La ruta de la creación


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No. 55 / Diciembre 2012-Enero 2013



La ruta de la creación 


Segunda lectura de poesía en voz alta de poetas
del Colegio de Letras Modernas Facultad de Filosofía y Letras, UNAM

 



El año pasado, el día 16 de marzo, se reunieron varios profesores del Colegio de Letras Modernas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM para hacer una primera lectura de poesía en voz alta que recibió el título de Poetas desde el clóset. La decisión de llamarla así respondía a la voluntad de brindar un espacio para que los académicos del Colegio que escriben poesía la sacaran del encierro en la que suelen confinarla durante su ejercicio docente. El sorprendente éxito que tuvo aquella lectura inspiró de inmediato a los organizadores a llevar a cabo una segunda, posibilidad que se concretó el pasado 23 de octubre en el edificio Adolfo Sánchez Vázquez de la Facultad de Filosofía y Letras.

La edición 2012, titulada La ruta de la creación, contó con nuevas voces —Emiliano Gutiérrez, Lorena Saucedo, Irene Artigas, Mario Murgia y Susana González Aktories— que alternaron tanto con algunos de los poetas que participaron en 2011 —Adrián Muñoz, Argel Corpus y Juan Carlos Calvillo— como con dos invitados especiales, Fabio Morábito y Eduardo Casar, poetas de una amplia trayectoria artística que honraron a los asistentes con su presencia. Adicionalmente, este año se creyó oportuno hacer un reconocimiento de que “la ruta de la creación” utiliza también “vías alternas”, por lo que cada una de las dos mesas contó con la lectura de un traductor literario cuyo propósito fue demostrar que la traducción es también un acto creativo. Por último, la jornada brindó el espacio perfecto para la presentación del libro Los días pasan y se llevan su lumbre, de Argel Corpus, en la que participaron Adrián Muñoz, Eusebio Ruvalcaba y el autor.  

La sección de Espacios del Periódico de Poesía se complace en ofrecer a sus lectores, en su número de diciembre, una breve selección tanto de los poemas como de las grabaciones de la segunda lectura de poesía en voz alta del Colegio de Letras Modernas, La ruta de la creación.

                                                                                  


                                                                        Audio


El siguiente audio corresponde a la lectura de los poetas que participaron en la segunda lectura de poesía en voz alta de poetas del Colegio de Letras Modernas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

 

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                                                                                   Poemas:

                                                                                   Irene Artigas Albarelli
                                                                                   Juan Carlos Calvillo
                                                                                   Eduardo Casar
                                                                                   Argel Corpus
                                                                                   Susana González Aktories
                                                                                   Emiliano Gutiérrez
                                                                                   Fabio Morábito
                                                                                   Adrián Muñoz
                                                                                   Mario Murgia
                                                                                   Lorena Saucedo



  
Irene Artigas Albarelli

 



(20 de octubre de 2012)

Que el agua siempre fuera en subjuntivo. Inexplicable, como hilos fulminantes del aire en la seda.

Que el esplendor fuera una hoja de hierba en plena floresta. Cruel, como sustituir cuerdas por láminas de metal.

Que el silencio fuera solo en letanía. Tenue, como tabla rasa sostenida en modulación.

Que el tiempo fuera una emoción compleja. Urgente, como la dimensión de un soplo. Conectado, como visión común.

Que el oráculo fuera más que el sello de un error. Impreciso, como desviación insistente de ventanas.

Que el extravío no fuera lo único que se cuela por la cerradura. Que fuera luz, como final de cielo desbordado. Como el rumor de las hojas en los bosques más íntimos.



Luz azul

Hay azules que nos dejan a merced de la luz y que sólo se explican como
desórdenes,                mescolanzas,
                          desbarajustes del sol.
                                            ¿Cuál es el azul tras el azul?

       Azul,
                trasluz,
                            yerro de luz.
       Azul recuerdo tu rostro y lo pierdo, azul no me olvides, azul pareciera.

