No. 55 / Diciembre 2012-Enero 2013


 

revistero-the-new-york-review.jpgThe New York Review of Books
Diciembre 6 de 2012, volume LIX, no. 19

Por Emiliano Álvarez
 
Para celebrar este fin e inicio de año, decidimos dedicar este número del “Revistero” a una de las revistas más importantes de todos los tiempos: la famosísima New York Review of Books. Fundada en 1963 por Robert B. Silvers yBarbara Epstein,en conjunción con A. Whitney Ellsworth (quien sería el primer impresor de la revista) y la escritora Elizabeth Hardwick. Los editores, desde su fundación, fueron Epstein y Silvers; sin embargo, desde la muerte de Epstein, Silvers ha continuado solo este monumental trabajo (aunque decir “solo” es algo muy relativo: el equipo detrás de esta publicación es, como se supondrá, muy numeroso). La lista de sus colaboradores, a lo largo de las casi cinco décadas que lleva publicándose, incluye nombres de la talla de W.H. Auden, Robert Lowell, Jason Epstein, Hannah Arendt, Saul Bellow, Oliver Sacks, Truman Capote, Paul Goodman, Lillian Hellman, Norman Mailer, Mary McCarthy, Robinson Jeffers, Norman Podhoretz, Philip Rahv, Susan Sontag, Edmund Wilson, Derek Walcott, John Banville y J.M. Coetzee, además de muchos críticos espléndidos, desconocidos en nuestro país. En sus páginas, he leído los análisis de geo y sociopolítica más precisos e interesantes que jamás he tenido entre las manos; he leído deslumbrantes revisiones críticas de películas en cartelera; he leído cuentos y poemas inéditos que me han enriquecido semanas enteras (algunos de autores que conocía; otros que me han dado a conocer autores espléndidos); he leído algunas de las mejores reseñas sobre libros de literatura (poesía o narrativa o ensayo) que usted pueda imaginarse.Un ejemplo de muchos: en sus páginas, pude ver adelantos de los más recientes (y, quizá, los últimos) volúmenes de la producción poética de quienes sean, tal vez, los poetas vivos más importantes en lengua inglesa: el santa lucí Derek Walcott (White Egrets) y el irlandés Seamus Heaney (Human Chain), además de una inolvidable reseña sobre este último, escrita por el también irlandés John Banville (sí, el narrador, quien resulta ser un soberbio lector de poesía, al igual que Coetzee, el sudafricano ganador del Nobel). Esos son regalos que uno nunca olvida.

Decir que todo esto lo he leído “en sus páginas” es una falta de precisión: en realidad, tengo la fortuna de contar en mi vida con un entrañable personaje que me presta su cuenta para visitar el sitio de internet y consultar la revista en línea. Sin embargo, sé que la suscripción no es cara, y se me ocurre una idea para hacerla aún más accesible: juntar un grupo de personas interesadas en leer la revista, suscribirse a nombre de uno de ellos sus amigos, pagar entre todos la mensualidad o anualidad (según se prefiera), y compartir el usuario y la contraseña. También, por un poco más de dinero, se puede pagar una suscripción que incluya el número impreso y el envío del mismo, hasta la puerta de su casa. Eso sí, hay que saber leer en inglés.

No puedo imaginar una mejor inversión que suscribirse a esta histórica publicación. Imagínese: su tiraje es de más de 125,000 ejemplares, además de toda la gente que, como yo, lee la revista en línea. Es una revista que ha sido descrita, por centenares de críticos y publicaciones, como la mejor revista de cultura del mundo; una revista que nació como una respuesta a la mediocridad imperante entre la crítica norteamericana de principios de los sesentas (a juicio de sus editores, por supuesto) y que, por lo tanto, ha estado desde siempre comprometida con entregar a sus lectores un producto intelectual sólido, congruente, bien armado, polifónico. Parafraseando algunos de los comentarios críticos que se han hecho sobre ella, es seria, pero no arrogante; elegante, pero no alzada; escrupulosa, pero no seca; obsesiva en cuanto a la claridad y a la corrección de cuanto se publica; apasionadamente interesada en la defensa de los derechos del hombre. Profunda, en fin, en todos los aspectos.