Diorama, instalación poética en la
Fonoteca Nacional


espacios-fonoteca.jpg

Desde que la poesía surgió como una repetición, salmodia, una acción gutural y verbal contra el telón de la noche y el sonido-ambiente de la lluvia o del trueno. Desde ese entonces, la poesía se convirtió en la voz humana que se funde en el concierto de la naturaleza y de los dioramas crepusculares creados humanamente.

No. 55 / Diciembre 2012-Enero 2013



Piezas sonoras de Alejandra Hernández,
Bishop y Rocío Cerón en el Jardín Sonoro
de la Fonoteca Nacional
*


Entre las olas de piedra de la corteza de su piel,

se escucha el rumor de un cometa invisible.
Es un rayo de  poesía sonora que atraviesa las ventanas
de las uñas para llegar a la cutícula.


Por José Springer


Desde que la poesía surgió como una repetición, salmodia, una acción gutural y verbal contra el telón de la noche y el sonido-ambiente de la lluvia o del trueno. Desde ese entonces, la poesía se convirtió en la voz humana que se funde en el concierto de la naturaleza y de los dioramas crepusculares creados humanamente.

Rocío Cerón ha seguido esa prehistórica ruta de la poesía. Ella canta, declama, dicta, recita, vocifera. Y en el eco y la reverberación de su voz escuchamos varias veces el salmo: t-o-d-o  e-s  t-r-a-n-s-i-t-o-r-i-o. Nunca mejor dicho. La voz de la poesía es fugaz, apenas una pulsación dice la poeta, que late en nuestro cuerpo con una carga eléctrica de seis voltios, ligeramente audible, pero que no deja de batir su latir constante, ritmo de nuestra vida, golpeteo cadencioso que se repite millones de veces. Así es la poesía, una repetición transitoria y constante, que no deja de recitar, vociferar, cantar, declamar y decir: todo es transitorio.

La vibración de la poesía nos traslada transversalmente, a través de lugares y de manera horizontal, por paisajes que sólo escuchamos cuando cerramos los ojos y respiramos soplo a soplo, contando los segundos que nos separan de los panoramas de nuestro propio cuerpo; de los rojos valles, nubes y montañas que habitan dentro de nosotros. Sólo somos conscientes de nuestro  autismo cuando dejamos que la poesía se agite con sus sonidos y símbolos por debajo de la piel, dentro de las costillas, en cada bocanada que infla los pulmones. La poesía de Rocío Cerón está inspirada en la métrica corporal; nos hace escuchar el espectáculo que llevamos dentro de nosotros, sudar el paisaje que somos y que debemos reconocer escuchando poco a poco su voz. 

Fragmentos subcorticales, composición basada en el poema Sonata Mandala al Ave Penumbra, es una letanía armada mediante una cascada de sonidos y fragmentos, recreados por Bishop a partir de puestas en escena de eufonías capturadas con el cuerpo. Traducción de sonoridades, reproducción de voces incandescentes,  ebullición de lentas burbujas de sílabas transcritas en notas, los ecos de Bishop son palabras que revientan al llegar a la superficie de nuestra piel. Son sus reverberaciones con las que percibimos el color de los poemas, la luz de los vocablos y la saturación de los silencios.

Escuchando las texturas que envuelven al poema Ciento doce, la trama y la urdimbre que tejen las percusiones de Alejandra Hernández,  provocan que arda en el desierto de nuestra piel el deseo de mover el tobillo, alzar el talón, golpear el piso con la punta del pie, agitar los sobacos debajo del árbol, apurar el movimiento de los dedos cordial, índice y anular para que se estrellen en la rodilla y no perder el ritmo procedente del corazón de los tambores. Cuerpo vibrátil, alma con vida que se tuerce y enreda como víbora en el conducto auditivo del oído medio, llega sediento de arena, montado sobre el consonancia del fierro viejo que ruge desde los tambores de los colchones.

¿Es imposible escuchar algo más verde con las yemas de los dedos?
  



  Septiembre 2012

 

* La instalación titulada Diorama está constituida por piezas sonoras de la compositora Alejandra Hernández, el músico y productor Bishop y la poeta Rocío Cerón en el Jardín Sonoro de la Fonoteca Nacional.