Azul lunar a media tarde,
        azul de fracción esencial:
imperceptible,
                 disminuido,

visión   de      la         dificultad.



Dudas

¿Son los sueños que sueñas de quien sueñas? ¿O son de quien los sueña?
¿Son formas dulces del horror o son lúgubres,
                            extrañas
                                     exaltaciones de la poesía?
¿Al soñar deshilas mitos,
construyes el mundo,
afilas el ser?

¿Nos atraviesan los sueños o se quedan,
estancados,
                    vagando por el rumbo del corazón?

¿Nos cansamos de soñar y,
                                      entonces,
                                                despertamos?
¿O soñamos porque estamos a punto de despertar?



Glosa

Cuando pienso en la responsabilidad de eliminar todas esas cartas sin
destinatario también me lleno de angustia y preferiría no hacerlo.
Cada carta sin destinatario encapsula rumores inauditos, archivos inaudibles
que se perderán. Sin importar nuestras preferencias.
Cada carta sin destinatario alberga un silencio distinto. ¿Quién puede pretender
saber cómo callarlas con justicia, definitivamente?   

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Juan Carlos Calvillo



Siete haiku

1.
Empuña arena
y viértela en tus piernas.
El mar se acerca.

2.
Me hiciste huésped:
si no das de beber,
no alces el cáliz.

3.
Crucé tres pontos
y encontré tu ciudad
ya devastada.

4.
Es cruel que cantes
cuando sabes que estoy
atado al mástil.

5.
No llegará
mientras la espere aquí,
no habrá advertencia.

6.
Años después
vuelvo a verte y me siento
tan sólo a un paso.

7.
Se lleva el viento
los granitos de arena
de un pedregal.



Posludio
imitación de William Carlos Williams

Ahora que me he enfriado de ti,
que haya oro de calicanto deslucido,
paliados templos que arruina el sol
y que duermen por completo.
Dame tu mano para el baile,
las olas de Filé, el flujo y el reflujo,
y tus labios, mi Lesbia,
flores de alhelí que antaño eran fuego.

Tu cabello es mi Cartago
y mis brazos el arco,
y nuestras palabras saetas
para lanzar a las estrellas
que desde el ponto brumoso
se enjambran para destruirnos.

Pero tú, allí, a mi lado—
¿qué puedo hacer para desafiarte
ahora que me hieres de noche
con senos que fulguran
como Marte y como Venus?
La noche grita Jasón
con el traqueteo de las cornisas
como marejadas sobre mí,
cerúleas en la proa de mi deseo.



En algún lugar

imitación de E. E. Cummings

en algún lugar al que nunca he viajado, con gusto más allá
de toda experiencia, tus ojos tienen su propio silencio:
en tu gesto más frágil hay cosas que me encierran,
o que no puedo tocar porque están muy cerca

tu mirada más leve me abrirá con facilidad
aunque me he cerrado como los dedos,
tú siempre me abres pétalo a pétalo como la Primavera
(con toque diestro, misterioso) abre su primera rosa

o si tu deseo fuera cerrarme, yo y mi vida
nos cerraremos de pronto, de un modo muy bello,
como cuando el corazón de esta flor se imagina
cómo desciende la nieve con cuidado por doquier;

nada que percibamos en este mundo se equipara
al poder de tu intensa fragilidad: cuya textura
me impone el color de sus campos, y ofrece
la muerte y el siempre con cada respiro

(no sé qué es aquello en ti que cierra y que abre;
sólo que hay algo en mí que comprende
que la voz de tus ojos es más profunda que todas las rosas)
nadie, ni siquiera la lluvia, tiene manos tan delicadas

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Eduardo Casar


Conjuro y contigo

Hoy me toca ser viento. Ten cuidado.
Refuerza tus ventanas con maderas y con golpes firmes.
Con las maderas dibuja la inicial de mi nombre.
Dicen que si lo haces arrojarás hacia la paz,
lejos del estremecimiento,
al portador del nombre que dibujas
con maderas apuntalando tus ventanas.
Dicen que no hay más eficaz conjuro
que enfrentar consigo mismo a quien ataca.

