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No. 56 / Febrero 2013



Gerardo Ferreira

(Uruguay, 1981)



armar el árbol


Encuentre la caja en donde guarda la navidad. Encuentre también las ganas para realizar esta tarea sumamente espiritual, respire hondo, café con leche e incienso de lavanda si es posible.
      Baje el árbol del ápice del armario. Desempólvese. Busque una maceta mediana, negra y con arena, como ésta. Fórrela con papel alegre, si es que existe. Proceda a enterrar allí el esqueleto aún entumecido de su árbol. Vaya abriendo sus bracitos y, en caso de que los tenga plegados en el pecho, tenga cuidado, puede quebrarlos. Ha transcurrido exactamente un año desde su último movimiento. Ponga cara de sorpresa al ver que le ha crecido a su árbol una larga y verde barba.
       Abra la caja de los cachivaches. Separe chirimbolos, guirnaldas y demás adornos. Luces siempre al final. Comience a elegir la disposición de los chirimbolos, esos globos terráqueos en los que no figura ningún sitio. Pinte un cuadro con ellos. No se ponga exquisito, su árbol tan solo debe ser lo opuesto a un espantapájaros, no busque la perfección, cada globo está predestinado. Guíese bajo esa inútil intuición, da resultado.
        Coloque cuatro y aléjese para percibir una señal cromática, un signo de conjunto aunque sea mínimo. Maldígase por no comprar nuevos accesorios para su árbol y luego maldiga a la navidad como cosa frugal y sin importancia. Se sentirá aliviado. Para finalizar sáquese una foto junto a su creación, y tome en cuenta que el árbol –pletórico de entusiasmo al preparar su mejor pose– será otro al terminar el flash. Usted también será otro. 




El paraguas verde


Las escaleras siempre conducen a algún sitio, no son como ciertos caminos que amagan a llegar o como los pasillos, neutros, desinteresados. No. Las escaleras prometen un lugar, así como los mates. Oyó bien, las escaleras son como los mates, unifican, llevan y traen mensajes que superan los sentidos. Escaleras y mates, mates y escaleras.
              Aquella escalera era especial, no como todas las escaleras, tercas y orgullosas. En el momento en que te pedí un mate atravesaron el aire muchos mensajes y, en el intervalo de tu brazo extendido, supe muchas cosas: supe que en tu armario guardabas un buzo de lana blanco y bordado; supe que en el perchero colgabas una boina oscura que te encanta, y que cuando llueve te ocultas bajo un paraguas verde. El mate fue una escalera hacia ese lugar, hacia ese armario, hacia ese paraguas. El agua empozada en el hueco de la yerba es como una bola de cristal a la que atraviesa, erguida y pensante,  una bombilla.           
             Había polvo en esa escalera, una escalera sin polvo no es una escalera, como un mate no lo es sin su yerba, sin su bola de cristal. A una escalera se entra y se sale, a un mate se entra y no se vuelve. El tiempo en la escalera no se mide, no se calcula, cada escalón es un baúl en donde hay recuerdos y objetos queridos de otra gente, de otras vidas.
              Por eso siempre habrá mates y escaleras que nos trasciendan.