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portada-nada-pierde.jpg Nada se pierde
Eva Castañeda Barrera
VersodestierrO,
México, 2012.

Por Alejandro Palma Castro
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En el momento de abrir Nada se pierde de Eva Castañeda, de pelearme con la tapa de cubierta, de entender que el anverso carga sobre sus espaldas las palabras de poema, de conocer primero el ingenioso diseño de la colección Las Cenizas del Quemado de la editorial, pero súper independiente, VersodestierrO, de mirar un grabado de Jorge Santana de la serie Estilógrafos para decorar el sueño: un rehilete, una rueda, hacia una diminuta bicicleta en forma de papel escrito, otro hacia un rostro de perro (iba a decir lobo, pero lo lúdico del trazo me sugiere más bien un perro con la lengua de fuera) doblado casi hacia dos de sus patas enfundadas en un vestido -la vulva imaginada, así como otro tipo de escritura sugerida en sobre la tela que chorrea la tinta pero puede ser sangre, es que me encuentro con otro placer: el presentimiento de que estoy ante un primer poemario, o en todo caso, un libro escrito después de un rompimiento radical con lo anterior –supongo que otras ideas, otro estilo y que a fin de cuentas también supone un primer poemario.

Digo con profundo placer porque resulta incomparable en la lectura de la poesía encontrar “las primeras letras”; de ellas emana nada más una arqueología del texto poético: cómo fue antes, qué ideas, qué estilos se ensayaron, qué versos se rememoran, cuáles permanecen en profundo secreto, quiénes asaltaron los nervios del poeta, finalmente a dónde irá a parar tanta palabra distinta e informe unida sólo por las ansias de expresarlo todo en unos cuantos versos. Nada tan maravilloso como el primer poemario porque se escribe para uno mismo y se avienta hacia el mar, como el mensaje de la botella, un busca de otro náufrago. Nada que se parezca a la emoción de leerse en la hoja del libro salvo aquel momento, nos recuerda Lacan, en que nos topamos por primera vez con un espejo y nos sorprendemos ante el otro sin atinar a entender si por fin nos complementamos o términos trágicamente fragmentados.

En Eva Castañeda los versos de Nada se pierde hacen evidente “sus primeras letras”, el primer descubrimiento de muchas posibilidades de la poesía. Intuyo, la verdad no la conozco pero importa poco, que han pasado muchísimos años para que varios de estos poemas se rehicieran de distintas maneras y llegaran con esta factura perfecta de dicción poética.En Nada se pierde el verso está expresivamente bien escrito, las múltiples decisiones en el texto poético son tomadas de manera certera y con seguridad apabullante lean si no lo siguiente:

 

Me cuento una historia de mi paso por la calle
         a la hora en que salimos
a enredar el aire con nuestra tullidez. Me tomo un refresco
y miro bien, siempre algo se nos escapa. (12)

 

Aquí la fuerza expresiva del sujeto se manifiesta a través de la forma en que cuenta en plural cómo tratamos de enredar el aire, que sería una poesía pretensiosa y supuestamente trascendental (de la que aún abunda en México) y más bien cómo se plantea el poema cotidiano, el que se hace con los detalles de lo que casi nadie ve. El poema Necesarios rodeos me parece un arte poética velada que prima como guía de lectura de todo el libro: expresivamente nos fijaremos en lo coloquial del verso, asumido desde un prosaísmo seguro y penetrante, incorporando agudas imágenes poéticas traídas de un rico repertorio de la poeta desde donde se nota el vanguardismo (surrealismo, imaginismo traducido al español y Vallejo sobre todo) y la antipoesía.

Temáticamente el poemario será un constante andar del sujeto, por la ciudad, por el otro y por otras historias que son una máscara del yo y el otro. Por eso parece lógico que haya divido el poemario en tres secciones: De aquí, De allá y De otros lugares. Es un yo poético que se divide de acuerdo a la manera en que enfoca diversos personajes. Por ejemplo, De aquí podríamos decir que es la sección más personal de la poeta donde se palpa la ilusión del sujeto lírico. No obstante, el poema Mientras temblaba presenta una voz en masculino: “No hubo diálogo con la elocuencia,/ resuelto me embarqué” (16). De ahí en fuera en efecto una mujer rodea la ciudad como rodea su vida e intenta con desesperación asirse de algo: 

 

Y llegué al desayuno como quien llega a su última oportunidad
:me digo que la proteína es necesaria para orientar la columna,
memorizar que cada día es una víbora diferente. (18)

 

Este sujeto se expone a partir de una expresión esquizoide lo mismo está refiriendo una ciudad y de pronto cada acto, como desayunar, se vuelve una manera de mostrar la fragilidad de su condición.        

De allá
vendrá a complementar ese nerviosismo esquizo con un desboblamiento de personajes, paranoicos algunos, y también sujetos a otras realidades. De allá no solamente es la distancia que el sujeto poético plantea con lo que refiere sino también con otro tipo de planos de la realidad, como por ejemplo la voz que habla en Monologando, monologando:

 

[…] Camino, camina alguien tras de mí,
es un defraudador, un asaltante, un francotirador;
va a dispararme en la cabeza, mi ojo izquierdo se ha encogido,
estoy nervioso, voy a morir; es un niño, sólo un niño
con los tenis sucios. (34) 

         

Uno lee varios poemas de esta sección y no deja de pensar en el famoso verso de Neruda de: “dar muerte a una monja con un golpe de oreja”. Así como todos queremos interpretar y darle razón a ese pasaje de Walkingaround, existen varios momentos y versos en Nada se pierde, pero en específico, en los textos De allá, que nos preocupa dejar claros, cuando en realidad, a imagen y semejanza del poeta-sujeto fragmentado de la vanguardia, Castañeda solo evoca la desesperación del racionalismo (poético). Y lo hace con una frescura poco usual en nuestra tradición poética mexicana:

 

Yo uso uniforme: el hambre se abre con una falda corta,
Piernas en el carrito de los postres. (43)

         

En De otros lugares, la sección que cierra el libro, será el sujeto poético quien verá de afuera las cosas refiriendo una invención varia de animales, situaciones y textos. En común muchos de los poemas impelen la categoría de lo femenino como un espacio distinto: ya sean una mujer elefanta, una mujer cebra, o la mujer jirafa, el crudo encierro de una pirómana de best-seller o la mujer de Noé como deseo en medio del diluvio. Castañeda ha dejado hacia el final textos, que se notan distintos a las otras secciones, con una dicción poética distinta, secuenciados en la lógica de una descripción o un relato. Y sería fabuloso leer un segundo poemario, que también debe encarnar otros deleites distintos a las “primeras letras”, donde integrara a esas mujeres anodinas en los propios rodeos del sujeto poético, para lograr una doble fuerza expresiva: el lenguaje y las situaciones de mujeres poco significadas en los esquemas de control de la historia del “hombre”.

A Eva Castañeda en este poemario le envidio algunos versos de excelente manufactura y un epígrafe: el de los Babasónicos bajo el cual definitivamente uno siempre quiere escribir un poema. Pero como Eva ya lo ha resuelto de una manera espectacular, no me queda más que seguir leyendo A esta hora en la mañana y pensar en el poema que nunca escribiré. La apuesta del poemario es un juego de la vida, de la escritura fundidos en la resignación, tono predominante, donde en efecto nada se pierde.


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