Dicen que es eficaz, pero no sirve.

Sabré encontrar resquicios
para llegar hasta tu pecho.

Y mañana me tocará ser agua.
Ten cuidado.
Porque mañana es muy probable
que nazca dentro de ti
una sed peligrosa y es verano.



Quisiera estar

Quisiera estar a dos pasos de ti.
Y que uno fuera mío y el otro fuera tuyo.



Entre tu sangre

Irse así, tras de ti para encontrarte
y encontrarte dormida
y encontrarse
con que en tu sueño apresas
al fantasma que te mira,
a la piedra lanzada hacia tu cara,
a la piedra que se disuelve
y vela desde dentro
el esquema asombrado
de tu sueño de arena,
de tu sueño de danza
en una playa oscura.
Saber que para quien alrededor
de ti camina
no hay caminos
ni atajos ocultos como flores en la nieve
y que entonces irse tras de ti,
de noche, entre tu sangre,
es hundirse en tu cuerpo lentamente,
es andar en el aire caminando,
es que tu boca despierte cada noche
para cada noche perderse nuevamente,
es salir a solas de tu cuerpo,
a mediodía y sin que tú lo adviertas,
para cada noche perderse nuevamente.



Epitafio

Y allí, bajo la tierra,
el árbol ramifica otro follaje,
dúctil y penetrante,
como dotado de una
voluntad de silencio.

No es el viento el que mueve
ese ramaje interno.
Es la humedad y es otra lentitud,
serpiente multiplicada y armoniosa
bajo la oscuridad compacta de otro cielo.

También ese bosque
caminaremos juntos.


 

    

Argel Corpus


Un poeta

Cualquiera podría salir hoy y decir palabras,
palabras comunes en días ordinarios,
cualquiera podría hacerlo, estoy seguro,
porque de eso se trata, salir para hablar palabras.

También podrían asimilar el silencio, digo yo,
asimilarlo y quedarse en casa
para mirar por las ventanas lo que tengan enfrente:
otras casas, por ejemplo, o un árbol y cables, o carros y gente caminando,
podrían quedarse en casa, creo yo, y ya no decir nada
porque no hay palabras que cubran el silencio de las casas.
Podrían hacer cualquiera de las dos cosas, o ambas.

Yo, en cambio, sigo aquí sin hacer nada
juntar palabras es hacer nada
salvo estar sentado y escribiendo,
hablando de cosas que otros podrían hacer 
y que yo no hago porque escribir es no hacer nada,
es sólo juntar el aire,
quizá un aire enrarecido, pero aire al fin y al cabo.   


Próspero en el jardín

¿Será que al final me convierta en un viejo enfermo de lenguaje?
¿uno que busca su nombre en las grietas de su piel,
en los granos de la arena, en el mar entero?
¿será que un día empiece por olvidar las palabras del tiempo:
mañana, ayer, hoy; y termine confundiendo el arriba con el abajo,
la izquierda con la derecha, la periferia y el centro?

¿Podré distinguir a Miranda? ¿Sabré que sus cabellos
no son el otoño, y que sus ojos no son el mar?  el mar
¿qué habrá adentro del mar? ¿un viento que arrastra olas;
 un mar solo en medio del mar; un mar condenado a su laberinto
 de mares? ¿pero y Miranda, podrá distinguirme;
me reconocerá entre tanta arruga y cuerpo en abandono?

O convertirse en viejo es como llegar a la casa materna:
estar otra vez entre ese orden y esa limpieza,
habitar una vez más una infancia cuidada, un futuro promisorio.



Fragilidad del fuego

dicen que caí de las estrellas,
y que con mi caída encendí un bosque.
Otros cuentan que mi madre es la rabia,
la espesa baba de la tierra iracunda.

A veces, en la noche que ilumino,
escucho cómo crepitan mis brasas,
esos huesos descarnados y rojos;
otras, las menos, escucho un griterío

(y me angustio, me obligo a revolverme
hasta inflamarlo todo, hasta enrojecer)
e imagino el miedo que causa ver a
mi cuerpo brusco incendiándose como sol


    

Susana González Aktories


Siete días para entender la poesía

El poema es un punto
cuyo eje está en todas partes
y su circunferencia en ninguna.

