El vate Frías y los primeros géneros de la poesía cinematográfica
Cine y poesía
Por Ángel Miquel
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El cine es, antes que cualquier otra cosa, un entretenimiento popular.
El cronista Luis G. Urbina, uno de los primeros que reflexionó en México
sobre las características del espectáculo, escribió que “atrae al
pueblo, lo seduce, lo hipnotiza (…) Aquel blanco cuadrilátero,
encerrado en toscas espigas de madera, es para la masa popular la
puerta del misterio, la boca del prodigio” (El Mundo Ilustrado, 9
de diciembre de 1906). No es extraño por eso que una de las primeras y
más perdurables influencias del cine sobre el mundo de la cultura
letrada haya tenido como receptores a poetas que eran parte de ese
público, ni que a partir del surgimiento de los largometrajes y el star system
a mediados de los años diez éstos fueran hechizados por la belleza de
las actrices. Por eso leemos en uno de los primeros poemas mexicanos de
tema cinematográfico...
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No. 55/ Diciembre 2012 - Enero 2013 |
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El vate Frías y los primeros géneros de la poesía cinematográfica
Cine y poesía
Por Ángel Miquel
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El cine es, antes que cualquier otra cosa, un entretenimiento popular. El cronista Luis G. Urbina, uno de los primeros que reflexionó en México sobre las características del espectáculo, escribió que “atrae al pueblo, lo seduce, lo hipnotiza (…) Aquel blanco cuadrilátero, encerrado en toscas espigas de madera, es para la masa popular la puerta del misterio, la boca del prodigio” (El Mundo Ilustrado, 9 de diciembre de 1906). No es extraño por eso que una de las primeras y más perdurables influencias del cine sobre el mundo de la cultura letrada haya tenido como receptores a poetas que eran parte de ese público, ni que a partir del surgimiento de los largometrajes y el star system a mediados de los años diez éstos fueran hechizados por la belleza de las actrices. Por eso leemos en uno de los primeros poemas mexicanos de tema cinematográfico:
El autor del soneto se llamaba Arturo L. Castañares y sus versos celebraban a la diva italiana Francesca Bertini, protagonista de dramas como Assunta Spina (1915) y Tosca (1918). A partir de entonces otros oscuros bohemios comenzaron a diseminar en periódicos y revistas versos que, dedicados a las bellas de la pantalla, conformaron con el correr del tiempo uno de los géneros esenciales de la poesía cinematográfica. Éste contó después con ilustres practicantes eventuales como Alfonso Reyes y Carlos Pellicer, e incluso otro gran poeta, Efraín Huerta, lo convirtió en una de las principales vertientes de su obra; pero es posible que el género conservara su principal arraigo entre los columnistas de los fan-magazines, los trovadores de cantina y otros versificadores, llegando en algunos casos a producir obras tan célebres como la canción “María bonita” de Agustín Lara, inspirada, como se sabe, por la actriz María Félix.
Obra de mayor altura fue “Cinematógrafos de barrio”, aparecida a mediados de los años diez en el libro Holocaustos de José de Jesús Núñez y Domínguez; sobre este poema escribió Ramón López Velarde (por cierto admirador confeso de la misma Bertini que había merecido los versos de Castañares), que era “el documento cinematográfico de nuestras letras” y una “justa página que yo firmaría” (Revista de Revistas, 14 de enero de 1917). Escritores como Francisco González León, Xavier Villaurrutia y Jaime Sabines añadirían tiempo después nuevos documentos destacados a esta tradición, que sin embargo también parece haber sido practicada sobre todo por poetas poco conocidos. Otra pieza del género apareció en el vespertino El Universal Gráfico el 16 de noviembre de 1929 bajo el título “El inspector de besos”; firmada por El licenciado Vidriera, se trataba de un comentario lírico a una absurda disposición municipal, que en parte decía:
El licenciado Vidriera era José Dolores Frías, quien con ése y otros seudónimos publicó durante varios lustros notas sobre las artes en buena parte de la prensa de la capital. Entre 1917 y 1934 encontramos una veintena de colaboraciones suyas dedicadas al cine, que incluyen poemas, crónicas, críticas de películas y entrevistas con los célebres Max Linder, Rodolfo Valentino y Dolores del Río. En su libro Forjadores de la revolución mexicana (1960) Juan de Dios Bojórquez (o Djed Borquez), hizo esta semblanza del periodista conocido en el gremio bajo el sobrenombre de El vate:
El volumen aludido se titula Versos escogidos (1933). Frías recogió en él una pieza escrita en memoria de Barbara La Marr, estrella de Hollywood que, luego de participar en una treintena de cintas, murió en plena juventud, en enero de 1926, consumida por un desquiciado ritmo de vida. (Por cierto, en El prisionero de Zenda, dirigida por Rex Ingram en 1922, La Marr alternó con el joven astro mexicano Ramón Novarro.) A esa elegía escrita por alguien que, como Castañares, se asumía como un oscuro bohemio, pertenecen las siguientes estrofas:
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