Un delicado equilibrio

Música y poesía

Por Jorge Fondebrider

musica-poesia-01.jpg“El compositor que pone música a un texto –escribe George Steiner, en su monumental Después de Babel– está inscrito en la misma secuencia de movimientos intuitivos y técnicos que se plantean en la traducción propiamente dicha. Su confianza inicial en la significación del sistema de signos verbales va seguida de una apropiación interpretativa; de una ‘transferencia’ a la matriz musical y, por último, de la elaboración de un nuevo todo, que ni devalúa ni eclipsa a la fuente lingüística. La prueba de inteligencia crítica, de sensibilidad psicológica, a la que se somete el compositor cuando elige un  poema, lo dispone y le pone música, concuerda en todo con la del traductor. En ambos casos, preguntamos: ‘¿Ha entendido el argumento, el tono emocional, las particularidades formales, las convenciones históricas, las ambigüedades potenciales del original? ¿Ha sabido encontrar el medio idóneo para representar cabal y explícitamente esos elementos?’ Los recursos que están a la mano del compositor –tonalidad, timbre, tempo, ritmo, instrumentación, modo– corresponde a las opciones estilísticas abiertas para el traductor. Las tensiones básicas son análogas, en lo esencial. El debate sobre si el literalismo o la re-creación debiera ser la meta dominante de la traducción tiene su exacto paralelo en la controversia, prominente en todo el siglo XIX, sobre si la palabra o la idea musical debiera ser lo más importante en el lied o en la ópera.”

No. 55 / Diciembre 2012 - Enero 2013


Un delicado equilibrio

 

Música y poesía
por Jorge Fondebrider


musica-poesia-01.jpg“El compositor que pone música a un texto –escribe George Steiner, en su monumental Después de Babel– está inscrito en la misma secuencia de movimientos intuitivos y técnicos que se plantean en la traducción propiamente dicha. Su confianza inicial en la significación del sistema de signos verbales va seguida de una apropiación interpretativa; de una ‘transferencia’ a la matriz musical y, por último, de la elaboración de un nuevo todo, que ni devalúa ni eclipsa a la fuente lingüística. La prueba de inteligencia crítica, de sensibilidad psicológica, a la que se somete el compositor cuando elige un  poema, lo dispone y le pone música, concuerda en todo con la del traductor. En ambos casos, preguntamos: ‘¿Ha entendido el argumento, el tono emocional, las particularidades formales, las convenciones históricas, las ambigüedades potenciales del original? ¿Ha sabido encontrar el medio idóneo para representar cabal y explícitamente esos elementos?’ Los recursos que están a la mano del compositor –tonalidad, timbre, tempo, ritmo, instrumentación, modo– corresponde a las opciones estilísticas abiertas para el traductor. Las tensiones básicas son análogas, en lo esencial. El debate sobre si el literalismo o la re-creación debiera ser la meta dominante de la traducción tiene su exacto paralelo en la controversia, prominente en todo el siglo XIX, sobre si la palabra o la idea musical debiera ser lo más importante en el lied o en la ópera.”

En el capítulo al que corresponde el fragmento citado –más precisamente “Topologías de la cultura”–, Steiner continúa demostrando hasta qué punto la composición basada en textos poéticos es equivalente a la traducción de poesía y para ello se sirve de una serie de ejemplos- En algunos de ellos, pone el énfasis sobre cómo un texto se potencia a partir de una buena transposición que sepa interpretar el tono de base; en otros, señala cómo una mala comprensión da lugar a equívocos que sólo convierten al texto en una mera excusa.

Estamos acostumbrados a las excusas: a ver cómo para potenciar una obra mediocre se parte de un autor indiscutidamente excelente como si la sola mención de su nombre obrara como una suerte de magia que borrara todo atisbo de chapucería. Pero las cosas, no siempre funcionan por simple acumulación.

Ahora bien, para complicar todo aún más, tenemos un texto de base con todas sus complejidades retóricas; tenemos un compositor, con todo su arsenal de recursos y técnicas, que pudo o no haber entendido el texto inicial; tenemos finalmente un intérprete que, con una buena lectura puede potenciar el trabajo previo o, con una mala, provocar el derrumbe de todo el andamiaje. Como se ve, un delicado equilibrio que vale tanto para la música de tradición culta como para la música popular. Si no, vayan y escuchen “Mrs. Robinson”, de Simon & Garfunkel cantada por Frank Sinatra –quien en este caso logró una auténtica porquería respecto de la versión original– o “Send in the clowns”, el tema de 1973 de Stephen Sondheim, en las maravillosas versiones de Sinatra, con arreglos de Gordon Jenkins, o de Van Morrison, con el grupo de Chet Baker en Ronnie Scott’s  y compárense esos prodigios con las bizarrerías pergeñadas por Ray Conniff y Grace Jones. Puaj.