No. 56 / Febrero 2013 |
Un hombre mira el mundo. Un hombre siente el mundo como parte de sí. Canta. Escribe. A veces, a ese hombre le duele ese mundo que escribe. Pero todo debe aceptarse si así es, pareciera decirnos, como Safo, pero no, el ser humano es capaz de incidir, aunque sea mínimamente, en la realidad que lo rodea:
El libro Extinciones de Josu Landa llega así a los ojos de los lectores como un rayo claro: No es luz ni tiniebla el cuerpo de la aurora. Diáfano. En medio de una multitud de poemas de largo aliento, ésta nuestra neurosis de la poesía contemporánea; Landa vuelve a lo sencillo, al origen, es decir, a un hombre preguntándose por el mundo. A las preguntas fundamentales: ¿quiénes somos? ¿por qué estamos aquí? ¿hacia dónde vamos? Con delicadeza, con mirada de hombre-niño, desmenuza lo cotidiano, lo importante, lo que siendo obvio se nos olvida: El polvo estaba allí cuando llegué. Hay nostalgia por la niñez pasada pero una nostalgia poética, nunca gratuita, que señala la peligrosa invasión de lo citadino-serial a lo originario-natural. Muerdo una manzana perfecta de supermercado. El hombre vuelve al niño pero no encuentra lo que éste veía. Ahora el hombre es memoria y extrañamiento:
O bien:
Pesebre. Familia. El poeta retorna a la infancia de donde manan desde entonces los peces y los símbolos.
La ciudad golpea al hombre. Lo contagia con sus enfermedades emocionales en contraposición con la posibilidad que éste tiene de comer pan verdadero. Hay un capataz, poder que se inflige en el humano. La oscuridad de la caverna platónica persiste. El filósofo, porque este libro solo pudo haber sido escrito por un poeta y filósofo, nos recuerda a los citadinos que, antes de todo este caos, aquí hubo campo, canto:
Añoranza:
Pero la voz poética no sólo pone en evidencia nuestro origen natural perdido, sumido ahora bajo el concreto, sino que se vuelve sobre sí misma y nos pregunta dónde están ahora esos vestigios:
Por su parte, los animales continúan su rutina habitual a pesar de la ciudad que también los contiene y aprisiona:
Dentro de este aparente pesimismo y sentimiento opresivo y existencial, que tiene como trasfondo un profundo humanismo, aparece luminosa una Eva posmoderna.
Ella alivia el trayecto:
Ella purifica las sensaciones anteriores, la desazón. Hay redención en reciprocidad:
Luego de transcurrir por estos diversos estados del ánima, el escritor nos otorga su humor, a veces escaso en otras escrituras:
Leído en voz alta en Casa del Poeta, antes de su publicación, el poema que a mi juicio corona este libro es:
En este poema se resumen las extinciones de la época ¿Somos nosotros la especie en extinción? Se evidencia el zarandeo que el poeta nos hace a los citadinos, por mostrarnos indiferentes frente a los animales que mueren en una masacre pero también por la indiferencia frente a nuestras propias masacres. Hay una crítica pertinaz en este escritor que recientemente declaró al periódico mexicano La Jornada en coherencia con su poemario:
Hay pues, en Extinciones de Josu Landa, una sensación de completud poética; desde el hombre-niño de meditativa nostalgia, el dolor que nos impregna la ciudad, la esperaza encarnada en las mujeres que transitan y el humor de la paradoja; todo ello para plantear la ineludible urgencia que tenemos los seres humanos de repensar nuestra relación con la naturaleza. |
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