El punto es un poema
que está en todas partes
en busca de su circunferencia.

El poema es la distancia más corta
entre el punto y la nada.

El punto es la nada
vuelta poema.

El puerto es un poema
entre el punto y la nada.

La nada piensa en un punto
Y se hace poema.

El poema es
casi nada.

Punto.


Libro de viaje

Inicia

        como se inicia una página

               en un blanco sobre blanco

instante suspendido

la texturada emoción del viajero

 

Marca liviana que se prende del papel

        figura del anhelo

        forma del peregrinar constante

                la escritura

 

Sin deseo ni fin de articular

            más que el esbozo ondulado

                      chispeante y espumado de una presencia

                      voluntad anónima de movimiento fronterizo

 

Trazo sutil
            la memoria

                       el desdibujado trayecto

                                  el recuerdo inacabado

                       una sombra interrumpida

 

Mapeado en celulosa

       su trayecto
                 nómada

       en la esperanza de un apenas hilo

                que no busca su inicio ni su fin

Pulso entretenido en la propia belleza

         de esa frágil y eterna experiencia

                                   huella de un viaje

                                            que tuvo lugar


    

Emiliano Gutiérrez


Segundero

El segundero de mi reloj de muñeca
se cayó hace unas semanas.
Saltó del centro de la carátula
y ahora da tumbos tras el cristal.
Me sorprendí un día al voltear
a ver la hora y no encontrarlo.
Parecía incluso haberse escapado
por la misma rendija por donde
a veces se mete el rocío,
hasta que lo encontré
escondido en una esquina.

Simplemente se desatornilló
del eje sobre el cual varios años
dio vueltas con obediencia marcial,
como si hubiera dicho:
“¡Al demonio! ¡renuncio!
De todas formas
a nadie le importa mucho mi trabajo.
Búscate otro que cuente los segundos:
los largos que pasas sin respirar entre brazadas;
los cortos entre la primera nota
de una canción que te gusta y el primer coro;
los incómodos entre una pregunta difícil
y una respuesta deseada;
los ridículos entre iniciar una clase
a tiempo o tarde.”

Escapó del centro del reloj
y ahora cae sacudido hacia las tres
cuando camino,
o las nueve cuando recargo el mentón
en la mano y me pongo a cavilar;
y cada cinco o diez minutos
da volteretas cuando veo la hora
y acaba por las seis para caer
de nuevo, instantes más tarde.
Y, a ratos, su única y rígida pata
se atora con torpeza en el círculo
como astilla enterrada en la yema del dedo.

Y no conforme con abandonar su puesto,
a veces, se lanza suicida
y se enreda entre las otras manecillas,
en un intento por evitar el corte tajante
de las tijeras a las doce en punto.

De conseguirlo, el segundero rebelde diría:
“Adiós a tus diez minutos de café;
adiós a las siestas de media hora;
adiós a las páginas y películas,
que mides en minutos y en horas;
deja de creer que puedes llamar
con el mismo nombre a la una de la tarde
y sus comidas apresuradas,
y a la una de la madrugada
con que cierras o abres una noche.”

Y tiemblo al pensar en la anarquía
de un mundo sin segundos, minutos y horas
marcados por el metrónomo fiel del segundero,
en donde coma cuando tenga hambre,
duerma cuando tenga sueño,
y sólo use la muñeca izquierda
para secarme el sudor de un sol sin apellido.



