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portada-asia.jpg Asia
Itzíar López Guil
Biblioteca Nueva
Madrid, 2011

Por Juan Carlos Abril
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No. 55 / Diciembre 2012 - Enero 2013



Sorprende este poemario* por su fuerza y su estructura sencilla y bien armada. Dividido en dos partes, Olas, de veintitrés poemas, y Asia, de cinco, el tono sostenido durante toda la entrega posee un remate impactante. Como reza en la solapa:

 

Itzíar López Guil (Madrid, 1968) es también autora de Del laberinto al treinta (2000), que fue galardonado en 1999 con el XXI Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla. Doctora en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid y la de Zúrich, es especialista en poesía española. En 2005 obtuvo la Cátedra de Literatura Española de la Universidad de Zúrich, Suiza, país en el que reside desde 1992.

 

Por tanto Asia es su segundo libro, y como tal viene a presentarnos a una poeta que ha medido y calibrado con extremada precisión esta segunda entrega. Con tan sólo veintiocho poemas, ninguno extenso, más bien ajustados a cierta brevedad y concisión, a cierta densidad narrativa, Asia es un libro sorprendente y altamente recomendable.

De lenguaje sencillo —y gramática accesible— con tonos intimistas, Asia permite establecer diversos contrapuntos en algunos de los temas que lo atraviesan. Sencillez frente a dureza, pero podríamos apreciar otros contrastes que llaman bastante la atención y que, en los asuntos que desarrollan, serán de lo que más destaque en el libro. Olas, en homenaje explícito a Raymond Carver, del que se citan unos versos que ejercen como pórtico del poemario, comienza con una suerte de poética de lo originario, lo primigenio, en el momento en que abrimos los ojos, ya sea metáfora de la creación o de la epifanía, ya sea de nuestra rutina más plena, en sentido guilleniano. Los ojos que se abren acabarán sinestésicamente oliendo y palpando, para ser: “más tarde/ un nombre en su memoria” (p. 15). Los ojos, por tanto, estarán en relación directa con el lenguaje, con los nombres y nuestra capacidad por ponerle un nombre a las cosas, en los diferentes procesos cognitivos y depurativos que van desde lo sentido a lo dicho, de lo pensado a lo escrito. Esta poética se concibe, por tanto, como una antesala que augura buenas vibraciones y que nos predispone para adentrarnos en un lugar que va y viene, como las olas, en un continuo juego de espejos en el que nada está donde debe estar, todo está moviéndose, mudando de apariencia y cambiando de rostro. Todo es escurridizo. De ahí el poema 6 (p. 20), en el que el personaje vuelve a Roma, una ciudad amada en otro tiempo, y se encuentra otro lugar desconocido, lleno de rencores y fantasmas.

Es sin duda un recorrido por varios lugares y personas, por varios momentos y recuerdos, salpicado de íntima emoción y que no deja al lector inmune. El poema 7, el 8 o el 11 son vivos ejemplos. Y en el 9 este fragmento nos ayuda a pensar el sentido que la autora da a sus textos, que son como olas u ondas incontenibles e inmarcesibles: “Es ceniza este bronco oleaje/ que muerde un instante tierra adentro/ y regresa después a sus espumas” (p. 23). A medio camino de esta primera sección, comienza a desdoblarse ese monólogo interior del que veníamos formando parte como lectores, y se proyecta hacia el diálogo con el otro. Hay una inflexión marcada por el poema 12 en el que el amor sublima el lenguaje, y viceversa, para convertirse en metáfora del propio diálogo entre dos que buscan —aun a riesgo de no poder entenderse en algunas ocasiones— comprenderse: “Parecen las palabras/ blandas siluetas/ que nos ponen en los labios al nacer […] Eso pienso ahora,/ en esta noche de febrero,/ cuando tomas mi mano entre las tuyas,/ sin más» (p. 26). El yo no sólo se desdobla hacia sí mismo sino que tiene virtualidad en el tú, es el tú el lugar donde se extiende con naturalidad y donde se desarrolla por necesidad. A partir de esta inflexión los poemas se enmarcarán en una imbricada relación dialógica, con sus ventajas y desventajas, con sus continuos riesgos y peligros, aunque también —afortunadamente— con sus luces y esperanzas, con su conciencia de finitud: “Vivo aquí,/ en este instante de luz/ que pronto será/ nada” (p. 31). El poema 23 es un intento de mantener la felicidad y el encuentro del diálogo —entendido en su punto más alto en clave amorosa—, pero también una conciencia clara de que todo se acaba. A través de la propia lectura, de lo que dicen las páginas, sin embargo, se podrá —se intentará— mantener el tipo en la radical verdad que destilan. Una lectura metapoética nos arrojaría, además, muchas y más ricas combinaciones acerca de esta escritura abarcadora, que tiene en cuenta más cosas de las que dice, y que se representa en esta caligrafía templada. O bien temperada.

En ese sentido no se puede desembocar a ningún espacio más atractivo y vertiginoso como lo que supone Asia, esos cinco poemas también breves, sin puntuación, que simbolizan todo lo salvaje y dionisiaco de nuestra naturaleza. Ya desde las tradiciones clásicas y antiguas así era. Por eso el primer texto se titula Dentro de mí: “ven/ arráncame los ojos/ tiende en mí tus pupilas/ ven” (p. 41), esas pupilas y ojos que se erigían en el primer poema  de Asia —la poética con la que comenzamos— como el elemento vehicular por el cual nos acercábamos al mundo, a la magia de la poesía, entregándose al amado para que nos ciegue; y el último Dentro de ti, que es: “palabra que palpita como fuego/ palabra en mi interior dentro de ti” (p. 45), un amado pertenece ineludiblemente al diálogo amoroso, pero también a la palabra poética (y viceversa), ya que forma parte del lenguaje y de lo que necesitamos para nombrar, pues debe estar ahí, dándole sentido al mundo y a nosotros mismos; y por eso hay también una suerte de entrega e intercambio que es lo que funda las relaciones, los fluidos, lo que no para. Amor y lenguaje unidos en un mismo sentido creativo, desde la conciencia poética pero también desde el sentido último humano… En cualquier caso Asia habla de la otredad, del otro, dándole prestigio al reconocerle su papel fundamental en nuestra propia supervivencia, hablando de nuestras necesidades. Y por esto y por otras muchas cosas, hay que leer Asia. Un libro apasionante.


* López Guil, Itzíar (2011): Asia, Madrid: Biblioteca Nueva.


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