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portada-canto.jpg Canto y contracanto
Jorge Arbeleche
Nido de Cuervos,
Perú, 2012.

Por Mariella Nigro
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No. 56 / Febrero 2013

 
 

  

 

“El tiempo vertical se eleva. A veces también se hunde”

“… el ser aparece  como desplegado a un tiempo
en el destino de la altura y en el de la profundidad”

Gaston Bachelard

 

 

En otras ocasiones en que me he ocupado de la obra del poeta, ensayista y profesor Jorge Arbeleche, aludí a él como “centinela de la palabra”, y a la virtud del canto claro y cálido, melopeya de raíz española, que unge toda su poesía. En la elegía o en el canto celebratorio, metafísico o confesional, en la reflexión ontológica o en la tensión dramática, el poeta muestra en este libro el desarrollo de su voz poética en el correr de los años de creación, la reafirmación de un estilo que ha sobrevolado serenamente las marcas de la posmodernidad.

Thánatos
, Eros, Poiesis, Logos, Cáritas, títulos de sus cinco secciones, son “palabras-conceptos” (como refirió el Profesor Ricardo Pallares en la presentación), cuya ascendencia grecolatina ya adelanta la naturaleza clásica y armónica de la poesía de Arbeleche, el aretéen toda la producida por el poeta a través de décadas. En Canto y contracanto, el autor reúne gran parte de esa producción en torno a esos conceptos, lo cual depara, como advirtiera en su presentación el Profesor Gerardo Ciancio, mucho más que una lectura de textos ya editados, porque, en el agrupamiento diverso de los poemas en función de unos ejes temáticos contundentes, una poética nueva se despliega: la nueva ordenación es una reescritura y una propuesta de relectura.Esas líneas temáticas funcionan entonces como categorías del pensamiento que propician una reordenación de lo escrito durante años, lo que demuestra finalmente que la poesía es un modo de conocimiento y que tiene una función espiritual.

Canto y contracanto: juego de opuestos -señala Rafael Courtoisie en el estudio preliminar del libro-, una dialéctica de duelo y fiesta, de pérdida y celebración, palabra “exultante” y “silencio interior”, “con toda la sugerencia contradictoria y fecunda que liga ambos términos en la historia de la filosofía, que no es otra cosa que, bien mirada, una historia de la poesía”. Es que poesía y filosofía tienen en sus relatos similares reductos de interrogación y búsqueda: la Poiesis que construye y ordena el discurso, mediante el Logos y la Cáritas, que lo informan, mientras Thánatosy Eros lo cruzan transversalmente, y finalmente lo explican. El ser piensa y siente, y entre el amor y la muerte, se cuestiona a sí mismo y al mundo; el poeta registra ese itinerario, y su problematización.

