta opinión sobre la propia obra (Pere Gimferrer), hubo críticas a las clasificaciones inventadas por la crítica (como la que se dio durante la muy inteligente participación de Jenaro Talens), palabras medidas quirúrgicamente (como las de Jaime Siles al explicar su punto de vista), discursos encendidos e incendiarios (como el de un exaltado Luis Antonio de Villena, quien al borde del colapso empuñaba un vistoso bastón al tiempo que defendía la parte de la contracultura de los años sesenta que mejor le cuadraba), exabruptos más bien destemplados (como los de Antonio Martínez Sarrión, quien en una mesa sobre poesía y cine se las tomó contra el cine estadounidense e increpó a Alfred Hitchcock y Samuel Fuller, entre otros), quejas justificadas (como la de Vicente Molina Foix, quien no podía concentrarse en lo que leía porque Martínez Sarrión seguía despotricando contra Hollywood), diatribas acaso justificadas (como la de José María Álvarez, quien atribuyó a las maquinaciones de Luis García Montero, según dijo “un mediocre poeta de Granada”, el hecho de que en uno de los diarios nacionales se refirieran a él y a sus colegas como “franquistas pop”), ironías varias (como las de Antonio Carvajal, maestro de la métrica y, francamente, sapo de otro pozo en cuestiones de modernidad) y también un show aparte que tuvo como personaje excluyente a un parcialmente desquiciado Leopoldo María Panero, sacado del loquero de Canarias, donde vive, y permanentemente custodiado por Esther Aldaz, artista plástica y amiga del poeta. Panero, quien claramente contaba con la simpatía del público, se limitó a leer parcialmente alguno de sus magníficos poemas, a beber numerosas botellas de Coca Cola (8 en unos veinte minutos), a fumar interminablemente en ámbitos donde estaba prohibido fumar y a advertir al público, de tanto en tanto, que se iba a mear para volver al cabo de un rato, leer nuevos poemas, consumir más Coca Cola y fumar nuevos cigarrillos. Con todo, para tener una idea aproximada del riesgo corrido por la organización, vale la pena señalar que algunos de los miembros de esta generación, presentada por la prensa –y con justa razón–, como “la última gran generación de poetas españoles”– no se hablaban entre sí o, en el mejor de los casos, presentaban una mirada un tanto ácida respecto de sus colegas, la cual, con gran esfuerzo, intentaba ser armonizada por los críticos Juan José Lanz y Túa Blesa, quienes, hay que decirlo, no la tuvieron fácil en su papel de moderadores. De hecho, es posible que Blesa nunca vaya a olvidarse de lo que fue intentar moderar al inmoderado Panero quien, con Álvarez, en mi modesta opinión, fueron los puntos más altos de esas veladas.

Por supuesto que Cosmopoética fue mucho más que esa relectura crítica de los Novísimos. Hubo mucha poesía y, en algunos casos, muy buenos poetas españoles, tanto entre los consagrados como entre los emergentes. Hubo también un muy interesante rescate a cargo de Pepa Merlo de las voces silenciadas de las mujeres poetas de la generación del 27 y, por lo que respecta a este cronista, una muy interesante lectura de Marta Agudo, Paul Viejo y Sara Mesa.

Con todo, y volviendo por un momento a las mesas de discusión y a las muchas ocasiones que hubo para discutir con los homenajeados y también con muchos de los poetas asistentes, todo indica que algo pasó entre España y Latinoamérica hace ya mucho tiempo como para que la prosodia de una y otra tradición no haya hecho otra cosa más que separarse sistemáticamente. Esa extraña sensación de escribir a partir de supuestos diferentes les confirió exotismo a las lecturas de los latinoamericanos y a estos, una cierta certeza de que no hablamos la misma lengua que nuestros colegas españoles. Dicho de otro modo, nuestros valores no son los suyos y, salvo las excepciones del caso, nos preocupa menos saber si un endecasílabo es heroico o sáfico o si tal o cual cesura plantea un acto del todo virtuoso cuando de escribir poesía se trata. Tal vez haya ahí un tema sobre el cual valga la pena profundizar en alguna próxima edición de Cosmopoética. Se trata, entiendo, de una cuenta pendiente y, claro, de un gran desafío. Ojalá alguien recoja el guante.