El sueño de la estatua

Para Irene Artigas

Camino por un enorme prado;
el verde del pasto me llena la vista.
A lo lejos veo un edificio al que nos acercamos.
Al llegar, descubro que se trata de un imponente mausoleo.
Viejo, tan viejo como la guillotina
o tal vez más viejo que la Cruz,
el mausoleo se levanta sobre cuatro columnas
habitadas por el musgo y la herrumbre.
¿Es del mármol enmohecido,
o su color turquesa es el del bronce oxidado?
Entramos.
A un lado se alza una escultura femenina, mutilada,
(quizás la Victoria, quizás la República)
hermosa a pesar del andamiaje
que sostiene su frágil elegancia.
A sus pies dormita un león blanco
hecho más de polvo que de piedra.
Al centro está la tumba de algún emperador romano,
o tal vez de Napoleón,
cuya solemne cabeza de decadente bronce
se levanta del suelo.
Parece querer salir de la tumba, del inframundo.
Sus manos también brotan del suelo
y sostienen una corona de laurel.
¿Fue el escultor o el célebre muerto quien erró?
La autocoronación ha quedado inconclusa,
petrificada (al menos en mi sueño).
Nunca saldrá del inframundo
ni vencerá a la muerte el emperador.
Pero su eterno intento por colocarse la corona
me lleva a contemplar largo rato
la obra del escultor que sólo existe en mi sueño.
Al despertar doy gracias a aquel artista
quien, como cualquier otro,
no escapa a la influencia.


    

Fabio Morábito


[Los perros]

Los perros ladran a lo lejos.
Junto con ellos soy
el único sin sueño en el planeta.
Me ladran a mí,
despiertos por mi culpa.                                                  
Mi estar despierto los encoleriza                                    
y su cólera me espanta.                         
Somos los únicos                                  
que no dudan                                        
de la redondez de la tierra.                   
Los otros, los dormidos,
han renegado de Copérnico,
por esta única vez
se han reclinado sobre un mundo plano.
Por esta única vez, todas las noches,
y así amanecen,
creyendo que la tierra no da giros.
No pueden conciliar el sueño
sobre una superficie triste,
sobre un planeta equis.
Mejor oír ladrar los perros
que amanecer neolíticos.                     
Más vale no pegar el ojo
que claudicar del universo.



[El maestro]

El maestro pasa lista
sin mirarnos.
Después de cada nombre
se escucha “presente”.
Cada tanto un silencio: alguien no vino.
El maestro levanta la vista para cerciorarse.
Hubo una vez uno que guardó silencio
al oír su nombre,
el maestro levantó la vista, no lo vio
y puso la cruz de la falta.
El otro permaneció impasible
y lo miramos con envidia.
Tenía una cruz y estaba entre nosotros.
No se quitó la cruz en toda la mañana.
Sin percatarse del engaño
el maestro le pidió que leyera en voz alta
y en el salón estalló la risa.
¿Por qué se ríen?,
y todos bajamos la vista,
incluido el ausente,
que leyó con voz de ausente,
o así me pareció.
Al otro día no vino,
tampoco al otro día
y pocos días después, pasando lista,
el maestro se saltó su nombre,
después lo tachó con la pluma
y yo olvidé su nombre, su rostro y su cruz.



[Benditas]

Benditas puertas, creadoras
de la penumbra
y del habla en voz baja,
que fue la creadora a su vez
de la escritura.
Benditos goznes que nos separan
de las bestias.
Es fácil hoy decir malditas puertas,
malditos libros,
maldita la postura erguida.
Haber bajado de los árboles
fue la primera puerta que se abrió
y se nos olvidó cerrarla.
¿Fue una omisión o una genialidad
dejarla abierta por las dudas?
El bosque nos persigue
en nuestra prosa y nuestros versos,
y toda puerta que abrimos,
la abrimos todavía sobre un claro,
y cada puerta que cerramos,
aun la más inocua,
pergeña una penumbra y un secreto.
No terminamos de bajar al suelo,
nuestra mayor herida,
y a base de puertas lentamente
nos curamos.

