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portada-nada-pierde.jpg Nada se pierde
Eva Castañeda Barrera
Versodestierro
México, 2012

 
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No. 55 / Diciembre 2012 - Enero 2013


 

Sin cuentos

¿Cómo sería querer mucho una cosa / y tenerla?
Rui Costa

 

Te invito un café,
pero no me cuentes tu vida.

Hoy los trenes son más importantes,
la música que tocan en las vías,
los harapientos que sucumben
a la seducción de morir
bajo los trenes que de madrugada
se enredan con la hierba.
Nada de esto existe
aquí, ¿quién lo dice?

Te invito un café, pero no me cuentes tu vida.
hagamos con los dedos una ciudad endeble
con terremotos a la izquierda
y un ápice de compasión.
Una ciudad débil sin cuentos ni habitantes.

Por favor, te pago el café.
No me cuentes la historia de tu vida.

La prisa y el cansancio son de todos,
mejor, diluye el polvo para que se levante lo importante.
Algo nos dirá.


A esta hora en la mañana

 

Soy víctima de un Dios frágil, temperamental
que en vez de rezar por mí se fue a bailar,
se fue a la disco del lugar.

Babasónicos

 

Y llegué al desayuno como quien llega
a su última oportunidad
         : me digo que la proteína es necesaria
         para orientar la columna,
memorizar que cada día es una víbora diferente.
La de hoy no tiene veneno, será mansa
y saldrá mi nombre en la galleta de la suerte.
No hay olor a sueño ni a lámpara de anoche;
me acostumbré al ojo de la vecina,
pegado en mí como una declaración de guerra.
Alguien nos sigue siempre sin emboscadas ni sorpresas.
Cazo la sombra que se hace a las doce veinticinco,
sigo a la vecina cuando no me sigue.

Amanece en las almohadas y en los gallos
y doy vueltas-vueltas-vueltas,
aunque la trayectoria del pie sea una línea
de vituperaciones rectas.
Me acomodo en un vestido para enfrentar
la épica batalla de los diez mil
autos corriendo tras de mí
: ni uno a de arrollarme hoy.

A esta hora me que creo lo que sea
: lamargura es delgada
: lainmortalidad es esto.

De mañana hay que arrancarse lo incorrecto y los calmantes.


El Paso

Hay lugares a los que uno debería entrar
preparado para enamorarse, perder o morir,
pero no, hay más posibilidades y simplemente,
uno lo ignora casi todo.

Hoy me preparé para perder.
Bajé las escaleras porque no existe
forma de llegar sin hacer ruido,
cada pisada penetra y, aunque no se vea, nunca salimos ilesos.
Algo se desgasta: el hueso, la obsesión, un pedazo de alfombra.
Tirarse de las escaleras es la pesadilla
de los que aman demasiado su cabeza
¿y si se estrella de más, y si el ojo se clava en la nariz,
si se enchueca o achata?
Nadie puede vivir sin una escalera, las necesitamos para llegar,
aunque llegar sea el gran fraude.

Adentro no hay puentes.
Sólo pasillos estrechos y algunos laberintos
en donde pulula el azar:
o te lo encuentras o te encuentra.
No importa que traigas la cartera llena,
que hayas comido helado de fresa,
que alguien te ame decididamente
o que busques una camiseta con la cara de Marylin.

A veces perdemos la fe en algún sitio desconocido
y poco memorable.
Nada vuelve a ser lo mismo.
Es que nada es lo mismo nunca:
la belleza muta en cosas fosforescentes o desvencijadas,
la voz cambia según la hora,
el taxi llega tarde por nosotros.

Vine para verte y encontrarte porque te esperaba;
algo debes darme.
No sé si me alcance el dinero, los brazos, la vida;
esos lugares comunes donde uno se asienta
para salir al encuentro
de lo que tal vez nos haga ser otros.
Quién sabe, el equipaje pesa
y la mano se cansa.

Aunque siempre nos llevamos algo:
lo menos denso, lo más fluido,
lo que puede perderse
o caer.



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