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portada-tentacion-pulido.jpg La tentación del mar
Blanca Luz Pulido
UAM
México, 2012

Por Alicia García Bergua
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No. 55 / Diciembre 2012 - Enero 2013



Muchos de los poemas de este libro fueron escritos por su autora en una época en que regresó de un viaje a Portugal que para su vida iba a ser definitivo y había como quien dice “quemado las naves”. Por esta razón pienso que están escritos en un momento en que se detuvo, se quedó suspendida en los márgenes de ese viaje y de todos los viajes que en ese momento quería emprender.  Blanca Luz Pulido es una poeta viajera, alguien que asume la vida como viajes reales e imaginarios en los que te pierdes y recuperas constantemente. La tentación del mar es la tentación de irse y abandonarse a sí mismo, de no regresar a ser quien una es usualmente. Dice en este poema que es el primero y le da el nombre a este libro:

El mar es el espacio de lo abierto
donde nuestra sombra nos olvida,
donde sabemos que de pronto
puede enredarse
en las hojas de una palma
o diluirse en la arena, o llenarse de sal
y no acudir al llamado
de volver con nosotros
a la vida que dejamos
para ir ese domingo al mar.

Y desde el comienzo hay una curiosa reacción en este libro por parte de un espíritu que desde la infancia ansiaba perderse: “en la corriente de los días/ imponderables como enigmas”,  y es el de observar las orillas del viaje, los lugares que nunca tocas realmente por pensar sobre todo en el destino o en el regreso, los lugares en los que estás y no estás por considerarlos una especie de lugar de tránsito. Cuando Blanca Luz regresó de Portugal, no volvió directamente a la ciudad de México, sino que hizo a mi modo de ver, una especie de regreso muy lento o contraviaje y primero vivió en Mérida, donde escribió muchos de los poemas de este libro.

En ese punto del transcurso quería detenerse y ver en detalle esos aspectos de la vida que sorteamos y evadimos para que no nos detengan en nuestro impulso de llegar a alguna parte, pero esos aspectos son de una fijeza engañosa como el mar, que en sus olas viene y va continuamente. La tentación del mar en este libro es paradójicamente la tentación de creer en  que esa fijeza aparente del paisaje cotidiano, del paso de las estaciones, de la lluvia, de los pájaros y de los muros, nos permite olvidarnos de nosotros mismos, de nuestra memoria y de los deseos, nos permite despojarnos. Dice en un poema:

Lluvia total,
silenciadora,
llévate el insomnio y el incendio,
inunda las ciudades
de un nuevo mar sin nombres
sin cuerpos,
sin memoria.

Las orillas del viaje son en realidad esos instantes en los que nos perdemos observando y deseamos no ser nuestra memoria. Dice en su Elegía donde llegan pájaros y templos dedicada a Elsa Cross:

Memoria, arde.
Borra tus huellas,
fantasmas para nadie
si el sol no las sorprende con su incendio,
si no las graba indelebles
en la estela fugaz
              de lo que pasa.

No obstante, en la última parte de este libro titulada Amarillo asombro, hay precisamente la sorpresa de que en este regreso emprendido a ver las propias orillas, hay un viaje interior inevitable representado por la antigua y tenaz carrera de la tortuga a la que se alude en el poema Tortuga; una de las estrofas dice:

de tan antigua y tenaz, su carrera
llegó a la transparencia,
al tiempo sin fracturas y sin fechas.

En su serie de poemas, Peces del asombro dedicada al gran pintor yucateco Gabriel Ramírez, el quinto poema nos conduce a un reencuentro consigo misma que quizá sea la conclusión o el fin del verdadero viaje que todos a nuestra manera vamos emprendiendo por tan sólo vivir. Lo leo:

No hay tiempo que perder:
el mundo, ráfaga que vira al amarillo,
sin aire que separe los objetos:
arriba es abajo; hoy, eternamente:
miro el cuadro y me baña su luz,
llenando de sombras la tenaz vigilia.
Soy
        ese personaje indefinido
               de trazos confusamente verdaderos.

Dice en otro poema del libro Retrato de viaje, cuyo epígrafe de Juan Ramón Jiménez  alude a la infinita distancia del regreso, que: “en un instante,/ el viaje crece,/ alcanza su verdadero centro”. Este centro se alcanza a mí manera de ver, en ese lento viaje de regreso que es la escritura para el escritor. Creo que Blanca Luz es muy consciente de esto, y por ello emprende en este libro un viaje de regreso mirando las orillas que de ida no vio, porque ellas son las que nos permiten no sólo recuperarnos a nosotros mismos en nuestra verdadera confusión. Nos permiten  también mirar de verdad pues en este detenimiento en lo que no se supone sustancial, se disuelve esa memoria llena de razones y sinrazones que suponíamos cierta  por  dirigirse a un futuro posible y surge la verdadera que llevamos dentro, la que mira todo desinteresadamente y hace surgir la literatura. Hay también por ello en este libro una reflexión literaria a la que deberíamos atender, muy bien representada en estas líneas del poema Luz de invierno.

Tejo las cuerdas de la red,
palabras como ramas
siguiendo el movimiento  de tus ojos;
líneas para atrapar insectos,
telarañas, tiempo.