No. 56 / Febrero 2013


Hambre de todo

Mística y Poesía
Por María Auxiliadora Álvarez
 

columnas-mistica-56.jpgAunque no le es posible al hombre dejar de “padecer en el conocimiento de las cosas que le han pasado”, como dijo María Zambrano en El hombre y lo divino, tampoco le es posible sustraerse a las cosas que le pasan y le pasarán. Las connotaciones de los sucesos sin embargo también cambian y “parece obligado, en nuestra perspectiva de hoy, hablar no ya de sentido místico, sino de lo espiritual poético como el centro o el objeto de esta experiencia-límite” (Andrés Sánchez Robayna, San Juan de la Cruz: Destrucción y sentido). No sólo “centro u objeto” sino también “sujeto”. Sujeto de los límites que escribirá de esto y escribirá de lo otro y hablará de su gracia osudesgracia cumpliendo el encargo de Rilke: “el poeta debe contarle a Dios cómo es la vida del hombre” (Cartas a un joven poeta).También lo había dicho antes Hölderlin:“la consciencia no es reflexión de sí ante sí, sino reflexión de lo Otro”, o ante Otro: ventana a la infinitud yhambre infinita. O “hambre de todo” al decir de Cintio Vitier, “poesía, hambre de todo”.

En los Cuatro Cuartetos (East Coker), T. S. Eliot parafraseó completamente (aunque no lo dejó entrever) la Subida al Monte Carmelo de San Juan de la Cruz. Nacido en EEUU, T.S. Eliot se naturalizó británico a los 25 años permaneciendo en Inglaterra gran parte de su vida conjugandola tradición de William Blake, quien se había ocupado en “imaginar el cuerpo de Dios”, y de George Herbert, el poeta-religioso descrito por sus congéneres como “un alma compuesta de armonías.”

Contemporáneo a T. S. Eliot, el francés René Char clamaba en la misma época por un reconocimiento de la sacralidad humana, a su modo de ver desamparada de la sacralidad divina: “Cerca estamos, Señor/ cercanos y asibles/… Reza, Señor, rézanos, estamos cerca” (“Tenebrae”). Con antecedencia a Char, Paul Claudel había producido una poesía de intensa solicitud espiritual en producción simultánea a Rainier Maria Rilke, quien retomaba en alemán la misma preocupación en sus Elegías de Duino: “¿Quién/si yo gritara/ me oiría en la lejanía/ de los ángeles?/ Y aún si uno de ellos/ me levantara de repente/ y me pusiera junto a su corazón/ yo perecería/ por su existir más potente.” Es de notar que en las dos primeras Elegías (este fragmento inicia la primera) resuena el eco de los himnos de Hölderlin, cuya fuerte influencia fue reconocida y agradecida por Rilke. La “necesidad de himnos” emergía sin embargo de profundidades personales. Un himno representa una definición y una alabanza de la definición.

Los textos de Novalis (contemporáneo de Hölderlin) en Cantos espirituales habían rezumado también esa intensa “necesidad de himnos”, llegando incluso a entonarse como tales en ceremonias religiosas luteranas.

Aunque de otro corte, el mundo hispano recibió también la herencia indagatoria del Nóbel Juan Ramón Jiménez, su ansia de absoluto (embebida en Tagore) permeó su obra hasta concretarse de forma fehaciente en el último libro, Dios deseado y deseante.

De la siguiente generación de poetas que podrían inscribirse dentro de esta corriente que Andrés Sánchez Robayna definió como de “espiritualidad poética”, cabe destacar a Joseph Brodsky (el quinto poeta ruso que mereció el Nobel), quien utilizó repotenció el simbolismo tradicional con imágenes más tangentes enlos subsecuentes poemas de Navidad que se dedicó a escribir durante los últimos veinticinco años de su vida: “El niño dios sonrió en la cueva para salvar al mundo… a Él todo le parecía enorme: los pechos de la madre …” (“La estrella de Navidad”). Brodsky murió en Nueva York en 1996.



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