En Canto y contracanto, la muerte va modulando sus grises y resignificando su aporía, desde la incertidumbre inocente en el poema Domingo (de La casa de la piedra negra, libro de 1983), hasta la desafiante interpelación de Contracanto (de La Sagrada Familia, de 2010). El amor se confiesa, desde el deslumbramiento de Meseta (de Ejercicio de amar, 1991), al desbordamiento erótico de El entrevero (El oficiante, 2003). En Poiesis (poemas de El Oficiante, 2003, Para hacer una pradera, 2000 y La Sagrada Familia, 2010), se muestran las costuras de la labor de escandir lo inefable (“al norte al sur al oriente y al poniente/ limitaré con las palabras un perímetro/ donde el hedor de la huesa no penetre”, Monte videeu). El conocimiento es apenas sueño en Alta noche (del libro homónimo, de 1979), y, treinta años después, en La Sagrada Familia, se asume, con el horror ante lo incierto,la resignación del sabio (“No hay número ni cifra/ que describa el castañeteo de sus dientes”, “estoy dentro de un nombre/ que no se puede pronunciar”Auschwitz (excursión optativa)-. El afecto dirige la liturgia, la de las horas y las cosas, las que están en orden (Cosas, de El hilo de la lumbre, 1998), y las que están fuera de lugar (El bosque de las cosas, 2006).
Innumerables tramos de su obra hacen de Arbeleche “un poeta del aire”, en la fenomenología de la imaginación de Gaston Bachelard . El canto concierta otros elementos (lumbre, bosque, pradera, piedra, campo), pero el verso aéreo administra los hálitos del poeta y propicia la gracia de la melodía: el suspiro, el aliento y el silencio trabajan los versos más allá de las cesuras de la escritura, habitan el corpus verbal y hasta el orgánico, el que se mueve y respira: “No admito otra metáfora: tu cuerpo/ por donde escucho el aire” (Poema IX). En el aire, verticalmente, se inscribe la mejor metáfora del tiempo poético: el canto y el contracanto al unísono, una “poética del instante” que ha sido señalada por la crítica como tónica de esta poesía que se debate entre lo profundo y lo aéreo, en la zozobra de lo oculto y la plenitud de las alturas. Como en el poema (rosa), es en la verticalidad del instante poético que se ve y se siente la redondez de la rosa al tiempo que sus espinas. O como en Vuelo: “la orquídea espera/ alerta y vertical su aroma”, “del suelo y de la altura”.
Son múltiples las referencias en su poesía al aire, a la “fuerza ascensional” que Bachelard indaga en las creaciones de Shelley, Nietzsche y Rilke como “caída y elevación”: “Y me hundo en la búsqueda y emerjo” (Poema IX); “Palabras habrán de despeñarse/ al pudridero” (Palabras); “Las sílabas del Aire/ se agrupan crecen y se expanden” (Contracanto). Y en ese “vuelo onírico” también está la verticalidad del árbol: “Como si fuera un árbol infinito/ y un infinito vuelo” (Del amor); “desde la antigua raíz hasta la abierta rama” (Ecuación).

En el acto de nombrar se eleva el valor del silencio -“materia aérea”, lo define Bachelard-, aspecto oculto del oficio más hábil que celebra la poesía: “De la más clara voz hasta la oscura” (El oficiante); una especie de propedéutica que va conduciendo al lector desde la materialidad más interior hasta la más expuesta: la de las palabras y las cosas; y el silencio, como el eco o la sombra, lados ocultos de unas y otras: “pero cuando quieren hablar las palabras se vuelven/ aire alado.” (El espacio del encuentro).
En realidad, su poesía pervive en esa zona poética de la continuidad entre el agua y el aire, los mundos más lábiles, con sus correspondencias baudelairianas y la trasmutación de los elementos muelles que el referido pensador francés estudia como “centros de sueños” del poeta, “hipótesis oníricas” que sostienen la escritura: “Era el amor./ Era entender el mar/ Entrar en la ecuación del aire” (Del desamor); “se fue la luz y el agua/ pero el aire ha quedado,/ y a mí me gustaría/ mostrarte un aire mío” (A Federico).

Canto y contracanto es registro de una poética; y en el poema central del libro, No se sabe (de El oficiante), a pesar del título, el poeta da la clave de su oficio:

 

mirar lo que se pueda con palabras
escribir de todo lo mirado de todo
lo mirado lo que se pueda ver,
se vea ...

 


El libro incluye poemas de La casa de piedra negra (1983), El aire sosegado (1989), Ejercicio de amar (1991), A Federico (1993), Ágape (1993), Alfa y Omega (1996), El hilo de la lumbre (1998), Para hacer una pradera (2000), El oficiante (2003), El guerrero (2005), El bosque de las cosas (2006) y La Sagrada Familia (2010).

“Jorge Arbeleche: síntesis dialéctica”, ps. 3 a 8.

Las referencias y citas son de El aire y los sueños. Ensayo sobre la imaginación del movimiento, de GastonBachelard (traducción de Ernestina de Champourcin), FCE-Breviarios, México, 1997.

Citando a Domingo Bordoli, Hebert Benítez Pezzolano y Martha Canfield, dos críticos que han estudiado profundamente la obra de Arbeleche: en  La poética de Jorge Arbeleche-40 años de poesía: 1968-2008, Compiladores Hebert Benítez Pezzolano y Andrea Mastalli, Ediciones de Hermes Criollo/Botella al mar, 2008.

 

Una versión de este texto fue publicado en Relaciones (Revista al tema del hombre), enero-febrero 2013, Nos 344-5, Montevideo, Uruguay.

 

 

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