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Adrián Muñoz


Jaque

Es muy peligroso este juego,
Alguien puede salir herido,
Siempre hay alguien lastimado,
Habrá que andarse a tientas,
A cuestas y en alerta,
Al mejor jugador se le va la suerte,
Esa rama ruge, esta hierba cruje,
Qué animal acecha allá en recodos,
Cuántas armas en la manga,
Ninguna, claro, esto es a mano limpia,
El cuerpo expuesto, el alma frágil,
Juguemos a formar figuras con las sombras,
A capturar unas cuantas luces con las uñas,
Ya cayó la noche y menguó la bulla,
Ya casi tengo mi estrategia bien trazada,
Alfil blanco hacia peón de negras,
Muy bien, la torre se despliega,
Caen caballos como  pelo sobre un satín nocturno,
Un movimiento en falso, uno solo,
Y el viento ahuyentará a los grillos,
Va juntándose el montón de fichas,
El puntaje va cifrando encuentros, desencuentros,                         
En tremendo contraataque, pérdida de avances,
Porque el blanco es blanco y el negro es blanco,
Juguemos a olvidar el juego y a olvidarnos,
A escondernos cuando un sueño nos espante el sueño,
A salir huyendo cuando nos vengan a abrir la puerta,
Las fichas van cayendo en parvadas de tácticas deshechas,
Cambiemos el tablero y ya veremos,
El puntaje va cifrando aciertos, yerros,
Ya están las cartas en la mesa y qué nos dicen,
Desafortunado en el juego, empecinado en las apuestas,
Ateridos de recelo el rey y reina,
Que todo sepelio es una boda,
Vaya jugada, cuáles son las reglas,
Quién va ganando y qué se pierde en este juego,
Cazadores y tahures son lo mismo,
Fichas y episodios son sinónimos,
En qué momento comenzaron las partidas,
Quién avisará cuando terminen,
El puntaje, quién lleva el conteo,
Y qué es lo que se cuenta,
Avances, cuentos o decesos,
No recuerdo ya mi nombre ni a lo que vine,
Quería cazar orugas
O quería albergar puñados de orquídeas dislocadas



Algún día las salamandras

Algún día voltearás y verás salamandras
          [partirse el lomo tras las lomas
Oirás que un taxi para en cada esquina
          [porque no hay teléfono que comunique hazañas
          [ni semáforos que orienten hacia el zócalo a las palomas

Soltarán entonces la jauría de atrocidades a pastar de día
Los buitres creerán que son bujías
        [y que las máquinas son deidades vanguardistas
Que los besos han pasado de moda
O que ya no importa qué conjuro hechiza más que lluvias

Te descubrirán un día detrás de ciegos rascacielos
Pensando en qué sé yo qué negocio
Apoltronado en un montón de plumas de ángel masturbado
Temeroso del silbido de la luna
        [sobre todo si X, Y y Z
        [y en tu espejo desfilan todos tus anhelos empolvados

Sabrán que fuiste tú quien prendió las luces a medio día
Pues no soportas que las sombras te recuerden quién pudiste haber sido
Ni a quién regalaste los pétalos no olfateados aquella primavera

Dirán que ya no es como solía ser
Que antes las alondras obsequiaban sueños a los niños
Que el lagarto recitaba himnos en las plazas
Al cerrar los ojos las hadas adornaban las cornisas
Y en medio de los páramos se escuchaban los ronquidos de la Madre Tierra

Pero eso era antaño
Hoy ya no le pertenece a nadie

Hoy ya nadie es


  
Mario Murgia


La idea del orden

                                                            Whose spirit is this?
                                                            —Wallace Stevens

¿De quién es este espíritu,
alargado hasta el infinito de las manos,
arropado en el silencio de mi vientre?
Es suyo, con oralidades y escrituras,
con vericuetos que anuncian ráfagas,
humores y a veces también satisfacciones.
Y cuando este espíritu se vuelve suyo
encarna fidedigno el orden
en universos epidérmicos, flanqueados
por mis sienes, veinte blancas uñas,
una que otra prenda y muchas noches taciturnas.
Amanece en ti el entendimiento y culmina
en plenilunio el habla cuando juegas
a extraviarte en el sinsentido de mi trama.
Los silencios veneran tus ideas, las envuelven
en gasas de respeto, traducidas en velos amorosos.
Te llevan señoriales piernas por los valles
de mi vida, y la colina ocasional, la lucha
inevitable marca un hito que te enciende en valentía
y te eleva a la rareza de los aires.
¡Cuán merecida aquella cumbre, altar de tus andanzas!

