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portada-arte.jpg Arte & Basura
Mario Santiago Papasquiaro
Selección y prólogo de Luis Felipe Fabre
Almadía,
México, 2012.

Por Jorge Aguilera López
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No. 56 / Febrero 2013


 


Mario Santiago Papasquiaro ha pasado desde la periferia hacia el centro de la literatura mexicana. Por desgracia, dicho tránsito tiene poco que ver con su poesía y es más conocido por la transfiguración literaria que de él hizo Roberto Bolaño en Los detectives Salvajes. Si acaso hay alguien que aún no lo sabe, el Ulises Lima de la novela está inspirado en este poeta, según testimonio del propio chileno. No es poca cosa que, gracias a una novela publicada más de treinta años después del encuentro entre estos dos escritores, exista hoy una revisión de un pasado literario que se creía inexistente o simplemente era ninguneado (y no sé cuál de estas actitudes haya sido más nociva); pero, con todo, no podemos olvidar que el Realvisceralismo no es el Infrarealismo, Que Lima, Belano, Barrios, Requena, los hermanos Rodríguez y las hermanas Font no son sino personajes ficticios inspirados en un grupo de escritores que, a mediados de los años setenta, se propusieron dividir la poesía mexicana en dos: “la poesía mexicana y el Infrarrealismo”. Con todo lo pretenciosa e inocente que suene tal declaración, el hecho es que la saludable rebeldía del gesto les ha ganado una suerte de idolatría en todos aquellos poetas que, con mayor, menor o nula fortuna, aspiran a escribir una obra que cimbre el almidonado medio poético nacional.

Todo esto viene a cuento debido a la publicación del más reciente gesto de reinstauración de Papasquiaro en el curso de la poesía mexicana. Arte & basura, una “antología poética” de Mario Santiago Papasquiaro preparada y prologada por Luis Felipe Fabre, resulta ser el guiño canonizador que los crecientes seguidores (y no necesariamente lectores) del fundador del Infrarrealismo estaban esperando. Su publicación en Almadía no carece de importancia, puesto que en esta editorial han aparecido algunos de los libros de poesía más interesantes de los últimos años; y aunque este no es la excepción, sí resulta ser el menos “poético”, algo que se deriva de la decisión de Fabre: junto a los poemas, coloca fragmentos que “fueron tomados de manuscritos cuyo resto resulta ya ilegible, o bien se trata de anotaciones sueltas –con o sin pretensiones poéticas– pero que en los manuscritos aparecen en un mismo plano escritural que los poemas: un teléfono o un recado apuntado junto a unos versos.” Aunque el diseño es impecable y visualmente muy atractivo –algo que debemos al trabajo de Alejandro Magallanes–, quien se acerque a este libro pretendiendo encontrar una muestra de la poesía de Papasquiaro con el fin de evaluar sus dotes poéticas, sean éstas maravillosas o nulas, no las encontrará aquí; lo que leerá, eso sí, es el interés de un antologador que, pareciera, busca prolongar en su selección las preocupaciones que expresara en un libro de ensayos previos, Leyendo agujeros, del cual el subtítulo lo dice todo: “Ensayos sobre (des)escritura, antiescritura y no escritura”.

En otras palabras, a Fabre le interesa menos el poema que el gesto. No le interesa Mario Santiago como poeta, sino como personaje: “Hay mucho de Mario Santiago en Ulises Lima, pero también ya es inevitable que haya algo de Ulises Lima en Mario Santiago. Al menos para los que no lo conocimos en persona, al menos para los que nos aproximamos a él desde la literatura”. Este modo de lectura, que sin duda es respetable, resulta en detrimento del autor que presuntamente se busca reconsiderar. Quisiera explicarme mejor: no es negativo el interés de Fabre por leer desde su propia óptica la obra de Papasquiaro, ni la decisión de Almadía por publicarlo bajo tal directriz; lo negativo es dar preminencia al dato curioso (la escritura sobre los márgenes de libros, en una cajetilla de cigarros, en una servilleta) sobre el acto poético. Y es negativo, ante todo, para la obra del autor seleccionado.

Estoy convencido que leer la poesía de Mario Santiago no es fácil, pero creo que vale la pena hacer el esfuerzo. Entre sus muchos excesos, hay versos, imágenes y sobre todo un ritmo que revelan e iluminan no sólo el genio poético de Papasquiaro sino todo un modo de concebir el poema como un acontecimiento vital antes que como un molde métrico, acentual o eufónico. Las “tensiones” que preocupan a Fabre, expresadas a través del título elegido: “Arte & basura”, no son como él supone “hallazgos deslumbrantes rodeados de versos fallidos” (estoy parafraseando) sino una auténtica voluntad por encontrar la dicción más exacta para expresar el caos y la crisis de la época en que se da su escritura. Hay mucho más aún por leer no sólo de Papasquiaro sino también de los otros buenos poetas infrarrealistas, fundamentalmente Ramón Méndez y Rubén Medina, para encontrarle la cuadratura al círculo de una poesía que nos deslumbra cada día más, pero que aún no terminamos por aquilatarla en su justa dimensión, aunque supongo que tal premisa es menos importante para ellos que para nosotros. Si el Estridentismo tardó 50 años en ser conceptualizado, y aún hoy hay quienes se empeñan en negarles todo valor, supongo que aún nos falta un tramo para comprender a cabalidad a sus sucesores.

Una cosa más: me niego a creer, como algunos han sugerido, que las decisiones de Fabre al momento de organizar esta antología sea desde el rasero de una poética tradicionalista que otorga una condescendencia de perdonavidas al outsider más célebre de la poesía mexicana. Creo que hay algo de justicia en publicar a Papasquiaro en un libro realizado con un gran cuidado editorial, pero creo también que el tiro erró al privilegiar el gesto sobre la obra. Aunque suene contradictorio, celebro la publicación de este libro, por más que esté convencido que aún hace falta una verdadera antología que justiprecie la poética de Mario Santiago, algo que deberá ser el primer paso antes de emprender el esfuerzo por entender hasta qué punto la poesía mexicana se benefició de la existencia del Infrarrealismo. Dije líneas arriba que los seguidores de Mario Santiago Papasquiaro no son necesariamente sus lectores, y creo que ello se debe a que, en estricto sentido, nos falta aún mucho para comprender los vislumbres que este poeta arrojó sobre el futuro de la poesía mexicana. Acaso hoy día, léase sólo como hipótesis, los autores más sugerentes de la poesía mexicana contemporánea deban más al arrojo literario infrarrealista que al pulimiento y la ornamentación dictada por el canon. Y aquí, disiento francamente de la advertencia final de Fabre: niños, intenten más estos poemas en clase.

 

 

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