En cuanto a cercanías, el orden es inmenso:
se percibe en tus razones y felices desaciertos.
Jamás una idea ha vestido piel y encerrado
con tal evidencia de corpóreas dádivas,
tus órdenes están aquí, entre la vigilia y lo divino.



Ninfas

Es el vagón cilindro de ribetes y metales
con un rosario de palabras dentro:
las lágrimas muy lento se cocinan
desprendiendo enérgicos vapores que dilatan
las paredes de una pérfida olla exprés.

Las mujeres apiñadas entre olores y sudores
juegan a que viajan abstraídas
de su sexo no deseado
de sus hijos asesinos
de sus hombres condenados
de su odiada vida sepia, sin amores.

¡Qué se habían de figurar!
Al abrirse aquellas puertas
de aluminios redentores y teatrales,
aparece el triunfo de dos gracias que,
amorosas y mortales, liberan los vapores,
vaporizan libertades.

Dos muchachas han bastado
para untar de sexo aquellas caras
relegadas de existencias y fulgores.
Entre besos y estaciones se han domado
bestias que a furor apestan,
carnes que al ardor despiertan.



Ngao

Que los gatos son poesía
queda consignado en verso
extraordinario del pasado
y en mediocres indulgencias
de diletantes abrumados
por las nimias fauces del felino.
Duerme el mínimo minino
entre libros que lo sueñan
con la gran piyama a rayas
de los tigres de Bengala
o la densa estola grifa
de algún león de la sabana.
En minúsculas penumbras
de rincones olvidados respira
un gato que, acechando trepidante,
vela pasos largos del incauto:
la humanidad irresponsable
mancilla territorios infinitos
bardeados con almizcle milenario.
Ni el estornudo de los leones
ni de Dios los ojos mismos
ni las siete o nueve vidas
bastan como parangones
del más ínfimo resquicio
en el mundo de domésticos cervales.
¿Quién querrá trocar el roce inusitado,
la deidad casera cuyo beso duele más
que el letal lamer del fuego?

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Lorena Saucedo


Declaración de impuestos

En la fila del banco,
los formularios en mi mano izquierda
que quizás suda,
que quizás arruga las hojas de papel.

Avanzo tres pasos,
aún no es mi turno,
miro el reloj sin entender la hora.

Bajo entonces la cabeza y sonrío
pensando en obligaciones cumplidas,
en que tengo un poco de hambre,
en que tiene todo el sentido del mundo
estar aquí.

Sin entender tampoco en el gafete
el nombre de la cajera
que dice buenas tardes y estira la mano,
alcanzo la ventanilla.
Entrego los formularios
donde se lee declaración en ceros
y la veo estampar un sello en cada hoja
como si nada.

La poesía también es así:
hojas cargadas de tinta
sólo para certificar el vacío,
el vacío y sus numerosas formas, 
evitar confusiones.
La cajera me dice es todo,
yo, aún sin parpadear, le doy las gracias.  



Dieciséis de septiembre

Nubes rápidas cruzan el cielo haciéndolo temblar.
El sol no está a la vista.

Hay niños en la calle tronando cuetes.
Su estruendo recorre la cuadra y se oyen,
como hace doscientos años, los disparos.

Bajo esta luz que parece llegarnos en contra de su voluntad,
diminutas trizas de papel, desgarradas por la pólvora,
cubren el asfalto,
y el olor de cada breve estallido
ensucia el aire.

Por un segundo imaginamos una calle
cubierta de cadáveres,
su sangre, hecha trizas por la pólvora.
Damos pasos largos para no pisarlos.

Pero no, las risas infantiles preceden la siguiente explosión
y de nuevo somos sólo nosotros,
caminando sin sombras bajo un día nublado,
viendo de reojo las banderas ondulantes
en las azoteas de las casas.